La persona enferma, sobre todo cuando se encuentra al final de su vida, es cuando más nos necesita. Nos necesita para que le aliviemos su dolor y cualquier otro síntoma que le provoque sufrimiento, para que le apoyemos emocionalmente ante sus miedos y sus angustias, para que le acompañemos y no sufra de soledad ante la muerte, y también nos necesita para que le acompañemos desde la espiritualidad. Nuestros cuidados deberán estar orientados a satisfacer sus necesidades físicas, emocionales, sociales y espirituales. Si no lo hacemos de esta manera cuatridimensional no lo estaremos haciendo del todo bien.

¿Cuáles son sus necesidades espirituales? ¿Cuáles suelen ser las preguntas que forman parte de la vida espiritual de la persona?: ¿por qué a mí? ¿para qué seguir peleando? ¿qué sentido tiene mi vida ahora que me encuentro mal? ¿qué pinta Dios en todo esto, por qué no hace nada para parar esta enfermedad? ¿existe algo después de la muerte? ¿qué va a ser de mí? ¿es que el sufrimiento tiene algún sentido? ¿se puede encontrar sentido a la vida, aun sufriendo? ¿cómo hacer para reconciliarme conmigo mismo, o con los demás, o con ese Dios en el que uno pueda creer? ¿qué me puede ayudar cuando me siento solo? ¿por qué falla mi fe?

Son muchas las respuestas que la persona enferma necesita en esos momentos tan difíciles y únicos para él, cuando se encuentra cerca de la muerte. Nosotros hemos de saber contestar a esas cuestiones tan profundas y que también le provocan sufrimiento. 

El sufrimiento espiritual también necesita su alivio. Cuando se cuida al ser humano desde una perspectiva integral se necesita procurar no solo el alivio biológico, sino también el alivio biográfico que conlleva un sufrimiento humano tanto del enfermo como de su familia y se necesita acompañar en el sufrimiento de las personas en el final de la vida también desde la espiritualidad. 

Pero para ofrecer el cuidado espiritual a la persona en el final de la vida es preciso que consideremos la espiritualidad como nuestra naturaleza esencial, que forma parte de nosotros como seres humanos y que aspira a dar sentido a nuestras vidas.

La experiencia del sufrimiento es universal y suele intensificarse en las fronteras del final de la vida. Su existencia se convierte para los profesionales en un desafío técnico y en un imperativo moral, que exige no mirar para otro lado. Creo que la espiritualidad es también otro universal humano y que negar en la práctica nuestra naturaleza espiritual para el trabajo clínico se convierte en un claro factor de deshumanización

Hemos de considerar que la mayor parte del sufrimiento que ocurre en este final de la vida, a parte de provocarlo el dolor físico, tiene que ver con otros temas emocionales, sociales y espirituales, y con su propia incapacidad para resolver los interrogantes más profundos de la vida.

El aspecto espiritual quizá sea la parte más desconocida de la medicina, pero es sobre el que los pacientes demandan más en sus últimos días; así lo constatamos día a día en nuestra práctica asistencial.

Creo en la capacidad del ser humano de afrontar la experiencia de su muerte, no sin dificultades, pudiendo abordarla desde la negación, la resignación o la rabia, pero también desde la aceptación confiada que conduce a un nuevo espacio de conciencia trascendida de la realidad. 

Considero que la atención a los recursos y necesidades espirituales no es un patrimonio de los cuidados paliativos, aunque debería ser especialmente cuidada en aquellos ámbitos en los que la experiencia de sufrimiento es muy significativa y en todos los escenarios de fragilidad, dependencia, cronicidad, pérdidas y cercana experiencia de la muerte.

Apuesto por una visión amplia y plural de la espiritualidad que permita hacer presente las perspectivas filosófica, existencial, axiológica, religiosa o cualquier otra que respete la diferencia de convicciones y el derecho a las mismas.

Los profesionales de Cuidados Paliativos somos conscientes de que no somos dueños del proceso final de la vida de las personas, sólo somos sus compañeros de viaje

¿En qué consiste el acompañamiento espiritual? En ser capaces de reconocer, acoger y dar espacio al diálogo interior del que sufre para que él mismo pueda dar voz a sus preguntas y dar vida a sus respuestas; en ser capaces de ayudar a despertar o a sacar a la luz el anhelo, la búsqueda interior que toda persona puede tener.

¿Cuáles son las necesidades espirituales de las personas al final de la vida? La necesidad de ser reconocido como persona; la necesidad de releer su vida; la necesidad de encontrar sentido a su vida; la necesidad de liberarse de la culpabilidad; la necesidad de perdonarse; la necesidad de reconciliación; la necesidad de sentirse perdonado; la necesidad de depositar su vida en algo más allá de sí mismo; la necesidad de una continuidad; la necesidad de auténtica esperanza, no de ilusiones falsas; la necesidad de expresar sentimientos y vivencias religiosos.

La persona enferma soporta mal que su cuerpo sea objeto de cuidados de un equipo médico, por un lado, su personalidad confiada al psicólogo, por otro y, finalmente, su ser espiritual que se entregue, in extremis, al capellán del Hospital. Es necesario cuidar a las personas en el final de sus vidas desde la espiritualidad, pero de manera transversal. Lo necesitan para poder morir en paz.

El doctor Jacinto Bátiz es director del Instituto para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya).