El Papa Francisco declaró “venerables” este sábado a tres monjas italianas que murieron en el intervalo de tres semanas en lo que hoy es el Congo debido a la epidemia de ébola que azotó esta región en 1995, hasta la fecha uno de los brotes más potentes de esta enfermedad tremendamente grave y contagiosa.

Las tres religiosas pertenecían a la Congregación de las Hermanas de las Pobres, conocidas popularmente como las Hermanas Pobrecillas de Bérgamo y trabajaban en Kikwit, centro de la epidemia de 1995 y que dejó en aquella ocasión 315 casos con 250 fallecidos, entre ellas estas tres religiosas a las que el Papa ha reconocido las virtudes heroicas y otras tres religiosas más de su misma orden.

Aún pudiendo haber vuelto a Italia, estas monjas decidieron quedarse para ayudar y atender a los enfermos que iban llegando. Y siguieron el mismo camino que ellos sin importarles su propia seguridad. Esta entrega heroica de las religiosas no es nueva sino que ha sido una constante entre numerosos misioneros que no han dudado en poner en riesgo su vida. Esto mismo se pudo ver precisamente en la gravísima epidemia de ébola de 2014 que atrajo la atención mundial y en la que murieron dos misioneros españoles, Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que fallecieron tras contagiarse en Liberia y Sierra Leona, respectivamente, atendiendo a enfermos del virus.

Las religiosas fallecidas, las tres ya reconocidas como venerables y las otras tres todavía en proceso, estaban en la primera línea de asistencia a los enfermos en el hospital de Kikwit cuando empezaron a llegar enfermos. Y entre abril y mayo de 1995 irían falleciendo una tras otra contagiadas por este virus.

La hermana Floralba Rondi fue la primera de las religiosas en morir

Las tres a las que Roma ha reconocido sus virtudes heroicas son la hermana Floralba Rondi (71 años), la primera en morir el 25 de abril de 1995. Era cariñosamente llamada por los africanos “mamá Mbuta” por su ternura con los enfermos; la hermana Clarangela Ghilardi (64 años), que falleció el 6 de mayo; y la hermana Dinarosa Belleri (59 años) que murió el 14 de mayo y que decía a todos: "Estoy aquí en África para seguir los pasos de mi fundador, es decir, para servir a los pobres".

Las otras tres monjas que murieron en aquel 1995 por el ébola fueron la hermana Danielangela Sorti (47 años), que dejó escrito en el reverso de una fotografía: “el amor pide amor”; sor Annelvira Ossoli, superiora provincial y conocida como “la mujer de la vida” por los habitantes del entonces Zaire debido a los muchos hijos a los que había ayudado a dar a luz durante décadas; y la hermana Vitarosa Zorza (51 años), que fue la última en morir el 28 de mayo y que decidió acudir a Kikwit a ayudar a sus hermanas sabiendo que podía morir: “¿Por qué debo tener miedo? Las demás están ahí y en este momento me necesitan”, aseguró.

La hermana Clarangela Ghilardi quiso cuidar de los enfermos hasta el final

En definitiva, estas humildes y hasta entonces desconocidas monjas no abandonaron las trincheras de la caridad. Decidieron seguir las enseñanzas de su fundador, el beato Luigi Maria Palazzolo, que pronto será canonizado: "Yo busco y recojo el deshecho de todos los demás, pues donde los demás actúan lo hacen mucho mejor que lo que yo lo podría hacer, pero adonde los demás no llegan yo trato de hacer algo como puedo”.

Tal y como recuerda el diario Avvenire, todo comenzó el 15 de marzo de 1995 cuando un hombre llamado Gaspar Menga regresó a casa febril después de haber pasado un día de trabajo en el campo, cerca de un pueblo no lejos de la comunidad donde vivían las monjas. Diez días después murió, desangrado por una misteriosa enfermedad. La misma suerte corrieron su hijo, su hermano y otros miembros de la familia.

A las pocas semanas, el hospital de Kikwit se llenó de moribundos. La hermana Floralba fue la primera misionera infectada y la primera en morir. Las hermanas informaron que se enfermó mientras atendía a un paciente que se encontraba en estado grave. La muerte ocurrió el 25 de abril. La hermana Vitarosa, en cambio, fue la última de las monjas en morir. En el diario de la comunidad se lee que asistió a las hermanas infectadas por el terrible virus y las alcanzó en el cielo, en la Casa del Padre, el 28 de mayo, fiesta de la Ascensión.

Años después, estas religiosas son todavía recordadas incluso por los científicos que investigan esta enfermedad. De hecho, una investigadora del CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) de EEUU que viajó a esta ciudad congoleña de Kikwit afirmó de las monjas: "Esas mujeres, con su testimonio, hicieron lo que en ese momento nadie hubiera podido hacer: ¡salvar vidas con la vacuna del amor!”.

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