Se cumplen diez años del motu proprio Summorum Pontificum dado por Benedicto XVI el 7 de julio de 2007. En él establecía que la misa tradicional (que pasaba a denominar "forma extraordinaria" del rito romano), en vigor en toda la Iglesia latina hasta 1969, "nunca se ha abrogado". Y disponía la liberalización de su uso para cualquier sacerdote o grupo de fieles, con instrucciones para su adecuada inserción en la vida parroquial y de las comunidades religiosas.

En los diez años transcurridos desde esa fecha, los lugares del mundo en los que es posible asistir a ella se han duplicado.

Según informa Corrispondenza Romana, en Francia pasaron de 120 en 2007 a 220 en 2017 entre los acogidos a la Comisión Pontificia Ecclesia Dei (crecimiento del 83%). A estos habría que sumar los 195 de las misas oficiadas en centros de la Hermandad de San Pío X, que han crecido menos en esta década (un 5%) porque en 2007 la congregación fundada en 1970 por el arzobispo Marcel Lefebvre (19051991) ya estaba totalmente extendida por todo el territorio francés. En total 415 sitios, una expansión en virtud de la cual hoy día aproximadamente el 25% de los seminaristas en Francia estudian en seminarios que celebran según la forma extraordinaria.

Para ese mismo periodo, en Estados Unidos el número de parroquias o centros de misa tradicional "se ha más que duplicado", y en los países centroeuropeos (Alemania, Austria y Suiza) ha pasado de 42 en 2007 a 87 en 2017: un crecimiento del 107%.

Esa expansión abarca todo el mundo: Cuba, Singapur, Lituania, Zimbabwe o Corea del Sur. También en Indonesia, el país con mayor número de musulmanes del mundo, en tres enclaves: Yakarta y Bandung (Java) y Pontianak (Borneo), donde es el mismo arzobispo emérito, el capuchino Hieronymus Herculanus Bumbun, quien la celebra.


Según el arzobispo Guido Pozzo, secretario de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, la supuesta ruptura de la armonía litúrgica que alimenta todavía las reticencias de algunos obispos carece de fundamento.

En declaraciones a Radici Cristiane, afirma que "si alguien ve un riesgo de falta de armonía con la llamada 'sensibilidad diocesana', eso significa en realidad que en esa diócesis no hay una formación o una educación adecuadas y apropiadas sobre lo que significan la liturgia y el culto litúrgico. La 'sensibilidad' por sí misma no puede constituir el criterio de una valoración del bien pastoral, puesto que la pastoral católica se fundamenta y presupone la doctrina de la fe. Por tanto, la antigua liturgia no debe ser interpretada como un elemento de trastorno o de amenaza para la unidad pastoral y eclesial, sino como un don que sirve a la edificación del Cuerpo de Cristo".