Que los templarios siempre fascinan, que incluso están de moda, es fácil de mostrar. El domingo 23 de abril, el programa de TV MasterChef emite una edición de "cocina medieval" desde el castillo templario de Ponferrada, un castillo que solo en la Semana Santa de 2017 ha recibido ya 8.000 visitantes. En Barcelona, hasta el 23 de julio se puede visitar la exposición "Templarios" en el Museo de Historia de Cataluña. Y cada vez que se organiza una muestra de temática templaria en cualquier ciudad ligada a la Orden, el éxito de visitas está asegurado. 

El comisario de la exposición de Barcelona, Ramon Sarobe, insiste en decir a la prensa que el museo catalán quiere "mostrar la vida de los templarios alejada del papel esotérico que se les ha atribuido y dar a conocer cómo llegaron a ser religiosos adheridos rigurosamente a la ortodoxia católica".


 Los templarios en la muestra del Museu d'Història de Catalunya

Pero, ¿por qué los caballeros templarios tienen una aureola especial de misterio que no tienen otras órdenes de caballería? 


La clave está en su final, y una buena forma de explorarlo es el libro de Mario Dal Bello "Los últimos días de los templarios" (Ciudad Nueva). Dal Bello es a la vez periodista y profesor de Historia y de Literatura y sabe explicar las cosas de forma ágil, con un estilo de crónica novelada, detallando paso a paso la compleja danza de traiciones que llevó a la muerte y extinción de los templarios en 1314.
 
 Lea aquí en PDF el primer capítulo de 
Los Últimos Días de los Templarios


En un libro prístino de apenas 190 páginas pone orden y sensatez a una historia que ha suscitado bibliotecas de confusión y elucubraciones. 


Por un lado, los templarios fueron siempre motivo de atracción al ser una orden de monjes y guerreros, aunque eso mismo podía decirse de otras órdenes, como los hospitalarios o los teutónicos, o las órdenes hispanicas (Calatrava, Montesa, Santiago y Alcántara). Pero el hecho de haber establecido su base inicial en la explanada del Templo en Jerusalén (donde había estado el Templo de Salomón, y el de Herodes) les dio siempre un prestigio añadido y único


Después llegaron las acusaciones del rey francés Felipe IV, que movió los hilos culpando a los templarios de todo tipo de pecados nefandos, incluso de adorar ídolos y realizar extraños ritos secretos y prohibidos. Su objetivo era apropiarse de sus cuantiosos bienes y eliminar un potente actor económico. Esas acusaciones llenas de morbo y misterio, la idea de "algo secreto habrán hecho" y "en algún lugar guardarán el oro de Jerusalén", impregnaron la fama de la Orden a nivel popular. Los historiadores serios hoy dan por probado que los templarios eran católicos perfectamente ortodoxos en su doctrina y devoción.


Luego está el aprecio de los narradores (y los románticos) por los perdedores, y más cuando se intuye que el poder político (el rey de Francia) presionó de todas las formas posibles para ejecutar a unos inocentes y retorcer la justicia a su favor. La escena de la ejecución del Gran Maestre Jacques de Molay (hombre directo y de acción, mal preparado para la intriga y las sutilezas judiciales y diplomáticas en las que fue atrapado) es antológica, parte del acervo cultural de Europa.

Al pie de la pira, reza con su compañero Geoffroy de Charny. Mario Dal Bello lo describe así:

"Prenden fuego a la pira. Los dos gritan una vez más, con voz aguda y altísima, que la Orden es inocente. Luego, las llamas envuelven los cuerpos y el humo tapa los gritos de los condenados. Pero de pronto se oye la voz del Gran Maestre que, con un brazo en alto entre las llamas grita: 'Dios sabe quién ha pecado y quién ha errado. Antes de que acabe el año, tú, rey Felipe, que nos has asaltado a traición, y tú, papa Clemente, que nos has abandonado, responderéis por vuestras acciones ante el tribunal de Dios'".


 

No está claro si realmente el Gran Maestre Jacques de Molay dijo exactamente estas palabras, ni si el rey estaba presente en la ejecución.

Lo que si está claro es que el rey Felipe y el Papa Clemente, los "poderosos" del mundo, murieron en los meses siguientes. Clemente muere entre dolores atroces por una enfermedad, viajando hacia su pueblo natal donde esperaba morir en tierra amiga. Dal Bello y los historiadores modernos acreditan que intentó salvar a los templarios pero... ¿con toda la fuerza que tenía?


En cuanto al rey, con 46 años, triunfante, en la cumbre de su poder, se encontrará que sus días acaban de repente en 29 de noviembre, unos 9 meses después que el Gran Maestre, accidentado al caer del caballo cazando jabalíes. Una herida que no debía ser demasiado grave fue empeorando hasta acabar con él. Más aún, estuvo en coma tras el accidente y no pudo poner en orden sus asuntos. Su hijo Luis sólo reinará dos años. Dejará en cinta a su esposa, pero el bebé, nieto del Rey Felipe, vivirá solo 5 meses. Así muere el último de los sucesores del rey. 


"Los últimos días de lo templarios" concluye con un ágil repaso a lo que sucedió con la Orden tras su disolución y a cómo ha influido en la literatura popular moderna o el cine, con clichés que no suelen reflejar bien la realidad. Repasa también sus principales construcciones que pueden visitarse hoy en Europa. Y constata, en fin, que la fascinación por los Caballeros del Temple, se mantendrá siempre viva. 

(Los Últimos Días de los Templarios, por Mario Dal Bello, 190 páginas, 15 euros, aquí en CiudadNueva)