Es bien sabido que la unidad de Italia se logró a mediados del siglo XIX fundamentalmente a costa de los Estados Pontificios y del católico Reino de Nápoles (también llamado de las Dos Sicilias), un proceso que Giuseppe Tomasi di Lampedusa (18961957) popularizó con su novela El Gatopardo, publicada un año después de su muerte y llevada al cine por Luchino Visconti en 1963.

Pero es también corriente interpretar el sentido de esa disputa entre el Reino del Piamonte y los demás estados italianos como puramente territorial, política o diplomática, cuando lo cierto es que tuvo como trasfondo la guerra ideológica del liberalismo decimonónico contra la Iglesia.

El historiador Francesco Maurizio Di Giovine ha escrito al respecto un libro fundamental, De la Italia de los Tratados a la Italia de la Revolución. 18151861 (Scire), donde ofrece una interpretación radicalmente distinta: "El proceso de unificación política de la península italiana fue fruto de una gran intriga internacional encabezada por Inglaterra cuyo fin último era destruir los reinos católicos para aislar al Papado y, en última instancia, destruir el primado de la Iglesia", afirma con rotundidad.


-El Piamonte se preparó a realizar la unidad de Italia por puro espíritu de conquista de nuevos territorios. Durante siglos, la política de los Saboya, la dinastía que reinaba en Piamonte, había sido crecer hacia territorios con enemigos débiles. En 1550 habían llevado la capital de Chamery a Turín en la certidumbre de que nunca habrían podido crecer hacia Francia.


-Unir a todas las sectas revolucionarias en un solo objetivo: diluir el sentimiento de pertenencia para destruir los reinos católicos de la península italiana. Y crear una religiosidad nueva: el culto laico a la Patria, a la Nación, a las llamadas "instituciones"...


-Los fautores de la unidad de Italia lucharon siempre contra la religión católica, apostólica y romana y contra su máximo representante: el Papa-Rey. Porque el Papa era Rey en sus Estados, pero era ante todo y sobre todo la cabeza visible de la Cristiandad en los demás Estados.


-Un subterfugio para alejar de la cristiandad  a los fieles “tibios” de los Estados Pontificios. En los estados no pontificios de lengua italiana, combatir al Papa abiertamente era un modo de afirmar que el hombre debe considerarse adulto y por tanto emancipado de toda sujeción divina o humana.


-Si en Nápoles el liberal Luigi Settembrini proclamaba "Mi Dios es el Progreso", Giuseppe Mazzini le respondía: "Dios es la Humanidad".


-Al día siguiente de la unidad italiana obispos de todos los reinos suprimidos fueron encarcelados u obligados a abandonar sus diócesis. Sucedió en las Dos Sicilias, pero también en Bolonia, Turín, Venecia, etc. Los obispos que se manifestaron contra la dictadura del Estado laico (Camillo Benso, conde de Cavour, decía hipócritamente lo de “Iglesia libre en un Estado libre”) fueron todos perseguidos.


-Víctor Manuel II, Cavour, Mazzini y Giuseppe Garibaldi son considerados los padres fundadores del Estado italiano nacido del llamado Risorgimento. Los cuatros tuvieron en común un espíritu tibio, cuando no hostil, hacia el catolicismo. Ninguno se planteó jamás que hubiese pecado en sus teorías liberales o en su política revolucionaria.


-Sin el apoyo de las dos potencias liberales europeas (Francia e Inglaterra), la unidad de Italia no se habría realizado jamás. Aunque probablemente con el tiempo se habría llegado a una confederación de estados católicos de lengua italiana, y la historia del siglo XX habría tenido otro curso. Pero es sólo una opinión.


-Era la tesis de Napoleón III: que todo Estado debía ser artífice de su propio destino. Y al decir eso quería decir que Austria, presente en muchos estados italianos en virtud de una política de alianzas (los Tratados), no debía intervenir lo más mínimo en caso de sublevaciones o Revoluciones.


-La “no intervención” francesa se llevó a cabo con la alianza político-militar con el Piamonte y la guerra a Austria de 1859.


-Hizo el resto. Aisló diplomáticamente al reino de las Dos Sicilias y dio su determinante apoyo marítimo cuando Garibaldi agredió a Sicilia para destruir luego todo el reino napolitano.


La posición geográfica del reino de las Dos Sicilias explica la actitud fuertemente hostil de Inglaterra hacia ella. Cuando fue destruido el reino de las Dos Sicilias estaba a punto de abrirse el canal de Suez, que habría llevado a todo el Oriente sus productos y su cultura “liberal”. La presencia de un reino de las Dos Sicilias fuerte y abiertamente católico impedía la libre circulación de hombres y barcos de una nación que difundía la herejía protestante con una afirmación anticatólica y antipapal. Inglaterra comprendió que si quería alcanzar sus objetivos debía eliminar el reino más católico de la península.


El homenaje musical del cantante italiano Povia al Reino de las Dos Sicilias.


Francia aspiraba a poner sobre el trono de las Dos Sicilias a un Murat u otro miembro de la familia napoleónica. Esto garantizaría la ideología antipapal.


Por ejemplo: al entrar en Nápoles, Garibaldi autorizó la edificación de una iglesia protestante en pleno centro de la ciudad. Durante decenios los anglicanos habían pedido inútilmente un templo a Fernando II de Borbón, rey de las Dos Sicilias. Pero la petición siempre había sido rechazada.


Porque que una unidad sustancial de los estados italianos ya existía hacía tiempo, representada por la fe común en la religión católica, apostólica y romana. La unidad católica de los países de lengua italiana constituía ya el cimiento de cohesión social en todos los lugares de lengua y cultura italiana. Todos los estados de la península estaban unidos por un espíritu antiliberal y por tanto antirrevolucionario.


Porque el ser católico estaba esculpido en el corazón de los habitantes de la península. No olvidemos la herencia romana y el espíritu de las leyes de Justiniano. Ambas herencias habían esculpido en el corazón del hombre los conceptos del bien y del mal.


La unidad de Italia introdujo un nuevo concepto que se opuso a la idea de “bien común”, una idea surgida del principio básico del Estado del Risorgimento: el concepto de lo constitucional y lo no constitucional. A los nuevos gobernantes les resultaban extrañas las nociones del bien y del mal, sólo les interesaba la distinción entre lo que las leyes autorizan y lo que las leyes prohíben.













Es una novela sustancialmente pesimista que refleja la cultura de su autor, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, un príncipe siciliano que la escribió basándose en experiencias familiares, y de hecho los protagonistas son trasuntos de personajes realmente existentes en el siglo XIX siciliano. En la práctica es el Risorgimento visto con los ojos de la aristocracia de la isla.


Refleja bien la época, vista a través de los ojos de un aristócrata. Tomasi escribe que la aristocracia habría debido alinearse con la dinastía borbónica: si no por decencia, al menos por oportunismo. El joven Tancredi introduce un concepto popular en la Italia actual: el gatopardismo, es decir, que todo cambie para que nada cambie. El organista de la iglesia de Donnafugata, compañero de caza del príncipe Salina (el Gatopardo), encarna la idea de la fidelidad y del reconocimiento. Ha estudiado música bajo el mecenazgo de la reina Isabel (esposa de Francisco I, a quien en la novela se la llama “la española”), y por eso en el plebiscito vota contra la anexión de Sicilia al Piamonte.


-De las urnas, manipuladas, salió un sí a la anexión. Don Ciccio Sedara, padre de la bella Angelica, encarna a la perfección la ambición de los “gentilhombres”: los liberales que tenían el poder económico y ahora, caída la dinastía borbónica, aspiraban a tomar el poder político.














Edmondo de Amicis era un socialista piamontés de la generación posterior al Risorgimento. Quiso escribir un libro para exaltar el culto laico de la Patria, y la idea de Corazón fue su expresión máxima. Ese "corazón" del que habla se oponía al Sagrado Corazón: en esos mismos años (1886) estaba renaciendo en toda Europa la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que culminó con la construcción de la célebre basílica del Sacre-Coeur en Mont-Martre (París).


-Si se examina todo el libro, no se encontrará jamás un pensamiento dirigido a lo trascendente, al Redentor, a Cristo Salvador. No hay en él ninguna forma de religiosidad que no sea la inmanente: precisamente la laica, la de la patria. He ahí por qué, en mi opinión, Corazón es rechazable y no es lectura aconsejable, sobre todo para los niños. ¡Aunque sólo sea para no entristecerles, como ha sucedido durante generaciones en las escuelas italianas!