«Si quieres, puedes limpiarme.» «Quiero: queda limpio.»

Queridos hermanos:

Estamos ante el VI Domingo del Tiempo Ordinario, y la primera palabra que nos ofrece la Iglesia proviene del libro de Levítico. Dice así: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.» El concepto de lepra en la Torá y los profetas del Antiguo Testamento simboliza la corrupción de la sangre, que es el signo de la vida. Por eso, los israelitas y los musulmanes no pueden comer sangre, ya que representa la vida que se está yendo. Dios cura estas enfermedades, y estaba profetizado que vendría el Mesías como el último, ante quien no se miraría el rostro porque estaba corrompido. Jesús de Nazaret, quien asumió el pecado por nosotros, viene a curarnos, a los leprosos.

Respondemos con el Salmo 31: "Tú eres mi refugio, Señor, me rodeas con cantos de liberación". En el bautismo, la Iglesia canta que la vida en Cristo es una fiesta, porque ha perdonado nuestros pecados y culpas.

La segunda Palabra que nos ofrece la Iglesia, tomada de San Pablo a los Corintios, nos insta a seguir el ejemplo de Cristo. Seguir a Cristo es ser como Cristo, ser una misma persona con él.

Este llamado a seguir a Cristo se refleja también en el Evangelio de San Marcos, donde se acerca un leproso a Jesús, suplicándole de rodillas: "Si quieres, puedes limpiarme". Es importante entender que este leproso representa a todos nosotros, impuros y necesitados de Jesús. Este gesto de arrodillarnos ante Jesús, reconociéndonos como leprosos, es esencial.

Jesús, al sanar al leproso, le pide que no divulgue el milagro, evitando la aclamación populista y la exaltación fanática. Jesús prefería quedarse en las afueras, donde acudían los pobres. Dios nos está visitando a cada uno de nosotros, que somos leprosos en algún sentido. Podemos acudir a Jesús, como el leproso, con humildad y pedirle: "Si quieres, puedes limpiarme". Hagamos la prueba en lo escondido, donde nadie nos ve, y Dios, que ve en lo escondido, nos hablará y nos limpiará.

Que esta experiencia con Jesucristo, que nos sana y limpia, sea una realidad en nuestras vidas. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mons. José Luis del Palacio

Obispo E. del Callao