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León, en la Exaltación de la Santa Cruz, recuerda que «Su caridad es más grande que nuestro pecado»

León XIV sonríe ante las felicitaciones de los fieles congregados en la Plaza de San Pedro.Vatican Media

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El Papa no esquivó la cuestión noticiosa del día, por trivial que fuese: "Queridos hermanos y hermanas: creo que lo saben... hoy cumplo setenta años. Doy gracias al Señor y a mis padres, y agradezco a cuantos me han tenido presente en la oración. Muchas gracias a todos", dijo.

Pero la verdadera protagonista del Ángelus de este domingo en la Plaza de San Pedro era la festividad del día, la Exaltación de la Santa Cruz, en la que se recuerda el hallazgo en el siglo IV, en Jerusalén, del leño de la cruz por parte de Santa Elena, la madre del emperador Constantino, y su restitución a la Ciudad Santa por el emperador Heraclio en el año 630.

El Evangelio del día, explicó León XIV, recoge el momento en el que Nicodemo, uno de los jefes judíos, "persona recta y de mente abierta", acude al encuentro de Jesús porque "tiene necesidad de luz y de guía, busca a Dios" y pide ayuda al Maestro de Nazaret "porque en Él reconoce un profeta, un hombre que cumple signos extraordinarios".

La felicitación de un grupo de fieles a León XIV por su septuagésimo cumpleaños.Vatican Media

Es entonces cuando "el Señor lo acoge, lo escucha, y al final le revela que "Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3, 16). Unas palabras que Nicodemo no comprende plenamente en ese instante, pero que, continuó el Papa, entenderá "cuando, después de la crucifixión, ayude a sepultar el cuerpo del Salvador": "Comprenderá entonces que Dios, para redimir a los hombres, se hizo hombre y murió en la cruz".

Ésta es la grande y consoladora verdad que conmemoramos en la Exaltación de la Santa Cruz: "Dios nos salvó mostrándose a nosotros, ofreciéndose como nuestro compañero, maestro, médico, amigo, hasta hacerse por nosotros Pan partido en la Eucaristía. Y para cumplir esta obra se sirvió de uno de los instrumentos de muerte más cruel que el hombre haya jamás inventado: la cruz".

Celebramos entonces que, por su "amor inmenso", Dios, "abrazándola para nuestra salvación, la transformó de medio de muerte a instrumento de vida, enseñándonos que nada puede separarnos de Él y que su caridad es más grande que nuestro mismo pecado".