Religión en Libertad

Juan Manuel de Prada expresó su criterio sobre la prostitución en un artículo meridianamente claro

Juan Manuel de Prada, durante una reciente entrevista.

Juan Manuel de Prada, durante una reciente entrevista.Hablando en Plata (Youtube)

Carmelo López-Arias
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El eterno debate sobre si la prostitución debe ser:

  • legalizada y regularizada como cualquier otra actividad,
  • ilegalizada y perseguida de forma implacable como cualquier otro delito o
  • ilegalizada y tolerada, lo que avala su persecución graduada en función del bien que se persigue con la tolerancia

se ha visto recientemente reactivado por la abundancia de noticias sobre el negocio y la práctica de la prostitución que rodean al entorno familiar y político de Pedro Sánchez.

Juan Manuel de Prada ha participado en ese debate en distintas colaboraciones que, en líneas generales, vienen a sostener como legítima la opción política por la tolerancia

El escritor deja claro en todo caso su expreso rechazo a esa práctica, al negocio montado en torno a ella y a los abusos a que da lugar. Y señala la incoherencia de quienes fomentan la prostitución preparando el caldo de cultivo social y moral del que se nutre, para luego censurar que exista y se propague como la carcoma, hasta el punto de llegar a pudrir incluso las más altas instancias del Gobierno.

Esta posición de Prada se sitúa en línea con San Agustín o Santo Tomás de Aquino, que no declaran obligatoria la doctrina de la tolerancia, pero sí su posible legitimidad prudencial.

"En el gobierno humano, quienes gobiernan toleran también razonablemente algunos males para no impedir otros bienes, o incluso para evitar peores males", explica Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (II-IIae, 10-11) al hablar de la tolerancia hacia los infieles. 

Y cita en apoyo de esa tesis una frase de San Agustín (De Ordine, II) referida a la prostitución: "Quita a las meretrices de entre los humanos y habrás turbado todas las cosas con sensualidades", dice el obispo de Hipona.

"Por consiguiente", concluye el Aquinatense, "aunque pequen en sus ritos, pueden ser tolerados los infieles, sea por algún bien que puede provenir de ello, sea por evitar algún mal". 

La posición de Prada, concordante con ambos pilares de la teología de la Iglesia, ha suscitado sin embargo algunas reacciones que se la reprochan.

Con objeto de iluminar ese debate, recogemos a continuación el artículo publicado por Juan Manuel de Prada en ABC el pasado 20 de junio, donde recoge de forma muy clara -explícita o implícitamente- todas las perspectivas de su juicio sobre la cuestión:

La piara contra la prostitución

Leemos con estupor y risa floja que el llamado Ministerio de Igualdad presentará en septiembre un anteproyecto de ley para "abolir la prostitución". El anuncio se ha producido después de que se destaparan las grabaciones donde Ábalos y su faraute Koldo hacían un "donoso escrutinio" de lumis, al estilo del que hicieron el cura y el barbero de la biblioteca de don Quijote. Al parecer, los juicios chocarreros de este par de cerditos verriondos han parecido al resto de la piara tan "rechazables y deleznables" que han resuelto acabar de un plumazo con la prostitución, con ese exceso de celo tan característico del progresismo, detectado por Chesterton: "He descubierto que la nueva mojigatería es más estrecha y mojigata que la vieja, incluso la de los días tristes y oscuros del final de la época puritana. Este descubrimiento me interesa no poco, pues siempre he odiado el puritanismo ordinario con odio límpido, perfecto e inmaculado. Sin embargo, el puritano puro no es tan negativo, represivo y lúgubre como el progresista puro".

Al escribir sobre los utopistas obsesionados por la creación de un 'hombre nuevo', Lewis Mumford señalaba: "Al pretender que Falstaff sea como Cristo, estos fanáticos impiden que los bribones de nacimiento sean capaces de alcanzar al menos el nivel de un Robin Hood". En efecto, se puede conseguir que un ladrón desvergonzado como Falstaff se convierta en un ladrón solidario como Robin Hood; pero si pretendemos forzar a Falstaff para que se convierta en Cristo de la noche a la mañana, sólo lograremos enfurecerlo y tornarlo más peligroso y criminal. Si se pretende combatir la lacra de la prostitución, unos gobernantes cabales fomentarían el cultivo de las virtudes privadas, recuperarían los frenos morales que encauzan la sexualidad humana y cegarían los reclamos que la enardecen, formarían suavemente las conciencias y fomentarían la vida familiar como remedio a la concupiscencia. De este modo, cada vez habría más Falstaffs dispuestos a convertirse en Robin Hood; o sea, más personas conscientes de que una cruda sexualidad ofrecida o buscada a cambio de dinero atenta contra la dignidad humana, incapacita para los afectos verdaderos y lastima muy gravemente los vínculos humanos, que exigen donación. Pero la piara del partido de Estado se ha dedicado a hacer justamente lo contrario durante décadas: ha escarnecido las virtudes privadas (para que también decaigan las virtudes públicas), ha arrasado todos los frenos morales que encauzan la sexualidad humana y ha exacerbado todos los reclamos que la enardecen, ha deformado las conciencias mediante leyes aberrantes y propagandas depravadas y ha exaltado las formas más variopintas de concupiscencia. La piara del partido de Estado, timonel del Régimen del 78, se ha dedicado, en fin, a borrar toda noción de límite, convirtiendo a los españoles en una papilla humanoide absorta en sus derechos de bragueta, bulímica de los placeres más fétidos y rehén de las pulsiones más sórdidas. Así han convertido al borrachín Falstaff, tentado por las mozas del partido, en un Calígula que ha hecho de sus apetitos una nueva religión patológica.

A esta sociedad convertida en amasijo de carne pútrida y hormigueante de vicios, que recurre a la prostitución para aliviar las angustias de una vida condenada a la dispersión y a la infecundidad, la piara del partido de Estado quiere regalar una ley para "abolir la prostitución". Allá donde no existe conciencia de límites humanos, las imposiciones tienden a hacerse sobrehumanas; dejan de fundarse en la aspiración de una vida virtuosa, para fundarse en aspiraciones tan desaforadas y quiméricas como "abolir la prostitución". Por supuesto, lo único que conseguiría la piara del partido de Estado "aboliendo la prostitución" es generar mayor frustración y violencia entre quienes recurren a esta forma degradante de sexualidad, de tal modo que se multiplicasen los abusos sexuales y se prostituyese toda expresión afectiva y sexual. Así actúa siempre el puritanismo: impone prohibiciones sobrehumanas que Falstaff no puede cumplir; y, una vez que Falstaff infringe por desesperación esas prohibiciones sobrehumanas, se infringen también las prohibiciones verdaderamente humanas, hasta que Falstaff se convierte en Calígula.

"¿Dónde irán tantos calcillas,/ pecadores de improviso,/ que a lo de porte de carta/ compraban los parasismos?», se preguntaba Quevedo, al contemplar las mancebías cerradas por aquella famosa Real Pragmática de 1623 que prohibió la prostitución. Pero todos sabemos que los calcillas del partido de Estado encontrarán siempre lugar donde "comprar los parasismos", porque las prohibiciones de la prostitución sólo rigen para los pobres diablos y no para quienes las urden, que tienen su palomar bien provisto de palomitas. Así ocurrió con la Real Pragmática de 1623, que no impidió que Felipe IV engendrase más de treinta bastardos; y así ocurriría también con esta piara del partido de Estado, que seguiría montando impunemente sus farras con sobrinitas y farlopa a costa del erario público. Aunque, desde luego, no acaba de entenderse por qué ahora, de repente, a esta piara le da por reaccionar de modo tan aspaventero contra los desahogos venéreos de un par de cerditos verriondos de su pocilga, si durante décadas no ha habido escándalo donde el partido de Estado se haya visto involucrado que no haya estado concurrido por un serrallo de lumis. Y, sobre todo, no se entiende que el 'donoso escrutinio' de Koldo y Ábalos despierte tanto rechazo entre la piara, cuando la familia de su líder carismático ha disfrutado de unas opíparas rentas nutridas por el lenocinio

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