Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Este español de 50 años ofrece al mundo su testimonio, «un milagro para nuestros días»

Tino, del abismo profundo de las drogas a llegar a estudiar Teología tras ser rescatado por Dios

Tino Sanz
Tino Sanz es ahora un hombre que con la ayuda de Dios intenta hacer el bien / Diócesis de Tarazona

ReL

Tino Sanz encarna lo que se define como un "hombre nuevo", pues su vida se transformó completamente cuando en medio de la drogadicción y la adicción encontró a Dios. Con su ayuda pudo superar todos los problemas hasta convertirse en una persona que pasó de destruirse a sí mismo a poder entregarse a los demás.

A sus 50 años, Tino vive en un pueblo que pertenece a la pequeña diócesis aragonesa de Tarazona y está convencido de que su vida es un auténtico milagro. Y si Dios ha podido hacer eso en su vida, lo puede hacer también en cualquier. 

A continuación ofrecemos el testimonio en primera persona de Tino que recoge Iglesia en Aragón:

Un milagro de Dios para nuestros días

Podría comenzar este artículo de muchas maneras, lo correcto sería empezar por el principio, el único problema es la falta de espacio para contar una vida de 50 años.

Mi nombre es Tino Sanz y estoy viviendo en la localidad de El Buste. Cualquiera que quiera conocerla se puede acercar y podemos dar un paseo por este bello rincón de la Comarca de Tarazona. Gustoso le contaré con pelos y señales toda mi biografía, porque desde luego que será un tremendo placer compartir con cualquiera de vosotros mi experiencia y vivencias. Si alguien se siente identificado con mi historia, aquí estoy para ayudarle en lo que pueda.

Como os decía, me llamo Faustino Sanz y toda mi vida he sido una persona muy religiosa. Viví mi infancia en movimientos católicos, siempre que podía me escapaba a la Iglesia (entonces estaban abiertas más a menudo), tengo un bonito recuerdo de la catequesis de Comunión y también de las Madres Vedruna, a las que volvía locas con mis preguntas teológicas. Tampoco puedo olvidar a mi párroco, Don Francisco Escribano (en gloria esté).

Rebeldía juvenil

Pero mi juventud estuvo marcada por la rebeldía e incomprensión hacia la Iglesia. ¿Cuál fue el motivo? No lo sé. Me convertí en un chico moderno y empecé a introducirme en el mundo del espectáculo; veía pasado de moda el asistir a Misa y esas cosas, pero nunca dejé de rezar. Siempre sentí la cercanía de Dios. Hoy me he dado cuenta que siempre estuve enamorado de Cristo, solo que no quería reconocerlo ni verlo.

Llegó el momento de cumplir con el servicio militar y, desde luego, me hice objetor de conciencia (era lo que se llevaba)-. Lo realicé con una monjita franciscana en Xátiva y ese tiempo fue el más hermoso de mi vida. Ese, y el que pasé cuidando a mi madre años más tarde. Aquella monjita me enseñó lo que de verdad era el amor por los pobres y desfavorecidos y de ella aprendí muchísimo. Cristo me estaba marcando un camino y de nuevo le dije que no.

Mi búsqueda errónea

Cuando terminé mi servicio social me trasladé a Zaragoza, luego a Salou, Madrid, Valencia, París… Así comencé a buscar como tapar mis vacíos emocionales, así comencé a consumir y a introducirme en el mundo de las drogas. Quise vivir una vida que no era para mí, me empeciné en ser una estrella del espectáculo, quise brillar por mi mismo, quise ser alguien para lo que no había nacido.

Poco a poco, año tras año, pasito a pasito, acabé metido hasta el fondo en el infierno de las drogas. Nunca dejé de rezar, esas oraciones me mantuvieron en pie y me hicieron ser un poco más persona (si se puede llamar así). Dios nunca me abandonó. En mi corazón escuchaba como Él me instaba a dejar ese mundo, pero no quise oírle.

El Buste

El Buste, la localidad de Zaragoza en la que vive Tino

Regresé a mi pueblo y fue en esta época cuando comenzó el principio del fin. Mi cuerpo poco a poco se fue deteriorando, dejé de ser yo mismo, intenté dejarlo por mi cuenta infinidad de veces, siempre volví. Y, mientras, seguía escuchando esa voz que me decía que tenía que dejar todo aquello, yo insistí en no escucharle.

Empiezan los cambios

A los 40 años sentí la necesidad de confirmarme. De nuevo, poco a poco me acerqué a la Iglesia, cantaba en el coro de mi parroquia, ayudaba en las lecturas, colaboré con Cáritas. Pero, por otro lado, comencé a consumir sin control. Yo sabía que aquello tenía que terminar, la voz que había escuchado toda mi vida se puso seria y le obedecí. Ingresé en Prisma (un centro de desintoxicación) el 20 de noviembre de 2014.

Si tuviera que resumir ese periodo, no habría sitio en un montón de páginas; pero resumido en una palabra sería: “Gracias”. No puedo expresar aquí las lágrimas, el dolor, la ansiedad, el miedo que viví esas semanas; pero la voz le decía a mi corazón: “Estoy contigo”.

Cuando salí continué con un seguimiento médico durante dos años más. Quiero decir que esta enfermedad nunca se pasa, pero lo más hermoso de todo es que nunca perdí la esperanza. ¿Fueron mis fuerzas? Desde luego que no. Mi psicólogo me decía que al final lo iba hacer creer en los milagros.

El gran milagro de Dios en mí

Ese fue el gran milagro de Dios en mi vida. Comencé a reconstruirme como persona junto a Él, me dejé moldear por sus manos, empecé a seguir sus consejos. Por primera vez, comencé a vivir la vida que realmente era mi vida. Ya no era una vida de estrellatos ni de triunfos, era una vida sencilla y llena de obstáculos, pero junto a Cristo, los obstáculos son regalos.

A partir de entonces, me propuse estudiar, realicé el acceso a la Universidad, comencé el Grado de Teología en el CRETA (decidí conocer a Dios más profundamente), aprendí piano, continué mis estudios de Ciencias Religiosas en la Universidad de Pamplona, cuidé de la persona que mejor me comprendió y amó en este mundo (mi madre). Aunque ella no me lo pidió, yo sentí que debía devolverle todas sus oraciones y lágrimas para que cambiara de vida. Tuve el lujo de estar con ella hasta que se marchó al Cielo.

Me vine a vivir al pueblo más bonito del mundo, El Buste, y convertí mi vida en una vida para los demás y, sobre todo, sigo sin perder la esperanza de que puedo vencer cada día a mi enfermedad porque con la ayuda de Dios sé que puedo.

Cuando entro en una Iglesia, siempre veo a ese niño que no tuvo una infancia fácil y que se escapaba a llorar a los pies de una imagen de Jesús crucificado. Ahora, siempre que puedo también me abrazo a esa imagen, solo que ahora las lágrimas son de alegría, de libertad y de amor, de puro amor.

Comprensión

Os pido comprensión hacia nosotros. Como yo hay muchos más. Sé que hemos cometido muchos fallos a lo largo de nuestra vida, pero fijaros también en lo que hemos hecho bien, porque seguro que también hay muchas cosas.

Detrás de esta enfermedad hay muchos motivos. Yo rezo porque cada uno se atreva a vivir la vida que realmente ha venido a vivir. Creo que nos asusta ser nosotros mismos, nos dejamos llevar por luces que nos dejan ciegos, ojalá cada uno encuentre su verdadero camino. Yo os aseguro que la experiencia es alucinante; ojalá os dejéis ayudar por Dios, os garantizo que nadie que se acerca a Él de corazón se va sin respuesta y consuelo.

Os preguntaréis cuales fueron mis drogas, fueron muchas, pero ninguna puede convertirse en nuestra dueña si uno se atreve a vencerla. Si uno se arrodilla ante Dios y le pide que le ayude, nunca se va de vacío.

Dios nos hace libres, sólo Él nos hace verdaderamente libres: “Me viste a mí, cuando nadie me vio; me diste un nombre, me cogiste en tus brazos y me rescataste del infierno de las drogas”. Este es el gran milagro de Dios en mi vida.

Las oraciones de mi madre no fueron en vano, mis oraciones tampoco lo son. Dios tiene un método, un tiempo, un lugar, pese a lo que hoy dicen de Dios, Él vive y vivirá. Nunca se cansa de esperar, ojalá te atrevas hoy a volver al hogar; no dudes que Dios te está esperando con los brazos abiertos y llenos de amor.

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