Empezó con un establo en la montaña; combina oración, Palabra y trabajo y un ritmo distinto al mundo
Raffaele Busnelli, de cura ajetreado a ermitaño en Lecco: recibe unas 600 personas al año

Raffaele Busnelli lleva 13 años de ermitaño en una montaña en el norte de Italia... le visitan personas que buscan simplicidad
Chiara Vitali ha entrevistado en Avvenire a Rafael Busnelli, que desde hace 13 años es ermitaño. Antes era un sacerdote diocesano volcado en actividades, reuniones y una frenética rutina diaria. Ahora su ritmo es distinto. Vive en Pagnona, en el valle de Varrone, en las montañas sobre Lecco, una ciudad de fama romántica en el norte de Italia.
Tiene una rutina diaria de oración bastante estricta, con un horario que empieza a las cinco de la mañana y reglas precisas. «Rezar es saber que Dios tiene algo que decir y dejar que suceda», sentencia.
El resto del tiempo lo pasa estudiando y trabajando en la carpintería o en su jardín.
Su morada son unas pequeñas casas de piedra que él mismo restauró, con ayuda de jóvenes amigos que conocía de su etapa diocesana: una pequeña iglesia, una habitación de invitados, una cocina, una biblioteca repleta de libros y un taller de carpintería. Lo llama el éremo o yermo de la brecha ("Eremo della Breccia" en italiano). No hay otros pueblos a la vista; el valle es rico en bosques y prados.
Los que llegan en búsqueda espiritual
Es un lugar silencioso, pero no tan solitario como podría pensarse. Entre 500 y 700 personas pasan por allí cada año. Algunos se quedan unas horas, otros semanas, dice en la entrevista.
"Muchos vienen por una verdadera búsqueda espiritual", afirma el ermitaño. Algunos son ateos y vienen por curiosidad, pero a menudo se dan cuenta de que buscaban una dimensión más profunda. Él les escucha y les habla del Evangelio. "Debemos devolver el amor que hemos recibido", dice.
En otra entrevista, en Il Grinzone.it, hace unos años, explicó que el buscador espiritual en la ermita "puede tener esa libertad que es más difícil de expresar en una parroquia".
Contaba una anécdota: "Una persona mayor se presentó y me preguntó si podía ver al ermitaño; era un día de invierno y en Gallino no había nadie más que yo, que estaba trabajando en la carpintería. Respondí: 'Como estoy solo, dicen que soy el ermitaño'. El señor, molesto, se fue murmurando que no podía ser yo, porque yo no tenía barba y no vivía en una cueva".
En Il Grinzone explicó que los visitantes que llegan al éremo buscan "simplicidad", a veces en el silencio, otras veces en la conversación. Pero para recibir fruto espiritual se requiere tiempo.
"A veces sucede que alguien pide quedarse una semana, pero después de dos días, recibe una llamada telefónica, recuerda una cita, se disculpa, pero tiene que irse de nuevo. Algunas personas piensan que la soledad ofrece automáticamente mayor libertad, pero esta no es una realidad inmediata. Una mayor soledad requiere mayor disciplina y mayor rigor", detalla.
De un establo a 10.000 libros
En Il Grinzone contó que empezó de ermitaño porque una señora le regaló "una pequeña cabaña en este rincón remoto, de hecho un establo, que se había convertido en un almacén, con un pequeño pajar encima. [...] Nadie vivía aquí, pero no estaba completamente aislado y de hecho era un lugar de paso. Poco a poco trajimos electricidad, agua, alcantarillado. Algunas cabañas cercanas se convirtieron en la capilla, la biblioteca, el taller de carpintería, la casa de huéspedes. En la biblioteca hay casi 10.000 libros", explica. Son sobre todo textos de Padres de la Iglesia o del Concilio Vaticano II, donados por otros sacerdotes.
Llegó a la ermita después de hablar con el cardenal Martini, de Milán, y su sucesor el cardenal Tettamazi. Quedó claro que no huía de nada, que buscaba seguir a Dios. "Intenté reconciliar una vida contemplativa con una vida activa, una muy activa. Me levantaba temprano por la mañana para rezar, y esto me ayudó: Ora et Labora siempre han estado unidos, no hay división", detalla.
"La hospitalidad también es un valor fundamental para la experiencia eremítica. Las lecturas y la experiencia de los Padres del Desierto me ayudaron mucho y siguen ayudándome. También son importantes las reuniones mensuales con otros cuatro eremitas que viven en otras zonas; en cada reunión tratamos un tema específico", añadía.
Lo más duro de ser ermitaño
Cuida con detalle el césped de su jardín. Pero advierte a Avvenire: «Aquí te quedas maravillado durante la primera media hora, luego descubres todo el duro trabajo de cultivar la tierra».
Cuando le preguntan lo más duro de ser ermitaño, responde como un campesino: "Es el invierno, es la estación más dura. Hace mucho frío y todo se seca".
Tiene un teléfono móvil, que estos días utiliza mucho, porque se está organizando una peregrinación de ermitaños italianos para el Jubileo de la Vida Consagrada. Son unos 200 los ermitaños de Italia, y casi todos van a ir al Jubileo.
Personajes
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Javier Lozano / ReL
Estar en el desierto ¡para dar fruto!
Si le preguntan si no debería estar sirviendo en una parroquia, donde hay tanta necesidad de sacerdotes, responde: "Estamos acostumbrados a medirlo todo con los parámetros de utilidad y productividad, propios del mundo económico. Quizás debamos cambiar nuestro enfoque". Se apoya en un documento eclesial oficial con directrices para ermitaños de 2022 llamado Ponam in deserto viam ('Abriré un camino en el desierto', cita de Isaías 33).
"Es algo que aparentemente no tiene sentido. ¿Por qué abrir un camino en un contexto que es por definición improductivo, donde no hay nadie? La respuesta siempre viene de Isaías, quien dice: 'El desierto florecerá, y correrán ríos de agua por él, y todo brotará y dará fruto'", detalla.
Su conclusión, al menos para los que tienen vocación de ermitaño: "Debemos tener la valentía de permanecer en el desierto y en silencio. Entonces se abrirán nuevos caminos que ni siquiera podemos imaginar, y que todos, algún día, podremos recorrer".
Busnelli en una entrevista en italiano (media hora) en 2020, durante la pandemia... aunque a él el confinamiento casi no le afectó, admite.