Heliodoro Picazo valora la polarización de la Iglesia desde la perspectiva de 40 años de misión
Las noches oscuras del misionero «Terminator»: «No te hacen perder la fe, la ponen en su fundamento»

Heliodoro Picazo Hernández, sacerdote misionero en Guatemala durante 40 años.
La mañana de este 10 de junio se presentaba la Memoria anual de actividades de Obras Misionales Pontificias relativa a 2024. Un ejercicio en el que comienzan a observarse de forma patentes los cambios provocados por las tendencias demográficas en la Iglesia universal y especialmente en los 1.131 territorios de misión.
Entre estos datos, la memoria remarca que un tercio de los bautismos de todo el mundo son en territorios de misión. El continente africano es otro de los aspectos que muestra el cambio radical de la Iglesia: en las últimas cuatro décadas, el número de sacerdotes africanos casi se ha triplicado, y si en 1978 el 7% de los católicos eran africanos, hoy son cerca del 20% del total.
Si la demografía es un dato positivo en el caso africano, supone una “preocupación” para, en el caso español: aunque España sigue siendo líder en el envío de misioneros, se observa una caída de 9.932 en 2023 a 9.648 en 2024.
Una reducción significativa motivada según José María Calderón, director nacional OMP España, a una media de edad elevada de los misioneros -en torno a los 75 años-, siendo muchos los que se jubilan, retiran, fallecen u obedecen al llamado de su congregación o comunidad. De este modo, los misioneros que se van no reemplazan en número a los que se envían.
“Las causas son muchas, la natalidad es mucho menor, la formación no es como era, el secularismo es muy grande y el ambiente no es propicio. Hoy se admita la labor social”, pero “nos conformamos con un voluntariado o cooperación en lugar de la entrega total”, explica Calderón. Con todo, enumera también signos esperanzadores, como son los 10.000 jóvenes que acuden cada verano a misiones, confiando en que podrán surgir nuevas vocaciones en el futuro.
Este año, los asistentes a la presentación de la memoria pudieron conocer de primera mano las inspiradoras vivencias del sacerdote Heliodoro Picazo, que desde 1988 ha dedicado cuarenta años de su vida a la misión en Guatemala, especialmente en Petén.
El misionero comenzó preguntándose por cómo un pueblo como el de Guatemala podía ser tan alegre y religioso tras los sufrimiento, dificultades y penurias agravados por una guerra civil de más de tres décadas (1960-1996).
“No sé si yo hubiera tenido la fe, esperanza y alegría que tiene la gente. Tienen una fe auténtica. Nosotros conocemos la fe y sabemos los dogmas, pero ellos [los guatemaltecos o los indígenas kekchí de origen maya] la tienen en el corazón”, mencionó.
Uno de los momentos más difíciles en 40 años
Muestra de esa fe y esperanza profundas fue una conmovedora anécdota que Heliodoro recordó ante los medios al hablar de una pequeña de dos años, hija de un catequista y responsable de la comunidad, padre de ocho hijos.
Para él, fue uno de los momentos “más difíciles” de su trayectoria misionera. Se me heló el corazón, relata, “yo iba a las comunidades a caballo, unas 10 o 12 horas, cenaba y dormía allí, éramos familia prácticamente. Iba llorando, hecho polvo, cuando vi a la niña en una caja de cartón y los niños mirándola, encendiendo una vela, viviendo el momento con esa fe en la resurrección, con una calma, que pensé: no llores con la gente viviéndolo así”.
El sacerdote misionero lloró junto a la pequeña, pero incluso en momentos así recuerda que se percibía esperanza y alegría cristiana.
No fue el único episodio amargo. Entre los más difíciles para un misionero, enumeró “las amenazas de muerte, las pistolas en el pecho o los accidentes” sufridos. Pero también recordó momentos de calidez, como cuando tras vivir a un accidente, su ahijada dijo: "Es como Terminator, no termina nunca por mucho accidente que tenga".
¿Para qué rezar...?
Es en momentos como ese, uno de los muchos en que “la gente se pregunta para qué rezar”, cuando él asegura sentir “el valor de la oración: Dios siempre está por nuestro bien y todo lo que ocurre es para crecer en el amor. Muchas veces nos quedamos en la oración de petición, en pedir y no dar. Yo ya no le pido. Mi oración es: `Señor, ¿en qué puedo ayudar? O por lo menos, ¿no estorbar?”.
Entrevistado por Religión en Libertad tras la presentación, el sacerdote relató cómo ha cambiado su perspectiva y visión de la fe y evangelización tras más de media vida dedicada a la misión.
-¿Tuvo que “desaprender” algo cuando llegó a Guatemala?
-Cuando uno es joven, le gusta lo bonito, juntarse con jóvenes, incluso aún siendo sacerdote hay momentos de disfrutar “legalmente” como dirían en Guatemala. Pero a la vez, tuve que desaprender [el rechazo] al sufrimiento, a ocultar la muerte a los niños…
»Lo primero que aprendí fue que las personas, los enfermos, los borrachos o asesinos, son espejos de Dios. Aprendí a ver la belleza en toda persona, aunque sea marginada.
-¿No se arrepintió?
-Fue por gracia de Dios, porque lo vi, y por la fuerza de la oración. Si no, a los dos días me habría vuelto. Además, uno puede superar todas las cosas. De todas formas, yo creo que tendría que haber nacido en Guatemala.
-¿Por qué?
-Todo me gustaba. La comida, el calor, la gente… Lo que más me gustaba de Petén era el calor y las personas.
-Tras cuatro décadas en Guatemala, ¿ha visto más conversión del pueblo a la fe o suya a los guatemaltecos?
-Todos necesitamos conversión. Pero quien más la necesitaba era yo, a la gente. Cuando llegué, encontré el chile, el frijol, el tamal, la tortillas o el café… y me encantaba. En esa conversión, fue la gente quien actuó.
-¿Y la fe?
-También la gente se ha convertido.
-¿Por ejemplo?
-Gente que se ha casado al descubrir la fe. Que han entrado a catequistas y después a seminaristas. Ahí lo primero es ser catequista y a los 20 o 25 años vas al seminario, con experiencia pastoral.
-¿Algún caso particular o paradigmático?
-En Guatemala hay mucha `lucha´ con las sectas, y ha habido conversiones. Había un viejecito católico que le preguntaba: `¿Cómo va a servicios protestantes?´ Y me dijo: `Voy con los protestantes para salvar la vaquita que me dieron, y vengo a la Iglesia católica para salvar mi alma´.
-¿Hubo algún momento en que no pudiese más o en que perdiese la fe?
-Perder la fe, no. Las dudas, preguntas, el sufrimiento y llanto, [preguntar a Dios] por qué este pueblo, este país con estas personas tan buenas con esta fe, sufre el misterio del mal y las injusticias… Esas cosas no te hacen perder la fe, pero sí ponerla en sus fundamentos. Noches oscuras se tienen. Y si no se tienen, a lo mejor no progresa uno verdaderamente.
-¿Qué hay del `síndrome del salvador´, de ir para solucionar?
-Hay cosas que se pueden solucionar con la mente y con la acción. Pero hay otras existenciales, como la muerte del inocente, la injusticia… Yo he visto asesinar a gente. He sentido el arrepentimiento de un padre, al que el Señor concedió la gracia de perdonar al asesino de su hijo.
»La gente me dice: `¿Para qué vas a Guatemala, si no vas a solucionar nada?´ No voy para solucionar nada, sino para solucionarme a mí. La solución es poner las cosas en manos de Dios. Hacemos lo que podemos, y el Señor no nos va a pedir más de lo que podemos hacer por él y por las personas.
-Como misionero, ¿cómo contempla la polarización de la Iglesia o que se vea lo misionero con mayor cercanía de lo progresista que de lo conservador?
-La edad va haciendo su trabajo... Somos un equipazo. Hay jóvenes que tienen que estar `colando golazos´, otros en defensa, otros son más intuitivos… En la Iglesia cabemos todos.
»Alguien del Opus Dei, por ejemplo, está haciendo su labor de una forma distinta, a lo mejor en el seminario en enseñando latín. Yo para eso no valgo, tampoco para pensar en rúbricas.
-¿Por qué?
-La selva es la selva. A veces hacíamos una misa con estola y el obispo no se escandalizaba. Es ser fiel a lo que uno cree. En la Iglesia habrá momentos, colores, pero lo importante es que trabajemos por el reino. Aunque alguien me haga daño o critique mi forma de hacer, no me causa problema. Es hermano, compañero, hace lo mejor que puede y yo lo mejor que puedo.
-Si volviese a Guatemala, ¿qué se llevaría en la mochila?
-Siempre llevo cosas para la gente, el dinero que me da el obispado y la alegría y gozo de encontrarme feliz recorriendo las calles y caminos. Pienso: `Señor, o me voy a morir pronto o esto es un trozo de cielo´. La felicidad se me sale. Llevo también a la gente de mi pueblo, que me dice que rezan por mí y que haga lo que pueda.
»De cosas para mí, llevo lo puesto, camisa, pantalón y playera. Y alegría y gozo de sentirme en familia. Indígenas, mis padres y hermanos, es la misma familia.