Una entrevista de Julio Borges Junyent
Montserrat Herrero: en la conciencia y en la verdad «está la fuerza de resistencia al poder injusto»
Es catedrática de Filosofía y analista del pensamiento político.

Montserrat Herrero: "Solo desde la conciencia libre se puede resistir al poder injusto".
Continuando nuestras entrevistas con grandes exponentes del pensamiento contemporáneo, tengo el honor de presentarles hoy nuestra conversación con la profesora Montserrat Herrero.
Montserrat Herrero López es catedrática de Filosofía en la Universidad de Navarra e investigadora principal del Instituto Cultura y Sociedad (ICS). Su labor académica se centra en la intersección entre política, religión y filosofía, abordando temas como la autoridad, la legitimidad y la conciencia en el ámbito público.
Entre sus obras más destacadas se encuentran Poder, gobierno, autoridad: la condición saludable de la vida política (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales), La política revolucionaria de John Locke (Tecnos), Ficciones políticas: el eco de Thomas Hobbes en el ocaso de la modernidad (Katz) y Theopolitical Figures: Scripture, Prophecy, Oath, Charisma, Hospitality (Edinburgh University Press).
Además, ha editado y traducido textos clave de Carl Schmitt, como La tiranía de los valores (Comares). Particularmente, a quienes quieran profundizar, les recomendamos su libro Filosofía Política, una historia de la política desde la antigüedad hasta nuestros días, editado por Rialp.
La profesora Herrero es reconocida por su pensamiento riguroso y su compromiso con la investigación filosófica y la sabiduría que ilumina la cultura occidental. Es una intelectual y académica químicamente pura. Una mujer llena de energía que acomete distintos proyectos intelectuales con una enorme pasión. Al conversar, casi que es posible mirar cómo en su mente va hilvanando y relacionando textos, autores, situaciones, alertas, ideas en cada una de las preguntas que pude formularle. Su formación intelectual tiene una exhaustividad admirable.
En sus reflexiones de nuestra conversación, destaca la importancia de la conciencia individual, la libertad y la trascendencia como pilares fundamentales para una democracia auténtica y saludable.

-Muchas gracias, profesora, por esta conversación. Quisiera preguntarle: ¿cómo caracterizaría el debate actual en torno a la democracia? Algunos pensadores me han dicho que no ven una crisis, sino que la democracia vive en constante tensión y que esta situación es normal. ¿Usted cree que realmente hay una crisis de la democracia? Y, si es así, ¿cómo se experimenta esa crisis en la vida cotidiana de las personas?
-Sí pienso que hay una crisis de la democracia. La idea de democracia de la antigüedad está vinculada a la polis, a la ciudad, y, por tanto, al autogobierno de comunidades pequeñas. Tiene que haber una limitación territorial, porque si no, la democracia entra en peligro. No es fácil que haya grandes espacios en que se pueda ejercer el autogobierno.
»La democracia moderna, que nace con Rousseau, afirma también que solo puede existir ligada a naciones pequeñas; de lo contrario, sería preferible una monarquía parlamentaria, como él mismo señala en El contrato social. Ya esta primera circunstancia territorial no se cumple en nuestro tiempo.
»Por otro lado, la democracia que pensó Rousseau era una democracia de mayorías. Sin embargo, hoy tenemos democracias de minorías, que en el fondo son sistemas de privilegios. La democracia se ha convertido en un sistema de privilegios casi estamentales. Hoy en día, en lugar de estamentos, tenemos minorías sociales que se convierten en clases privilegiadas simplemente por proclamar una diferencia que las caracteriza. Esa diferencia las hace visibles y reconocidas dentro del sistema de poder político.
»La norma ahora es incluir al diferente con unos derechos superiores al común de los ciudadanos: es lo que se denomina discriminación positiva. La inclusión es un valor importante, pero la inclusión ha derivado en privilegios políticos para algunos grupos. Esto contradice el principio esencial de la democracia igualitaria rousseauniana: que gobierne la mayoría, entendida como una opción política coherente y no como suma de voluntades particulares interesadas.
»Rousseau defendía la mayoría porque encarnaba la verdad política. Antonio Millán-Puelles, en su magnífico libro El interés por la verdad, señala que la coincidencia de muchas personas sobre una idea no garantiza que sea verdadera, pero sí es un signo que apunta hacia la verdad.
»En definitiva, la democracia ha perdido esa noción de sentido común, que es lo que Rousseau entendía por volonté générale. Pues, aunque la coincidencia en las opiniones no sea prueba definitiva de la verdad de una opción política, sí puede ser un camino que aproxime hacia ella. Si respetáramos lo que sale de las urnas como voluntad de la mayoría, la democracia tendría al menos algo de verdad, algo de sentido común.
-¿Se refiere a la posibilidad de buscar una verdad que esté más allá del consenso?
-Digamos que no hay verdad política que pueda ser verosímil sin consenso. Nadie puede imponer algo a los demás como una verdad. La verdad no se impone, sino que debe ser aceptada como tal libremente. Esto forma parte de lo que significa vivir juntos en comunidad. Cada uno debe poder decidir sobre su vida y sobre lo que considera justo y correcto.
»Cuando se impone la suma de minorías, se termina sometiendo a la mayoría y en este caso, se deciden las cuestiones incluso por encima del consenso. De momento me conformaría incluso con que se respete el consenso de la mayoría.
»Parte del problema de las democracias actuales es precisamente este: que las alianzas necesarias para gobernar diluyen el sentido común y la verdad política. Y esto es parte central de la crisis.

-¿Cómo entiende usted la relación entre el sentido común, la verdad y la democracia?
-La palabra “verdad” funciona de manera extraña en política.
»En política, no se puede decir que alguien tiene “la” verdad y que, por eso, se puede imponer. Sobre las cuestiones concretas que afectan a la vida común de los ciudadanos, generalmente se tienen opiniones, ideas o posibilidades, es decir, lo que existen son consensos sobre ciertas cuestiones. La política es el arte de lo posible y tiene una referencia inmediata a la acción. Las verdades que uno tiene por “absolutas” se consolidan en la familia, en los ámbitos de amistad, en las creencias. Y este tipo de verdades no se deben imponer coactivamente a nadie. La imposición coactiva de la verdad moral, por ejemplo, liquida inmediatamente el ámbito de la moral, puesto que para que preservar la moralidad de las acciones se requiere libertad y no coacción.
»La verdad socialmente reconocida es lo que me gusta denominar, siguiendo a Álvaro d’Ors, autoridad, que se distingue tanto de la verdad personal como de la potestad. En la sociedad hay muchas fuentes de autoridad: las iglesias, las universidades, los institutos científicos, el ejército, los juristas. La potestad decide, la autoridad declara. Para que las verdades que estas instituciones “producen” entre a intervenir en las decisiones políticas ha de ser socialmente reconocida, es decir, participar del consenso, del reconocimiento social. Otra cosa no es de recibo en una democracia.
»Hay quienes creen que hay verdades axiomáticas que pueden imponerse en estos terrenos. Pero ese es un camino autoritario. Ni siquiera Dios actúa así. Dios no impone directamente en la historia sus decisiones. Actúa por causas segundas, como dice Tomás de Aquino. Los fines de Dios para la historia solo se realizan si las personas los aceptan en su conciencia y los ponen por obra. Dios no se impone.
»Ahora bien, y esta es la fórmula de corrección política sobre la que he escrito en el libro Poder, gobierno, autoridad: para una sana vida política las instituciones de potestad y autoridad no pueden estar en las mismas manos. Como se imagina, el que lo estén es el más grave problema de nuestras democracias. La separación de poderes es insuficiente en este punto. Este asunto es incluso más grave que el que la democracia haya pasado a ser el instrumento de las minorías para lucrar sus intereses políticos.
-Cuando hablo de verdad, no me refiero a conocimientos verificables. Me refiero a principios autoevidentes, a valores éticos fundamentales, como el valor de la vida o la dignidad humana. Valores prepolíticos.
-Cuando hablamos de condiciones prepolíticas, no hablamos necesariamente de verdades que hayan de ser obligadas políticamente sino de prácticas que los miembros de una comunidad deben mantener desde su convicción particular.
»Por ejemplo, la religión es una práctica compartida, una forma de vida en torno a una fe. Y la fe es un don, no algo que pueda producirse por voluntad. Sin embargo, sí existen prácticas sociales que pueden preservar la fe de quienes la tienen y pueden acoger a nuevos creyentes. Quienes la tienen deben luchar porque se respeten sus prácticas.
»Preservar la vida, por ejemplo, es fundamental. Si no se protege la vida, las sociedades se autodestruyen. La generación de nuevas personas es condición para que exista una comunidad política. Una política antinatalista no se sostiene racionalmente, porque niega la posibilidad de comunidad. Pero no hay ninguna política que pueda estar en el fundamento de la decisión de generar una vida.
»El decir veraz es una práctica social sin la cual se corroe la confianza y se imposibilita la existencia de las instituciones sociales. Pero para ser veraz hay que ser consciente de la imposibilidad de una identidad personal sin ese decir veraz y esto se puede informar, pero no obligar.
»Podríamos hablar de numerosas prácticas como estás. Yo las he tratado en el libro Theopolitical Figures: Scripture, Prophecy, Oath, Charisma, Hospitality. Las condiciones prepolíticas son tales porque la acción política no las puede producir ni las puede garantizar. Dependen de otras esferas que no son estrictamente políticas. De ahí que parte de la solución pasa por que la política descienda de su autosuficiencia y de su prepotencia.
-¿Cómo lograr que la democracia se sane con esos principios, sin que haya imposiciones violentas?
-La salida a la crisis no es declarar verdades, sino iluminar las prácticas benevolentes para inspirar las conciencias desde el ejercicio del bien, la belleza y la búsqueda de la verdad.
»La ley natural no es otra cosa que la luz de la conciencia que hay en cada ser humano. Esa luz nos permite discernir entre el bien y el mal. Pero qué acoja cada conciencia como bueno o malo depende de la representación que cada uno tenga de la realidad, y eso varía. No todos tenemos la misma formación, ni el mismo acceso a la información.
»Una democracia que aspire a sanarse debe ir más allá de la propaganda. Y eso requiere invertir en formación, educación e investigación, pero no manipuladas políticamente. No dirigidas solo a conquistar el poder.
-Me parece muy interesante. Su punto de partida, el reconocimiento de la conciencia, parece pequeño, pero es enorme. Porque implica aceptar todo lo que conlleva la noción de conciencia: la existencia del bien, del mal, lo justo, lo injusto e incluso lo trascendente.
-Así es. Hay una aceptación de lo trascendente, porque esa luz de la conciencia trasciende las condiciones históricas y sociales.
»Pero el reconocimiento de lo trascendente debe ser libre. Cuando es impuesto, la resistencia que genera es total.
»En la conciencia está la fuerza de la resistencia al poder injusto. Y también en la formación, entendida como búsqueda de la verdad, de respuestas válidas, del sentido común.
-En el contexto que veníamos conversando, la sociedad se abre a poderes fácticos como la tecnología, el mercado o el control social, que tienden a apagar nuestra capacidad de discernimiento. ¿Es realista esperar que la democracia resuelva este problema? ¿O estamos ante una crisis más profunda, de carácter cultural o epocal, que va más allá del sistema político?
-Estamos en un cambio epocal. Y es cierto que, por ahora, las posibilidades de ejercer la independencia de juicio siguiendo los propios razonamientos y la propia conciencia parecen estar muy limitadas.
»Las fuentes de información más inmediatas -las redes sociales, la IA- son tentadoras. Hay una propaganda inmensa. Entiendo por propaganda una “verdad” al servicio del poder político. Las redes han masificado la propaganda. La imposibilidad de verificar los hechos distorsiona el juicio y da paso al populismo.
»Por un lado, tenemos la democracia de minorías; por otro la confusión entre autoridad y poder; por el otro la posverdad que alimenta los populismos.
»La única resistencia posible proviene de espacios donde el poder no tiene un acceso fácil. Espacios libres que suelen estar fuera del foco mediático, precisamente porque se preservan del poder.
»Ahí está la salvación. ¿Qué hago yo como investigadora? Hacer aflorar saber. Saber ancestral, saberes filosóficos, saber inmaterial e invisible. Lo que hago no tiene una visibilidad inmediata. Mi labor está en lo invisible. Pero en lo invisible también se generan muchas cosas. Sobre todo, cosas auténticas.
-Hay una pregunta que me parece muy propia de nuestro tiempo: la crisis de representatividad. Seguimos con esquemas del siglo XX -partidos, sociedad civil-, pero todo parece estar mutando hacia algo más individual, más directo, más horizontal. ¿Eso está afectando a la representatividad democrática?
-Totalmente de acuerdo. Lo que parece directo, al final, está capitalizado por los partidos. El problema de los partidos ha estado ahí siempre. La reforma de los partidos debería ser total, porque ellos mismos sí que no son democráticos. Son jerárquicos, autoritarios, y dentro de ellos no siempre llegan los mejores a los puestos decisivos, sino los más dóciles.
»El problema de los partidos es estructural, no es solo la falta de preparación de los políticos. Empezaron como partidos de clase, pero ya no lo son. Han cambiado. Ahora los partidos representan cosmovisiones de cómo debe gobernarse una comunidad.
»La vida política irá, con el tiempo, hacia una redefinición de los partidos. Y sería deseable que se les impusieran cláusulas para que fueran más transparentes y democráticos por dentro.