Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

La Iglesia de Ratzinger

Benedicto XVI.
Benedicto XVI proclamó con reiteración que los hombres no tienen poder para cambiar la naturaleza divina de la Iglesia.

por Eduardo Gómez

Opinión

“Una estructura puramente humana acaba siempre en proyecto humano”. Una síntesis pluscuamperfecta de la crisis de Fe que diagnosticó el difunto Benedicto XVI. Cuando a un hombre le es revelado su destino, tiene dos opciones: ora buscar los medios de acogerse al designio divino, ora rehusar yendo por cualquier vereda hacia ninguna parte, puesto que no hay camino allende al designado.

A edades tempranas, Joseph Ratzinger tuvo muy clara semejante disyuntiva; la obediencia a Dios y su primer mandamiento estarían por encima de todo. Sus últimas palabras en vida fueron calcadas a las de su primera comunión: “Jesús, te quiero “. Cuanto se dice y sobredice de la potencia filosófica del difunto Papa emérito quedaría en entredicho de no haber elegido tal cual lo hizo su destino, de no haberse sometido al Señor de esa manera tan agustiniana. No es casualidad que San Agustín fuera uno de los referentes de Benedicto XVI. Tampoco lo es que llegara a ser cardenal prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (lo que otrora fue el Santo Oficio), el organismo custodio promotor de la ortodoxia de la fe católica. Un designio que quedaba en las mejores manos posibles.

Para defender la fe ante una crisis tan catedralicia como la que vive la Iglesia católica, el difunto Papa entendió que había que acogerse al dogma, o lo que es lo mismo, a la correcta interpretación de la Sagradas Escrituras. Siendo cardenal advirtió sobre cuales eran las raíces de la crisis actual. Mencionaba la pérdida del significado de la Iglesia como creación de Dios y no de los hombres: “Para algunos teólogos, la Iglesia no es más que una mera construcción humana, un instrumento creado por nosotros y que, en consecuencia, nosotros mismos podemos reorganizar libremente a tenor de las exigencias del momento “. Así de tajante se manifestaba Benedicto XVI al periodista Vittorio Messori en una entrevista allá por 1985 cuando era cardenal. Toda una condena a la intromisión del secularismo en la Iglesia.

El lúcido Papa emérito distinguía entre la realidad humana y la realidad suprahumana que conforman la Iglesia. La fachada humana se corresponde con la dimensión exterior de la Iglesia formada por un conjunto de hombres, mientras la realidad suprahumana, “sobre la que no pueden en absoluto intervenir ni el reformador, ni el sociólogo, ni el organizador”, está formada por “las estructuras fundamentales queridas por Dios”. En caso de intromisión de la realidad meramente humana en la realidad suprahumana, “los contenidos de la fe terminan por hacerse arbitrarios: la fe no tiene ya un instrumento auténtico, plenamente garantizado, por medio del cual expresarse”.

Ratzinger desveló el problema capital: si el secularismo social enfermó a las naciones, el secularismo seudo teologal, o mejor dicho, la connivencia con el secularismo (el acercamiento horizontal al mundo) enfermaría a la Iglesia fundada por Dios. Hubiera bastado según el (por aquel entonces) cardenal prefecto con recordar la estructura fundacional de la Iglesia: el cuerpo místico de Cristo y sus mandatos instituidos en los sacramentos “que brotan de Cristo muerto y resucitado“.

Por tanto, parafraseando al difunto Papa emérito, la Iglesia no es de los feligreses, ni de los prelados, Cristo es el único propietario. La Iglesia de Roma no es de esos curillas con ganas de casamentar a todo quisque, o de democratizar la Iglesia, menos aún de los fatuos detractores de Benedicto XVI que claman por la asunción eclesial de toda su tonticie ideológica. El propio término ecclesia significa reunión de fieles, no una mundanal asamblea para delirios revolucionarios. Y los fieles se caracterizan por guardar los mandatos.

La profundidad teologal de Benedicto XVI en sus años de cardenal le llevó a inferir que el rechazo del concepto originario de la Iglesia católica iba a desmoronar el concepto auténtico de obediencia y la autoridad misma querida por Dios al respecto. Benedicto señala que muchos teólogos y curillas de poca monta han olvidado que la Iglesia de Cristo no es un partido, ni una asociación, ni un club, ni se define por el voto de las mayorías autocomplacientes. Su fundador es la única autoridad por los siglos de los siglos, aun habiendo sido compartida con algunos hombres, hasta su retorno. La estructura de la Iglesia de Cristo nada tiene que ver con el papanatismo democrático; es, según Benedicto, “sacramental y por lo tanto jerárquica; porque la jerarquía fundada sobre la sucesión apostólica es condición indispensable para alcanzar la fuerza y la realidad del sacramento“.

Por si les quedara alguna duda a los curillas de afán secularizante, en su primera encíclica Benedicto XVI pontifica que Dios es el fundamento de toda nuestra vida y de todos los ámbitos de la vida. Dicho lo cual ni el más eximio de los prelados con tentación luterana puede ser fundamento de la Iglesia, designada por Benedicto como “Iglesia del Señor” y “espacio de la presencia real de Dios en el mundo”.

Todas las afirmaciones de Benedicto sobre el asunto conducen a la Iglesia originaria y a la denuncia del secularismo antecámara de la masiva apostasía propagadora de la idea de un Dios que no fundamenta nuestra vida, sino que nuestra vida fundamenta a Dios. El mundo al revés que se encontró Benedicto XVI en la Iglesia. La Verdad solo se revela a los hombres una vez entregados a su destino. Los cielos aguardan al siervo Joseph Ratzinger por su exquisita defensa de la Fe.

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