Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


por Luciana Rogowicz

Opinión

“Dios Mío, Dios Mío, por qué me has abandonado?" Es una de las 7 frases más conocidas como las 7 palabras de Jesús en la cruz, y quizás una de las que más nos impacta.

A primera impresión, quizás pensamos: “¿Dios lo abandonó? ¿Pero acaso Jesús no es Dios? ¿Cómo puede abandonarlo? Y si lo ha abandonado a él, en ese momento, cómo no me va a abandonar a mí?”…

Y muchas otras preguntas que, lógicamente, son válidas si no comprendemos el trasfondo de estas palabras.

“Dios Mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? [Elí, Elí lama sabactani?]” (Mt  27, 46) son las primeras palabras del Salmo 22.

Cualquier judío estudioso de principios de siglo sabía que cuando se citaban ciertas palabras de un salmo, se estaba evocando al salmo completo.

Este salmo 22 habla de muchas cosas, pero hay dos temáticas que son centrales: los signos proféticos acerca del sufrimiento del Mesías y la confianza que el salmista deposita en Dios hasta en las situaciones más complejas.

Salmo profético

Son claros los paralelos que existen entre las descripciones de este salmo, y los relatos de la Pasión de Jesús en los evangelios:

Salmo
“Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto»” (8-9)

Evangelio
“Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios»” (Mt 27, 39-43)

“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»” (Lc 23, 35)

Salmo
"Taladran mis manos y mis pies
y me hunden en el polvo de la muerte.
Yo puedo contar todos mis huesos;
ellos me miran con aire de triunfo,
se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica (16-19).

Evangelio
“Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo” (Mt 27, 35-36).

“Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno” (Mc15, 24).

“Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca»” (Jn 19, 23-24).

“Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas…” (Jn19, 32-33).

* * *

Meditando esta parte del salmo podemos entender un poco más acerca de por qué Jesús lo evoca. Él estaba manifestando quién es a cualquier persona conocedora del Antiguo Testamento. Jesús, hasta el último suspiro, continúa revelando su mesianismo, su misión y dando otra oportunidad de entenderlo y de creerle.

Sin embargo, era muy dificil para la mayoría de los judíos de la época asumir que el Mesías que por tanto tiempo habían esperado para que viniese a salvarlos terminaba así, en la peor de las situaciones.

¿Acaso a veces hoy en día no nos cuesta entenderlo también?

¿Dios mío, Dios mío, sos el que sos?

¿Cómo podemos creer en un Mesías que no puede salvarse a sí mismo? ¿Cómo creer en el “maldito” (Dt 21, 23) , “el crucificado” (1 Co 1, 23), en el más débil de todos?

“…porque mi poder triunfa en la debilidad” (2 Co 12, 9)

Y sabemos que Jesús voluntariamente aceptó su muerte. No sin dolor, ni sin dificultad, pero se entregó hasta el extremo y sufrió hasta el fin.

¿Cómo podemos creer en este Dios? ¿En un Dios que envía a su hijo a sufrir de esta manera?

¿Acaso tenemos una forma más sincera que el sufrimiento para demostrar al otro cuánto lo amamos? Podemos decir muchas palabras, expresarlo con besos, abrazos y caricias, y hasta con hermosos gestos y acciones.

Pero el verdadero amor se ve cuando lo hacemos hasta que nos duela. No es que el amor deba doler, pero es allí donde se manifiesta su máxima expresión. Y Dios, quien tanto nos ama, quiso demostrarlo de esa forma. A ver si esta vez finalmente podíamos percibirlo, entenderlo y aceptarlo.

¿Cómo podemos no creer en un Dios así? Que no sólo entiende el sufrimiento, sino que lo padeció. Que no sólo entiende la soledad, sino que la sobrellevó. Que no sólo comprende lo que es la humillación, sino que se dejó denostar de las peores formas…

Y teniendo todo el poder de evitarlo…

Jesús comprende, lo siente, lo padece, y compartiendo nuestra humanidad nos permite formar parte de su divinidad. Eso sí, respetando nuestra libertad.

Por eso debemos contemplar este misterio desde lo más profundo de nuestro ser para poder entenderlo. Quitando todo prejuicio y toda concepción que tenemos de lo que debe ser Dios. Y así poder mirar a través de sus ojos y ver realmente quién es Él, qué hay de nosotros en Él y qué hay de Él en nosotros…

Y así podremos terminar, como Él, de recitar este bellísimo Salmo y decir:

“En ti confiaron nuestros padres:
confiaron, y tú los libraste; 
clamaron a ti y fueron salvados,
confiaron en ti y no quedaron defraudados" (V 5, 6)

“Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme” (V 20)

Publicado en el blog de la autora, Judía & Católica.

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