Adiós, Diego... aunque, en el fondo, nos incomodabas
por Juan Cadarso
La vida se ha convertido "en algo así como un persistente juego de las sillas en el que un momento de distracción puede comportar una derrota irreversible y una exclusión inapelable", escribió Zygmunt Bauman.
Hace ya una semana que dejaron de ver a Diego. Ha desaparecido de la esquina de Madrid en la que siempre estaba. Allí, en la puerta de Carrefour, entre la calle Pez y Marqués de Santa Ana. Mi sobrino Manuel, que tiene 13 años, cuando vuelve a casa, se pregunta dónde habrá ido aquel "bendigo" (como llamaba a los pedigüeños, cuando era pequeño... ¿existe errata más sublime?).
Manuel echa de menos saludar al grandullón de barba larga y pelo gris… y cierto desaliño en el vestir. Han pasado varios días y nadie en el barrio sabe dónde está, se lo ha tragado la tierra. La última vez que alguien lo vio se lo llevaba el Samur Social, estaba muy desorientado. Días antes se quedó dormido encendiéndose un pitillo… y casi se quema la cara. ¿Se habrá retirado de esta cínica e hipócrita tómbola que es la vida?
Diego contaba que de joven había vivido en una embajada... Aunque la calle le pasaba factura, se le notaba que había sido un hombre de éxito… o, quién sabe, igual nunca dejó de serlo... a su manera. Vivía como un pobre, es cierto, pero cobraba una pensión y los vecinos decían que les llegó a ofrecer hasta dinero. Hombre abierto y cultivado, gastaba las horas susurrando a las palomas... en su esquina, mirándonos pasar y, cómo no, también jugar.
Porque, si en algo se ha convertido esta vida... es en un gigantesco teatro de sombras chinas. Millones de giróvagos danzamos cada día al rededor de un puñado de sillas: poder, fama, éxito, dinero, salud… y belleza, mucha belleza. Almas en pena, chutadas hasta arriba de anfetaminas, dispuestas a ofrecerlo todo por una de ellas… capaces de matar o simplemente herir, pero, eso sí, haciendo mella. Ser, estar y parecer… parecer, estar y ser. Esa es la cuestión, querido amigo.
Y el chaflán de Diego... ahí está, vacante... ¿Su puesto privilegiado? Continúa vacío. Porque, aunque en el fondo, todos somos mendigos, queremos seguir jugando, salivando, 'avariciando'… que nadie nos distraiga: todo, todo, todo por una silla. Sin ver cómo se ríe, a mandíbula batiente, el que enciende y apaga el tocadiscos. ¡Como hámsters hambrientos!… dando vueltas al tiovivo… devorando, por unos simples respaldos, a nuestros propios vecinos.
Oh, ingrato círculo vicioso. Oh, patético mundo… donde "el combate es la escalera y el que trepe a lo más alto pondrá a salvo su cabeza, aunque se hunda en el asfalto... la belleza". Oh vida esta de gemelos y chalinas, de ambiciones tuteladas y postureos perfumados. Oh, eterno seas, por siempre, Diego, tú y tu generosa locura, que clavó su irredenta lanza... en nuestra egoísta y prisionera cordura. Oh valle de lágrimas, hogar de la humanidad entera… recuerda siempre... que tu verdadero trono tiene forma de cruz... ¡y es de madera!
*En recuerdo del mendigo Diego, con el que un día hablaba tranquilamente el pequeño Manuel… una mujer se le acercó, le preguntó si necesitaba ayuda… ¡y el niño salió corriendo porque le perseguía una señora!
'El que no se hace como un niño... ¡y como un pobre!... no entrará en el reino de los cielos'.
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