El matrimonio es como un jubileo, dura si se renueva
El secreto del matrimonio no es elegir a la persona 'perfecta', sino apostar a fondo por la persona razonablemente elegida.
El secreto del matrimonio no es elegir a la persona 'perfecta', sino apostar a fondo por la persona razonablemente elegida.
La periodicidad del año jubilar encuentra una interesante consonancia en la cadencia con la que solemos celebrar con especial intensidad los matrimonios capaces de perdurar en el tiempo: 25 años, bodas de plata; 50 años, bodas de oro; 75 años (algo cada vez más raro, por desgracia), bodas de platino. Un crescendo de valor que tanto los esposos como el círculo de sus amigos y familiares sienten la necesidad de destacar de manera especial, porque la duración de un matrimonio nos habla de la fuerza de una relación que ha superado las inevitables dificultades sin romperse. Por eso, ahora que disolver un matrimonio se ha vuelto tan común y tan fácil, su duración es en sí misma un testimonio de gran valor; pero también es un signo que se mira con sentimientos contradictorios: de envidia (qué afortunados, se ve que ha sido un amor especial...), de escepticismo (al fin y al cabo, solo han sido capaces de soportarse más que otros...), de respeto (qué bien, han superado muchas dificultades juntos...), de incredulidad (solo han tenido suerte al encontrarse...).
El escepticismo es comprensible: aunque se trata de un elemento central, la duración en el tiempo no es suficiente por sí sola para definir una relación como fuerte y buena; de hecho, también existen relaciones conyugales que, aunque perduran en el tiempo, se ven pobres o desgastadas, o que mantienen el vínculo sobre la base de dinámicas infantiles, cuando no patológicas: relaciones en las que no hay espacio para un verdadero desarrollo personal y la alianza sana de la pareja es sustituida por un vínculo que ahoga e impide el crecimiento. El año jubilar puede ser, pues, una buena ocasión para que las parejas se detengan a reflexionar sobre cómo hacer que su vida en común, ya sea que haya comenzado recientemente o tiempo atrás, no solo pueda durar, sino que también sea siempre vital y, por tanto, capaz de dar alegría y esperanza a ellos y a todos aquellos con quienes se encuentran.
El desafío de la relación de pareja gira siempre en torno a dos temas centrales: encontrar un equilibrio entre identidad e intimidad (el yo y el nosotros) y encontrar un equilibrio entre continuidad y cambio. Ambos temas requieren no dar por sentada la relación, sino mantener siempre abierta la disponibilidad para cuestionarse a uno mismo, para que la relación no deje de ser constructiva y vital a través de los avatares de la vida.
No es fácil encontrar un equilibrio entre el yo y el nosotros. Cada uno tiene una vocación personal, una llamada que corresponde a su personalidad, con los dones y los límites que lo caracterizan: una vocación que debe dedicarse al trabajo, a las amistades, a los afectos, a la vida social. Casarse no significa renunciar a la vocación personal, sino integrarla en una vocación nueva y más amplia: no es, entonces, una restricción, sino una ampliación de los límites de nuestra identidad en una dimensión por explorar. Soy médico (abogado, obrero, periodista...) y ahora también seré marido, mujer, padre, madre. Puedo ser un nuevo yo más completo y más rico, pero tendré que aceptar el cambio y comprender que la clave imprescindible para interpretar las relaciones no es la renuncia, sino el desafío: si nos tomamos en serio nuestra historia de amor, la vida nos ofrece la increíble oportunidad de crecer siempre, de cambiar siempre, de descubrir siempre nuevos aspectos de nosotros mismos y del otro, de dar mucho fruto.
La vida en pareja es como una larga novela, con páginas emocionantes y aburridas, de aventura y reflexivas; páginas misteriosas, eróticas, descriptivas, tristes, divertidas... Una novela real, en la que hay de todo, y que solo podemos apreciar plenamente si la leemos hasta el final. ¿Seguimos siendo capaces de hacerlo? No es fácil aceptar este reto hoy en día, porque la imagen del amor que se nos propone es otra. Quizás nos estamos acostumbrando a preferir la lectura rápida de relatos cortos, que a veces nos proporcionan emociones intensas, pero no nos dejan huellas significativas. Muchas historias que conocemos nos desaniman: personas enamoradas que se eligieron porque eran diferentes y capaces de completarse... para luego pensar, unos años más tarde, que la diferencia es un problema y que, en realidad, cada uno querría a su lado a alguien que se le pareciera más, que tuviera sus gustos y su lenguaje.
A veces, ante las dificultades, pensamos que el cansancio es señal de una elección equivocada: tal vez la persona con la que nos casamos no era la adecuada, y tal vez tengan razón los que conviven antes de casarse, para asegurarse de haber encontrado a la persona más adecuada para ellos. Pero, ¿realmente es así?
¿La convivencia puede darnos algún tipo de garantía? Pienso en Renato y Carla, que se casaron tras dos años de convivencia, que debía servirles para decidir; hemos visto juntos cómo, contrariamente a lo esperado, la convivencia no facilitó la decisión: en estos dos años han comprendido mejor lo que les hace estar bien juntos, pero también han empezado a lidiar con los límites mutuos y las áreas de intolerancia que surgen de sus profundas diferencias. Han comprendido que siempre hay, y va a haber, cosas que faltarán entre ellos y otras que les perjudicarán.
Hoy en día se ha extendido este temor: si me caso ¿estoy cerrándome el camino hacia algo mejor y poniendo un obstáculo a mi posibilidad de ser realmente feliz? La idea de la felicidad y la búsqueda del encuentro perfecto son hoy en día un obstáculo importante a la hora de decidir por el matrimonio, porque incluyen la fantasía de que puede existir alguien capaz de satisfacer nuestros deseos más profundos y hacerse cargo de nuestra felicidad; solo hay que encontrarlo. Imaginamos que tenemos infinitas posibilidades de elección, y tenemos miedo a perdernos la mejor. Es una fantasía que tiene sus raíces en la omnipotencia nunca superada del pensamiento infantil, pero que hoy en día se ve alimentada por una cultura en la que incluso las relaciones están sujetas a las leyes del mercado: una cultura que alimenta la ilusión de tener a nuestra disposición posibilidades ilimitadas y que considera una tontería invertir todo lo que somos antes de tener la certeza de que la elección es la "correcta": la que nos garantizará, precisamente, ser felices.
Si la elección es "correcta", pensamos, no habrá conflictos, habrá plena comprensión y no nos encontraremos en la infeliz situación de tantas parejas mal avenidas que vemos a nuestro alrededor. La verdad es que no existe la persona "correcta": se trata más bien de preguntarnos si podemos elegir hasta las últimas consecuencias a la persona concreta del otro; alguien que tiene sus límites, como nosotros los nuestros, pero que es único, como lo somos nosotros.
En el matrimonio nos prometemos recordar esta singularidad, por lo que el otro nunca es intercambiable: es él, es ella, es con quien nos aventuramos en una vida que será la nuestra. Es la decisión tomada de esta manera la que hace que el otro sea la persona "adecuada", y es la capacidad de elegir lo que nos convierte en protagonistas de nuestra vida y convierte nuestra elección en fructífera: como quien apuesta sus bienes en una actividad, con pasión y con razón, y luego se compromete por completo para tener el mejor resultado posible.
El año jubilar es para todos los esposos una gran ocasión para replantearse su elección y considerarla de una manera nueva: tal vez nunca hayamos elegido con claridad hasta el fondo a la persona que vive a nuestro lado, aunque la queramos; tal vez sigamos teniendo reservas, esperando cambios, cultivando dudas... Quizás pensamos que el otro debería cambiar para decirle un sí verdadero, o nos parece que solo nos hemos adaptado, en lugar de considerarlo el compañero único, aunque imperfecto, que es en realidad: aquel que representa el desafío adecuado para nosotros. En este año de Gracia, pidamos entonces recibir una mirada capaz de ver finalmente en el otro el don especial que se nos ha hecho: así, nuestro matrimonio cobrará nueva vida y se llenará de paz.
- Publicado en Avvenire.