Religión en Libertad

Juan Miguel Matheus

Profesor de Teoría Política y Constitucional de la Universidad Monteávila de Caracas.

León XIV y el jubileo de la justicia

León XIV se dirigió en la Plaza de San Pedro a los trabajadores de la Justicia por su jubileo, el pasado 20 de septiembre.Vatican Media

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Roma fue escenario de un acontecimiento inédito. El sábado 20 de septiembre de 2025, el Papa León XIV celebró el jubileo de la justicia ante miles de operadores jurídicos y de peregrinos. Lo hizo con un discurso que resuena como bitácora moral en medio de la crisis del orden liberal mundial.

El Papa habló con claridad

  • “La justicia, en efecto, está llamada a cumplir una función superior en la convivencia humana, que no puede reducirse a la simple aplicación de la ley o al trabajo de los jueces, ni limitarse a los aspectos procedimentales”. 

En esas palabras hay un diagnóstico de época. La justicia se vacía cuando se reduce a trámite. Se corrompe cuando es simple equilibrio de intereses. Y entonces la política se degrada, la sociedad pierde cohesión, el poder se vuelve puro dominio y la democracia es nihilismo.

León XIV recordó que el deseo de justicia está en el corazón humano. Dijo: 

  • “Todo esto no agota el deseo profundo de lo justo que está en cada uno de nosotros, esa sed de justicia que es el instrumento clave para construir el bien común en toda sociedad humana”. 

Esa sed de justicia es lo que mantiene viva la dignidad humana frente a los abusos. Es lo que impide que los pueblos se resignen. Pero el Papa también recordó la definición clásica:

  • “La virtud de la justicia, en particular, consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido”. 

No se trata de ideología. Es la enseñanza de la tradición cristiana, que une razón y fe. Donde esa virtud desaparece, la política se convierte en tiranía.

Por eso, León XIV citó a San Agustín

  • “No puede gobernarse un estado sin justicia. Porque donde no hay justicia no puede haber tampoco un Derecho. […] Donde no hay justicia no hay Estado”. 

Esa sentencia ilumina el presente. Regímenes que manipulan las leyes. Democracias que se vacían. Instituciones que se desmoronan. La advertencia es clara: sin justicia no hay Estado, solo fuerza.

El Vicecristo también puso el acento en los más vulnerables. Afirmó que la virtud de la justicia tiene por “objetivo garantizar un orden en defensa del débil, de aquel que pide justicia porque es víctima de opresión, exclusión o indiferencia”. Allí está la prueba moral del derecho. No en proteger al poderoso. No en blindar a quienes se sirven de la ley para dominar. El derecho existe para ser escudo del indefenso.

Y León XIV no se conformó con reclamar igualdad formal. Fue directo: 

  • “Somos conscientes, sin embargo, de que la igualdad real no es la meramente formal ante la ley. […] La verdadera igualdad, en cambio, es la posibilidad de que todos puedan realizar sus aspiraciones y ver garantizados los derechos inherentes a su dignidad”. 

Esta afirmación desarma tanto al positivismo como al igualitarismo hueco. La justicia verdadera se mide en la posibilidad de cada ser humano de realizar plenamente su dignidad.

En el discurso hubo también referencias al Evangelio. El Papa recordó que “el mal no sólo debe sancionarse, sino también repararse”. Allí está la clave de la reconciliación. No basta la sanción. La justicia exige reparación, porque solo la reparación restituye el bien común. Sin reparación, la injusticia queda abierta y el perdón es imposible.

De igual modo recordó la bienaventuranza: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5, 6). Esa hambre y esa sed no son teoría. Son tensión espiritual y vocación política. La justicia no se administra como expediente. Se busca. Se anhela. Se vive como horizonte.

El jubileo de la justicia no fue, entonces, un gesto litúrgico más. Fue un signo para este tiempo de desorden mundial. León XIV habló con voz de pastor y con firmeza de estadista. Dijo lo que muchos callan: que sin justicia no hay paz, sin verdad no hay justicia, y sin dignidad no hay libertad.

El orden liberal atraviesa su mayor prueba. Se resquebraja por la acción corrosiva de regímenes autocráticos. Se desgasta en democracias que renuncian a la verdad. Se vuelve indiferente frente a pueblos que padecen condiciones inhumanas. En este contexto, el jubileo de la justicia es profecía y programa. Profecía, porque anuncia que la justicia no ha muerto. Programa, porque exige a juristas, ciudadanos y Estados colocar la justicia en el centro de la vida política.

Roma recordó al mundo que la justicia no es fría norma. Es virtud que libera. Es júbilo del espíritu que se funda en la verdad y se eleva en la caridad. León XIV lo proclamó ante el mundo: la justicia puede volver a ser motivo de alegría, no de opresión. Esa es la condición para que el orden liberal mundial no sucumba bajo el peso de la arbitrariedad.