Descubren al causante de la polarización y el caos actuales

Para encontrar al responsable de los enfrentamientos no hay que ir muy lejos.
Venerable lector, aprovecho estos renglones para narrarte un cuento o relato breve de ficción, pero con una moraleja más real que la vida misma; tan real que el titular -aunque sea el encabezado de una fábula- no deja de ser una noticia.
Tras esta introducción, se abre el telón:
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Érase una vez una aldea en la que habitaban unos hombres sensatos, pacíficos y responsables, véase circunspectos, mansos y solícitos. Eran popularmente conocidos como los ‘señores azules’, ya que irradiaban ese talante sosegado y reacio a las mareas propio de un lago azul celeste.
En su territorio se fueron, poco a poco, colando unas personas denominadas como los ‘zorros de fuego’, por su mezcla de temperamento ardiente y de carácter ladino (véase sibilino, retorcido, revirado…). La indolencia, la pasividad y las ganas de agradarles por parte de los señores azules -incluso cuando los ‘zorros de fuego’ les estaban vilipendiando y ultrajando por sistema- provocó que éstos se volviesen todavía más fogosos y autoritarios con ellos.
En un momento determinado, un sector de los ‘señores azules’ pidió socorro y auxilio en la comarca más cercana, llamada la de los ‘caballos desbocados’, debido al ímpetu agreste y campestre de sus pobladores. Así pues, éstos respondieron favorablemente a sus plegarias y entraron a plantarle cara a los ‘zorros de fuego’ a porfía y a degüello, además de con denuedo; y esta pacífica aldea se convirtió en un campo de Agramante, tiznado de gruñidos, mordiscos y zarpazos…
Alguien, tan consternado como atemorizado, acudió al inspector Pepone, con la esperanza de que investigase -con un resultado satisfactorio- quién había sido el causante de la discordia; puesto que unos decían que los culpables eran los ‘zorros de fuego’, por haber empezado sembrando el mal y la división; otros señalaban con el dedo acusador a los ‘caballos desbocados’, por haber irrumpido con un ademán montaraz y poco conciliador; y una tercera facción situaba la carga de la culpa sobre los ‘señores azules’, por la desidia y pusilanimidad mostrada ante sus opresores.
El inspector Pepone levantó ligeramente la barbilla y -mientras enfilaba su mirada al cielo- reprodujo una discreta e insonora carcajada, para, acto seguido, sentenciar: “¡Ya sé quién es culpable! Se llama Satanás; y su artefacto es el pecado”. Tras suspirar, añadió: “Los ‘zorros de fuego’ empezaron pecando de envidia y avaricia; el pecado de los ‘señores azules’ no fue sólo de omisión, sino de connivencia con el mal, puesto que fueron paulatinamente aceptando lo que iban instaurando sus presuntos contrincantes; y los ‘caballos desbocados’, por su parte, pecaron de desproporción en su manera de ejercer la justicia, y de soberbia, por confiar excesivamente en sus propias fuerzas y, así, negarse depositar una parte de su confianza en implorar el auxilio de Dios”.
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Fin del cuento.
Como se puede percibir, somos muy dados a simplificar los males del mundo en una lucha de buenos y malos, cuando, en reiteradas ocasiones, lo que sucede es que el demonio está detrás sirviéndose de los pecados de los unos y los otros -aunque sean rivales entre sí, pese a que éstos se sitúen “en las antípodas” e incluso a pesar de que haya unos más villanos que otros- para adaptar las tentaciones al modus operandi de cada uno.
La iniquidad y la astucia del Maligno son la auténtica causa de todas las atrocidades que están siendo perpetradas; y rezar con entusiasmo a la Virgen María, la Reina de la Paz (Regina Pacis), es la genuina -e incluso la única- solución; esto no es una idea peregrina que acabo de bosquejar, sino una enseñanza elemental de la doctrina y la teología católica. La paz de los pueblos pende y depende de la fe, la esperanza y el amor con el que imploremos la misericordia de María Virgen y Madre.
Así pues, si en verdad ansías poner fin a toda esta turbamulta de conflictos mundiales, deja de desgañitarte tanto para despotricar de los políticos y céntrate más en rezar el Santo Rosario con “una fe capaz de mover montañas”; porque el mal no se cierne sobre nosotros por culpa de los malhechores, sino debido a que los elegidos no hacemos lo suficiente (en términos de oración y apostolado, no lo olvides).
Por esto, precisamente, los paganos de Nínive tuvieron que despertar al profeta Jonás, quien se quedó dormido en un momento crucial -y de extrema necesidad- para implorar la misericordia del Señor; y por ello, Jonás, consciente de que era el elegido y de que, por consiguiente, tenía una misión que cumplir, finalmente, recapacitó y pidió que le arrojasen al mar con el objetivo de enmendar su pecado de omisión (y, de este modo, conseguir que Dios fuese misericordioso con aquellos esperanzados ninivitas).
Por ende, hagamos lo mismo que el profeta Jonás (en un sentido figurado, claro está, no literal): dejemos de emplear todas nuestras fuerzas en poner a caer de un burro a los rufianes, malandrines y villanos, y abandonémonos al rezo del Santo Rosario con fe, amor y entusiasmo. En otras palabras, despertemos de una santa vez, recapacitemos y no nos quedemos dormidos en lo que respecta al cumplimiento de nuestra misión espiritual. Renunciemos a ser el Jonás durmiente, para convertirnos en el Jonás que despierta, se arrepiente y enmienda su pecado a base de confiar y abandonarse en el Señor…