León XIV y la dignidad de la política

León XIV recibió el 28 de agosto a un grupo de políticos franceses, a quienes expuso las obligaciones que les impone la fe.
Cuando se habla de la tradición social de la Iglesia, el nombre de León XIII ocupa un lugar emblemático. Su encíclica Rerum Novarum (1891) abrió un camino nuevo al pensar la relación entre fe y vida pública: muestra que la política y la cuestión social no son asuntos secundarios, sino ámbitos en los que se juega la dignidad de la persona y la justicia que ella merece.
Introducción. La política como dignidad recuperada
Sin embargo, esa inspiración no surge de la nada. León XIII se inserta en una trayectoria doctrinal que, desde San Agustín y Santo Tomás de Aquino, coloca a la política en el horizonte de la moral y del bien común.
En ese linaje, León XIV aparece como un eslabón de continuidad y de renovación. Su voz se eleva en tiempos marcados por la crisis de confianza en las instituciones y por la tentación de reducir la política a un instrumento de poder. Con sus discursos, León XIV recuerda al mundo que la política no es un artificio de intereses ni un terreno de cinismo, sino una vocación noble, necesaria e insustituible para la construcción de comunidades humanas dignas.
El Pontífice dice con firmeza que la autoridad política, cuando se ejerce en verdad y con espíritu de servicio, se transforma en un camino de dignificación para todos. Con esta convicción, León XIV prolonga la herencia de sus predecesores y devuelve a la política la honra que le corresponde.
León XIV: un pontífice que ennoblece la política
En sus mensajes a líderes políticos y responsables de la vida pública, León XIV insiste en la responsabilidad moral de la autoridad. No basta con la eficacia técnica, ni con la manipulación de consensos. La política, piensa, se mide no por la cantidad de poder que acumula, sino por la justicia que irradia.
Este énfasis lo coloca en continuidad con León XIII, que a fines del siglo XIX propuso superar tanto el absolutismo estatal como el liberalismo individualista, afirmando que el Estado debe proteger a los más débiles y garantizar la justicia social. León XIV, heredero directo de esa enseñanza, subraya que el político no es un empresario de intereses, sino un servidor del pueblo.
En una de sus intervenciones públicas, afirma que el poder político es un ministerio, no un privilegio; es una carga orientada al bien de todos, no un botín para unos pocos. Con esa afirmación, León XIV muestra que la política puede y debe ser regenerada frente a la cultura del utilitarismo y del escepticismo que tantas veces la desacreditan.
La política como forma excelsa de la caridad
El Papa Pío XI califica la política como “la forma más alta de la caridad”. Más tarde, Pablo VI y Benedicto XVI retoman esa misma expresión. León XIV, en fidelidad a esa línea, coloca la caridad política en el centro de su magisterio.
Para él, la caridad política no es un sentimentalismo, sino la organización del amor al prójimo en la vida social. El mandamiento del amor se traduce en leyes justas, en instituciones que promueven la dignidad de cada persona, en políticas públicas que priorizan a los más frágiles, incluidos los por nacer y los adultos mayores.
En su diálogo con jóvenes universitarios, León XIV afirma que la política es un lugar donde la fe se convierte en historia y el amor al prójimo se hace estructura de justicia. En un mundo tentado por el individualismo y por la indiferencia, esta visión resulta profundamente liberadora.
La caridad política exige valentía y sacrificio. No consiste en neutralizar los conflictos para mantener una aparente tranquilidad, sino en afrontarlos con el propósito de transformarlos en oportunidades de encuentro y reconciliación. Así, la política, vivida como caridad, se convierte en una forma concreta de santidad.
La ley natural y la herencia de Cicerón y de Tomás de Aquino
La dignidad de la política no puede sostenerse en el vacío; necesita un fundamento sólido. León XIV recuerda que ese fundamento es la ley natural, que no es una creación arbitraria de los poderes humanos, que no es positivismo, sino una realidad previa inscrita en la conciencia de cada hombre y mujer.
Aquí se hace visible la convergencia entre la sabiduría clásica y la tradición cristiana. Cicerón, en el libro III de De re publica, afirma: “Existe una ley verdadera: la recta razón conforme a la naturaleza, difundida en todos, constante y sempiterna; llama al deber con sus mandatos y aparta del mal con sus prohibiciones”. Esa intuición del filósofo romano revela que el derecho auténtico no depende de la fuerza ni de la voluntad del más fuerte, sino de un orden que precede a todo poder.
Santo Tomás de Aquino, a su vez, formula con precisión teológica la misma verdad en la Summa Theologiae (I-II, q.91, a.2), cuando afirma: “La ley natural no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la criatura racional”. Con esta definición, Tomás enseña que el ser humano, dotado de razón, participa de la misma inteligencia del Creador, y que esa participación se convierte en criterio de acción política justa.
León XIV subraya que la política pierde su dignidad cuando desconoce esa raíz natural y trascendente de la justicia. La ley escrita debe reflejar la ley no escrita que habita en el corazón humano. Solo así la autoridad puede ser legítima, y solo así la convivencia social puede resistir las tentaciones de arbitrariedad y violencia.
Tomás Moro: modelo creíble para gobernantes y políticos
La doctrina social de la Iglesia no solo ofrece principios según circunstancias de espacio y tiempo: necesita encarnarse en testigos creíbles. Entre ellos brilla con fuerza la figura de Santo Tomás Moro, canciller de Inglaterra, jurista y mártir. Moro no se deja seducir por el cálculo político ni por la ambición de poder. Cuando Enrique VIII le exige negar la autoridad del Papa, él se mantiene fiel a su conciencia, aun a costa de su vida.
Por eso, San Juan Pablo II, en la carta apostólica en forma de motu proprio del 31 de octubre de 2000, proclama a Tomás Moro patrono de los gobernantes y de los políticos. En ese texto, el Papa lo define como “modelo de unidad entre fe y vida pública, testigo de la dignidad inalienable de la conciencia y defensor de la primacía de la verdad sobre el poder”.
León XIV retoma con frecuencia esta enseñanza y la presenta como desafío actual: la política requiere modelos creíbles para gobernantes y políticos, capaces de mostrar con su vida que la integridad es posible y que el servicio es más noble que la dominación. Frente al desencanto ciudadano, la figura de Moro se convierte en prueba viviente de que la política puede ser auténtica y digna.
No hay política sin verdad: la voz de Juan Pablo II y de Benedicto XVI
Uno de los pilares del magisterio de León XIV es la convicción de que no existe política auténtica sin verdad. Aquí se hace eco de dos grandes maestros de la doctrina social: San Juan Pablo II y Benedicto XVI (quiera Dios futuros doctores de la Iglesia).
Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus Annus (1991), advierte que “una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo visible o encubierto”. El Papa polaco insiste en que la verdad sobre el hombre, sobre su dignidad y su libertad, es condición indispensable para la legitimidad política. Sin esa referencia, la política degenera en pura manipulación y en dominio de unos sobre otros.
Benedicto XVI, en Caritas in veritate (2009), subraya que la verdad es inseparable de la caridad, porque solo el amor fundado en la verdad es auténtico y fecundo. Una política que renuncia a la verdad se convierte en un mecanismo vacío, incapaz de construir justicia.
León XIV afirma en sintonía: “El político, para ser digno de su nombre, no puede construir sobre la mentira, porque lo que se edifica en la falsedad se derrumba con el tiempo. Solo la verdad hace fecunda la caridad política”.
La inspiración agustiniana: la búsqueda de la paz
La tradición política de la Iglesia hunde sus raíces en la reflexión de San Agustín, quien en La ciudad de Dios enseña que la finalidad última de la vida política es la paz. Pero no cualquier paz: no una paz de silencios forzados o de miedo, sino la tranquillitas ordinis, la serenidad que brota del orden justo en el que cada realidad encuentra su lugar y cada persona recibe lo que le corresponde.
León XIV, profundamente marcado por esta tradición agustiniana, subraya que la política solo alcanza su plenitud cuando se convierte en instrumento de paz. Pero advierte: “No toda paz es verdadera: la auténtica es la que nace de la justicia, no la que impone el miedo”.
Esta enseñanza recuerda al mundo que la política no puede ser reducida a una técnica de control. Debe ser el arte de edificar la convivencia pacífica a partir de la verdad y del amor. En tiempos de violencia y desencanto, el horizonte agustiniano de la paz se convierte en una brújula indispensable.
Esperanza y responsabilidad
La enseñanza de León XIV no se limita a subrayar la nobleza de la política o la necesidad de la verdad; también es una invitación a la esperanza. La política es siempre una tarea ardua, porque se desarrolla en medio de pasiones, intereses y tensiones. Pero el cristiano no puede resignarse al cinismo ni a la desesperanza. La virtud teologal de la esperanza es la que permite creer en la posibilidad de un futuro distinto, incluso en medio de las sombras de la historia. León XIV enseña que la esperanza cristiana no aparta del mundo: lo impulsa a ser transformado por la fuerza del amor y de la justicia.
De este modo, la política se revela como un camino de responsabilidad y de futuro. Se trata de construir instituciones justas, de promover la amistad social, de custodiar la dignidad de cada persona. No se trata de mantener una paz superficial, sino de instaurar una paz verdadera que nazca del orden justo y que garantice la libertad de todos.
Conclusión: la dignidad de la política como vocación
La figura de León XIV, en continuidad con León XIII y en diálogo con la enseñanza de San Juan Pablo II y Benedicto XVI, recuerda que la política es una vocación noble y una forma excelsa de la caridad.
Sin verdad, la política se degrada en manipulación y violencia. Con la verdad, se convierte en servicio y en caridad organizada. Sin esperanza, se marchita en el desencanto; con esperanza, se vuelve semilla de comunión cívica y de futuro.
León XIV, con la fuerza de su palabra, nos recuerda hoy que la dignidad de la política como vocación consiste en vivirla como servicio al hombre y, en última instancia, como servicio a Dios. En un mundo tantas veces desgarrado por tensiones y crisis, esta convicción abre un horizonte luminoso: la política puede volver a ser el arte más difícil y noble, porque consiste en transformar la historia en un camino de justicia, de paz y de esperanza para todos.