Religión en Libertad
Domingo Aguilera Pascual

Domingo Aguilera Pascual

Físico y coordinador de Epistemología en la Sociedad de Científicos Católicos.

El error de «vivir naturalmente»

Nuestro acto de ser coexistente es libre y semejante al del Creador, de ahí la superioridad de cualquier persona, incluida la no nacida, sobre todo el universo.

Nuestro acto de ser coexistente es libre y semejante al del Creador, de ahí la superioridad de cualquier persona, incluida la no nacida, sobre todo el universo. Greg rakozy / unsplash

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Es un hecho bien conocido que la sociedad postmoderna ha adoptado a la Naturaleza como a su hija predilecta. Pero esta adopción no ha sido gratuita, porque nombrarla heredera de nuestro tesoro nos lleva a despojar de la herencia a su legítimo heredero.

La existencia no nos la hemos dado a nosotros mismos, sino que nos la han dado. Ni tampoco elegimos a nuestros padres, ni elegimos el cuándo ni el dónde nacer. Somos, en definitiva, un ser que habita el universo, pero que no pertenece al mismo. No somos fruto del universo, como sí lo son los minerales, los vegetales y los animales.

Para los humanos la naturaleza corpórea es parte esencial de su ser. Ser humano implica, además de una naturaleza recibida del universo, el tener un acto de ser co-existente, como el que tienen los ángeles y Dios mismo por ser personas. En nuestro caso, recibimos de nuestros padres la naturaleza humana y recibimos el existir del acto de ser coexistente que pone el Creador en cada ser humano.

Hace poco tiempo leí un artículo en el que un científico ateo manifestaba que el universo se movía por unas causas que él podía conocer, pero que él no veía a Dios en el universo. Inmediatamente varios colegas entablaron un debate sobre este tema, intentando aclararle que el universo lo había creado Dios.

El universo podría ser una sustancia o una criatura; ahora bien, si el universo es una criatura debe tener una esencia y un acto de ser propio que lo active, en caso contrario es una sustancia sin principio, como pensaba el científico antes citado.

¿Es el Big-Bang (la gran explosión) el principio del universo? El Big-Bang sólo es el principio del tiempo tal como lo conocemos en la actualidad, pero nada impide que provenga de otra sustancia anterior que desconocemos. Si negamos que pueda haber otro tiempo distinto del actual, negaremos que hay una eternidad. Porque la eternidad es un tiempo no asociado al movimiento, del cual no tenemos experiencia.

Sabemos que el universo existe, porque vivimos en él. Pero ¿cómo conocemos al universo como un objeto? Nosotros conocemos la realidad en el tiempo mediante el abstracto y posterior concepto, es decir, objetivando. Pero la realidad extramental no se agota en el abstracto, sino que existe fuera de nuestra mente, independientemente de que la conozcamos o no.

En el universo todo se reduce a partículas elementales que, siguiendo las reglas que le marcan las causas, forman grandes sistemas, como las galaxias, o sistemas de azar, como la vida. Atribuir al Creador una tragedia natural es una sinrazón, porque el universo, que está determinado, siempre sigue a sus causas.

Como acabamos de ver, cada persona humana recibe su existencia directamente del Creador. Sin embargo, en el universo no es así. Cada animal o cada planta no recibe su existencia del Creador, sino que “aparece”, o “desaparece”, por las propias causas del universo sin intervención directa del Creador. Un animal, cuando nace o muere, lo único que ocurre es que sus partículas han seguido las causas del universo sin más, y él no tiene conciencia ni de su nacimiento ni de su muerte. En el caso de la persona humana el espíritu sí influye en su naturaleza, aunque, precisamente por el pecado original, su naturaleza deja de ser capaz de soportar al acto de ser coexistente como su vivificador y se separan.

En este estado de cosas, conviene no confundir la divina Providencia, que es el cuidado que tiene el Creador por el hombre mientras este está en el universo, con los milagros, que son una intervención directa del Creador en el espacio-tiempo, como, por ejemplo: el giro del sol en Fátima o la resurrección del hijo de la viuda de Naim.

La esencia del universo es pura pasividad, lo que significa que necesita de un acto de ser propio que lo active

  • Ese acto de ser del universo es creado y se llama Persistencia, al que Leonardo Polo define como “Comienzo que no acaba”. 
  • La Persistencia se distingue del Creador, o “Identidad Originaria”, y también se distingue del acto de ser coexistente de la persona. 

Es decir, no es el Creador el que mueve el universo, sino el que crea el universo con la Persistencia como acto de ser y una esencia con las cuatro causas. Obviar la Persistencia conduce directamente al panteísmo, o a considerar al universo como una sustancia.

El hecho de que nuestro acto de ser coexistente sea libre y semejante al del Creador, fija de forma determinante la superioridad de cualquier persona sobre todo el universo. Que un embrión humano es superior a todo el universo completo, no lo funda ninguna autoridad humana, ni la Iglesia, ni la Carta de los Derechos Humanos. Se funda en algo superior: el Creador, que a cada persona le ha dado un existir libre. Por eso no hay ninguna autoridad en la tierra que pueda limitar la vida ajena. Tampoco el tener alguna carencia en la esencia limita al acto de ser como tal, por lo que nadie puede juzgar al acto de ser personal, sino sólo su Creador.

Obviar esta realidad lleva a subvertir los valores; por un lado, a degradar al ser humano como sólo naturaleza, y por otro lado a elevar a los animales y a las plantas al nivel de seres coexistentes, lo que es un imposible metafísico. Por eso esta sociedad concede derechos a los animales y a las plantas, pero se los niega a los únicos capaces de detentar esos derechos libremente: los no nacidos.

Si las mascotas son elevadas a la categoría de miembro familiar y la pachamama es nuestro común origen del que recibimos la energía, entonces el ser humano es percibido como el animal más desarrollado de la tierra, fruto de la evolución.

Esta visión es un error conceptual grave, porque los animales viven para la especie, su obrar está determinado para la subsistencia de la especie. Por el contrario, en el caso de las personas humanas esto no es así. La persona como tal no está determinada para nada, está creada a imagen y semejanza del Creador: en libertad. Claro que por ser libre puede decidir que lo único importante en su vida es poseer cosas y ser feliz, que, como ya indiqué en otro artículo, es muy distinto de la alegría.

Vivir una vida solo de acuerdo a la naturaleza es priorizar el cuerpo sobre el espíritu, es forzar nuestra esencia para distinguirnos de los demás y olvidarnos de que realmente somos únicos y distintos en nuestra intimidad personal.

La obsesión de esta sociedad por lo corporal, por lo natural, olvidándose de su ser personal, lleva a una degradación tal, que la persona se empequeñece pasando la vida en pugna con la materia, tras de la cual no hay nada. Ha consumido su vida en nada.

Y por ser libres también podemos vivir como somos. Pero ¿cómo somos? Pues para empezar no somos un qué, como los animales, sino un quién, alguien que vale la pena, alguien que aporta un don que nadie tiene sino sólo él. En palabras de Polo, el hombre es “un espíritu en el tiempo” y por lo tanto está creado para no morir, para crecer irrestrictamente en el conocer y en el amar. Ese alguien que comienza en la tierra y que está llamado a permanecer fuera del tiempo y al que el Creador encomienda específicamente una labor por hacer: “Creced y multiplicaos y dominad el universo”.

El científico ateo de nuestra historia no anda equivocado, sino limitado en su conocimiento, y sus colegas equivocados. Él no conoce a Dios porque con el conocimiento objetivo sólo se puede conocer el universo y para trascender, como dice Polo, hay que utilizar en todo su potencial la inteligencia: “Sólo si el inteligir humano es irrestricto, el hombre puede ser trascendente”.

Hay un conocimiento natural superior al acto de objetivar, que es conocer con el hábito de sabiduría que, teniendo como culmen la fe natural, conoce a su Creador. Y por ser libres podemos conocer irrestrictamente. O si nos limitamos, conocer sólo naturalmente.

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