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La Iglesia tiene el deber de iluminar a la humanidad en la Verdad y cumple su misión sólo si propone a Jesucristo como modelo: Camino, Verdad y Vida.

La Iglesia tiene el deber de iluminar a la humanidad en la Verdad y cumple su misión sólo si propone a Jesucristo como modelo: Camino, Verdad y Vida.Vytautas Markunas, SDB / Cathopic

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Al alcanzar el primer cuarto del siglo veintiuno, la verdad se encuentra cuestionada desde muchos ámbitos tanto filosóficos como científicos.

Lo que ha sido tradicionalmente el objetivo de la filosofía, conocer la verdad, ha desaparecido en esta cultura globalizada, incluso en las universidades más importantes del mundo ya no se considera a la teología como la disciplina del conocer superior y la verdad se ha reducido a una cosa del pasado.

La jerarquía de las ciencias entre sí, lo que hace fundamentar a las ciencias inferiores en las superiores, se ha evaporado. Cualquier disciplina tiene el “derecho” a ser considerada como ciencia por el simple hecho de ser denominada científica por sus promotores y en ese ambiente los influencers sustituyen a los sabios, y también la simple opinión de cualquier persona puede poner en tela de juicio lo que, por otro lado, ha costado muchos años de esfuerzo descubrir a otros. La subjetividad es la reina del conocer y el deterioro de la verdad es evidente en el Occidente del siglo XXI.

En el ámbito científico se está proponiendo que la verdad es aquella que considere la comunidad científica como tal, excluyendo cualquier propuesta que no sea aceptada por la mayoría, por lo que estos mismos científicos modernos también condenarían a Galileo. Sin embargo, no se plantean la adecuación de los modelos a las propias leyes del universo como base del desarrollo científico, dando a estos “algoritmos” el status de “verdaderos” mientras suministren resultados que no sean contradictorios con otro modelo. La física perdió hace tiempo su fundamento en la filosofía, pasando a fundamentarse en los modelos matemáticos que permiten avanzar más rápidamente en conseguir resultados.

Por su parte la filosofía, que alcanzó su cima en el siglo XIII con Tomás de Aquino al tomarla como sustrato de la teología, comenzó su declive con Descartes al situar este la verdad dentro de la razón subjetiva. Este proceso se agudizó con la Ilustración y culminó en el siglo XIX con el idealismo alemán de Hegel, que cerró toda posibilidad de trascender al pensamiento humano.

Nos guste o no, la degradación de las instituciones y de las personas se produce al elegir la opción del subjetivismo y del relativismo como fuente de verdad. En estas circunstancias, tanto la sociedad como la Iglesia sólo tienen una salida: considerar al sujeto como trascendente y en concreto como hijo.

La sociedad debe considerar a los individuos como personas libres constituidas por cuerpo, alma y espíritu y por lo tanto sin reducirles a meros individuos racionales, sino posibilitándoles un crecimiento en su ser de hijos. Así también, la sociedad ha de hacer un esfuerzo formativo en el sentido de concebir a la persona, a todos, como un alguien que ha recibido su ser de otros y como un alguien que necesita de los demás para conseguir su realización completa. Esta es la verdad filosófica más íntima del hombre, según propone el filósofo español Leonardo Polo.

La Iglesia por su parte, que tiene el deber de iluminar a la humanidad en la Verdad, cumple su misión sólo si propone a Jesucristo como modelo de persona: Verdad, Camino y Vida. Modelo de plenitud humana para alcanzar la única libertad liberadora: la libertad de los hijos de Dios. Plantearse continuidad o retrocesos no es lícito, sólo mirar al futuro de la humanidad con la mirada misericordiosa del juez puede salvar y aquietar los corazones de esta humanidad.

Refugiarse en el cumplimiento de unas normas o de un programa ya no es posible. La globalización abre las puertas a tener una inmensa cantidad de información al instante y por lo tanto no se puede construir el futuro de una humanidad libre y sana a base de slogans, sino a base de reforzar y profundizar en la verdad de lo que somos. Se aplica aquí el viejo aforismo de los filósofos griegos: Conócete a ti mismo, o como gritó a la sociedad San Juan Pablo II en Santiago de Compostela: "Europa, sé tú misma".

La verdad no es negociable y no se puede obtener por consensos. Al no poseerla como propia, no podemos democratizarla y, por lo tanto, hemos de buscarla cada uno con la luz de nuestra inteligencia y con la aceptación de nuestra limitación intelectiva, que como dijo Joseph Ratzinger en su última conferencia antes de ser nombrado Papa: “Las filosofías (modernas) se caracterizan por el hecho de ser positivas y, por consiguiente, anti-metafísicas; y tanto es así que, a fin de cuentas, Dios no puede tener ningún puesto en ellas. Todas se basan en una autolimitación de la razón positiva, que funciona perfectamente en el ámbito técnico, pero que, si se generaliza, implica una mutilación del hombre”.

Nos encontramos así en una disyuntiva ante la Verdad: refugiarnos en el pasado o lanzarnos a la aventura personal de un encuentro con el crucificado que resucitó, lo que nos llevará a todos a vivir como si Dios existiera.

Comienza así la aventura de vivir a contracorriente, como hicieron los primeros cristianos, dispuestos a morir por la Verdad.

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