Religión en Libertad
El cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, saluda a Francisco durante su visita a Nueva York en septiembre de 2015.

El cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, saluda a Francisco durante su visita a Nueva York en septiembre de 2015.

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¿Coincidencia? Yo prefiero llamarlo providencia.

Hace dos días, los cristianos de todo el mundo celebraron la gloria de Jesús resucitado el Domingo de Resurrección. En Roma, el Papa Francisco, todavía debilitado por su reciente estancia en el hospital, recorrió la plaza de San Pedro en el papamóvil y se acercó al balcón que da a la plaza para bendecir a los miles de personas allí reunidas.

Nuestros corazones se llenaron de alegría al ver a nuestro Santo Padre, mientras seguíamos rezando por su plena recuperación.

Y ahora nuestros corazones se estremecen ante la sombría noticia de su fallecimiento. . .

Los comentaristas señalan que el Papa San Juan Pablo II reavivó el alma de la Iglesia, y del mundo, recordándonos implacablemente que nosotros, los hijos de Dios, tenemos su vida en lo más profundo, en nuestra alma, y por ello cada vida humana es especial, cada persona es noble.

Después, el Papa Benedicto reavivó nuestra razón, al insistir este altísimo intelecto en que los mejores dones que Dios nos ha dado son la fe y la razón, y que ambas forman una sinfonía asombrosa.

Ahora llega el Papa Francisco. Le oímos hablar al principio de ternura y misericordia, sentimientos que los poetas atribuyen al corazón, y no se detuvo en su afán de conmocionar: guiar el corazón de la humanidad, convirtiéndolo de la dureza y el odio a la ternura y el amor. 

Necesitamos las tres cosas: alma, mente y corazón. Somos menos que humanos si carecemos de ellos.

Así que este pastor gentil, de voz suave, sonriente, que bendice, abraza, besa y abraza va al Señor "cuya misericordia es eterna", el Dios que habita en nuestras almas, que inspira nuestras mentes, que tiene un corazón profundamente enamorado de nosotros, sus hijos.

La mañana siguiente a su elección, nosotros, los cardenales que le habíamos elegido, nos volvimos a reunir en la Capilla Sixtina para el rezo de la misa.

Él, el nuevo Papa, habló brevemente, con sencillez y confianza. El hermano cardenal que estaba a mi lado, el arzobispo de Viena, me susurró al concluir el sermón: "¡Timothy, habla como Jesús!". A lo que yo respondí susurrando: "¡Christophe [Schönborn], creo que esa es la descripción de su trabajo!"

El Papa Francisco hizo muy bien su "trabajo". Le echaremos de menos.

Durante su histórica visita en 2015, tuve el privilegio de acompañarle en el papamóvil mientras atravesábamos un Central Park lleno a rebosar. Los neoyorquinos de todas las creencias, o los que no tenían ninguna, saludaron al Papa Francisco con gritos de ¡Viva el Papa!

Pues bien, ahora confiamos en que, gracias a la misericordia de Dios, sobre la que el Santo Padre predicó con frecuencia y elocuencia, ¡él viva para siempre!

  • Traducción de Helena Faccia Serrano.
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