Religión en Libertad
Un hombre pescando.

Si dejas de pescar por indolencia... ¿cuántos peces escapan a tu captura? La respuesta tiene también un sentido espiritual.Greysen Johnson / Unsplash.

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Recuerdo vivamente el día en que un profesor en clase nos planteó el siguiente dilema intelectual. Estábamos en cuarto de la ESO, es decir, alumnos de 15 a 16 años. Lo enunciaré sucintamente:

  • "Imagina que eres pescador y un buen día sales con tu caña al hombro, silbando, a pescar a la desembocadura de un río. Es temprano y cuentas con toda la mañana para pescar la que será la comida principal del día. Preparas los aparejos de pesca y cuando tienes todo listo lanzas la caña. En apenas un minuto ¡tremenda casualidad! el sedal se tensa y tirando hábilmente de la caña consigues algo insólito: ¡una espléndida lubina! ¿Qué haces después? Tienes dos opciones. La primera es que dado que ya has pescado puedes tumbarte a descansar. La segunda opción es continuar pescando. ¿Cuál eliges?".

Para mi consternación, sólo dos alumnos de los treinta que éramos en clase levantamos la mano para elegir la segunda opción.

Recuerdo que mi socio y yo argumentamos que si continuábamos pescando, tal vez eso condujera a un incremento de la pesca. Los excedentes podrían ser vendidos en un mercado y el capital obtenido reinvertido en la empresa. Podríamos conseguir una mejor caña con la que potencialmente mejoraría nuestra productividad e incluso más adelante abrir la pequeña empresa a terceros incorporando a trabajadores a la misma. Todo ello podría conducir en el futuro a mayores ganancias que redundaran entre otros muchos beneficios sociales también en una mayor disponibilidad de tiempo libre.

La lacónica respuesta de la mayoría de nuestros compañeros fue que ellos podían disfrutar ya de aquel tiempo libre: ese mismo día. Jaque mate, vagofóbicos.

Llegados a este punto, lamentablemente no recuerdo cómo prosiguió el debate.

Al hilo de todo ello me percato ahora de que lo crucial del desafío no era un mero debate entre dos modelos económicos, el laborioso frente a una economía de holgazanes y perezosos (que recuerda a los hippies sobre los que el gran Hughes escribió con notable maestría). Lo crucial se trataba de algo que quedó fuera del debate. Esos peces inmateriales de las profundidades abisales nos eludieron. Probablemente con aquella edad todavía no teníamos carrete para pescarlos. No pidas sardina fuera de temporada. Se escaparon aquellos tesoros ocultos de nuestras redes. En el juego de hundir la flota alguien cantaría "¡Agua!" ¿A qué tesoros me estoy refiriendo? A las virtudes.

Las acciones libres tienen dos efectos: uno externo y otro interno. 

  • Respecto del externo, en nuestro ejemplo, el efecto de decidir continuar pescando es que una trucha (o lo que sea que pescásemos adicionalmente) sería desplazada de nadar en el río a la dicha chestertoniana de ser servida en la mesa de un hogar. 
  • El cuanto al efecto interno, la acción que libremente elijamos nos modificará a nosotros mismos. Repercutirá en nosotros. Si seguimos pescando nos podemos convertir en alguien ligeramente más virtuoso, más perfecto. Todas las virtudes humanas van enlazadas, interconectadas como en una red de pesca. Nos convertiremos en alguien más laborioso, con más destreza, más diligente, más prudente, más experto, más paciente… etc. La repetición de actos que requieren esfuerzo va redundando en el desarrollo de las virtudes. Al realizar estas acciones nos automodificamos. 

No advertir este efecto interno y el olvido de las virtudes clásicas unido al mantra narcótico-hedonista carpe diem es algo despersonalizante. En los relatos del evangelio se dan dos pescas milagrosas. Poniendo a Dios en el centro de nuestras vidas, la superabundancia de virtudes (que en una de ellas hasta reventaba las redes) es algo que Dios quiere de nosotros a nivel muy personal. Es lo mismo que ocurre con la parábola de los talentos. Y lo mismo a lo que se refiere Jesús con la frase "Al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene" (Mt 13, 12).

Hay una parábola de Jesús que combina las dos opciones del desafío de nuestro profesor. Recordemos al rico terrateniente con superávit que planeaba destruir su granero para construir otro más grande y guardar toda su cosecha y después decirse a sí mismo "ya tengo mucho acumulado; descansa, come, bebe y goza de la vida". Es la segunda opción al servicio de la primera. "Necio, esta misma noche perderás la vida y lo que tienes guardado ¿para quién será?" (Lc 12, 16-21).

Aprovechar el tiempo éticamente es aprovechar el tiempo para hacer el bien. Es decir, que los talentos que tenemos no nos los tenemos que guardar (como el necio guardó su cosecha en el granero), sino que debemos hacerlos fructificar y utilizarlos al servicio de los demás. Realizar obras de amor redunda en el ser. Acumulemos tesoros para el cielo, donde no los corroe el óxido del tiempo.

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