Sábado, 12 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Dos pueblos, dos mundos, dos Francias


por Éric Zemmour

Opinión

A cada uno su revolución. A cada uno sus calles, sus manifestaciones, sus eslóganes. El sábado 24 de noviembre estaban, por un lado, los "chalecos amarillos" y, por el otro, #NousToutes [el #metoo francés]. Unos protestaban por el aumento de la tasa del gasoil, los otros "contra las violencias cometidas contra las mujeres". En un lado, la Francia de las periferias, las clases populares, los empleados, los comerciantes, los obreros, una mayoría de hombres blancos entre los 30 y los 50 años; en el otro, la Francia de las "minorías", los movimientos feministas, los LGBT, los "racializados", los indigenistas islámicos, los defensores de las mujeres con velo. Con unos, las redes sociales; con los otros, los medios de comunicación dominantes, los sindicatos, la izquierda conformista; por un lado, la Francia a la que le cuesta llegar a fin de mes; por el otro, la Francia que vive sobre todo de subvenciones públicas y que cada día pide más.

Por un lado, un pueblo marginado por las élites y los medios de comunicación, vilipendiado y objeto de mofa, al que tachan de "poco inteligente", "fascista", "camisa negra". Cuando los alborotadores surgen desde dentro, el ministro del Interior se apresura a denunciar a la "extrema derecha", para descubrir más tarde que era más bien la "extrema izquierda".

Por el contrario, la "manifestación por las mujeres" es exaltada y glorificada por todos los medios de comunicación, que no se ofenden por las manifestaciones separadas, prohibidas a los hombres o a las mujeres blancas, ni se preguntan por el perfil dominante de los agresores de mujeres o de homosexuales en la calle, que la policía ha recibido la orden de mantener secreto.

La izquierda ha elegido olvidarse de los obreros y los empleados, culpables de malos pensamiento "racistas" u "homófobos".

Antaño, la izquierda era el vínculo político entre las élites y las clases populares. Al cabo de muchos decenios, la izquierda, desde las universidades a los medios de comunicación y los partidos políticos, ha elegido celebrar a "las minorías" y olvidarse de los obreros y empleados, culpables de malos pensamientos "racistas" y "homófobos". Estos nuevos sacerdotes del conformismo, de los que Benoît Hamon es una de sus figuras estrella, han sometido sin escrúpulos su progresismo social al islamo-izquierdismo. En nombre del internacionalismo, han abandonado al pueblo francés. A sus ojos, los "chalecos amarillos" son unos "deplorables", palabra con la que Hillary Clinton había etiquetado a los electores de Trump; para los "chalecos amarillos", sus adversarios están cada vez más integrados con el "partido del extranjero".

Las dos manifestaciones del sábado pasado encarnaban a dos pueblos, dos Francias, dos mundos. Los "chalecos amarillos" es el "amado y antiguo país" del general De Gaulle, "los galos rebeldes", diría Macron: prohibidos para ellos los centros de las ciudades debido a la subida de los inmuebles, han tenido que huir a las periferias, "en las que ya no se sienten en Francia", para refugiarse en zonas alejadas de las metrópolis en las que el coche se convierte en su instrumento de supervivencia. La manifestación feminista encarna a la Francia de las metrópolis, la Francia mundialista, la alianza de los centros de las ciudades y las periferias. Estas dos Francias ya no viven juntas, no se hablan, no se entienden. Se desprecian y se odian.

Publicado en Le Figaro.

Traducido por Elena Faccia Serrano.

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