Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

El apoyo social al bando nacional durante la Guerra Civil



Una de las claves menos estudiadas del inicio del 18 de julio ha sido el apoyo social recibido por los militares alzados. La vía conspiratoria había ido cobrando fuerza con la victoria del Frente Popular. La CEDA y el Bloque Nacional agrupaban al sector social derechista, a partir de finales de 1935, aunque la Falange y la Comunión Tradicionalista formaban los nuevos ejes de la juventud derechista, debido a un proceso de rápida radicalización. Los grupos conspiradores habían sido monárquicos en su génesis reagrupando a los elementos dispersos de la Sanjurjada. Pero estos grupos entraron en relación con la Unión Militar Española y con militares republicanos derechistas. Con la dirección del movimiento conspiratorio en manos del general Emilio Mola se fue vertebrando una acción puramente militar en la que los elementos civiles serían auxiliares del ejército.

En esta  labor, los alfonsinos buscaron ayudas económicas y apoyos en el extranjero. Su líder, Antonio Goicoechea, tenía contactos con los alfonsinos adinerados y contaba con la representación de Falange, cedida por José Antonio ante la detención de la Junta Política de este partido por las autoridades frentepopulistas.  Entre tanto, el carlismo organizaba su milicia, el Requeté. Desde la rebelión asturiana, la llegada de nuevos contingentes juveniles a las juventudes carlistas permitió a Fal Conde seleccionar a los elementos más aptos para el Requeté. Después de estructurarse la milicia de forma independiente con su delegado nacional, Zamanillo y con el general Varela de inspector nacional. El Requeté empezó adoptar la forma de un ejército de base popular. El encuadramiento jerárquico de los jóvenes bajo el mando de militares retirados por la ley de Azaña y de activistas entrenados en Italia, como estaba convenido en el Pacto de Roma con Mussolini. Esto llevó a diferenciar la milicia carlista de las otras políticas que no pasaban de ser grupos de seguridad callejera, sin espíritu militar. 1935 fue el año de su organización y su fruto se demostraría al año siguiente.

Por tanto, cuando el 18 de julio estalló la guerra civil, los dirigentes alfonsinos se habían desplazado a las ciudades castellanas, como fue el caso de Eugenio Vegas Latapié, Pedro Sáinz Rodríguez, Jorge Vigón, José Ignacio Escobar y el marqués de la Eliseda, aunque su contribución militar se redujo a una unidad de 44 voluntarios de boinas verdes (Renovación Española) comandado por los hermanos Miralles, en el vital paso de Somosierra y a 200 albiñanistas del núcleo burgalés. Por el contrario, los carlistas tuvieron menos peso en la formación del futuro Estado nacional, pero contribuyeron con 15.000 requetés de primera línea y otros 7.000 de la reserva desde el primer día de hostilidades siendo elementos determinantes en el triunfo del alzamiento en el norte de España.

En cuanto a la Falange, aunque ilegalizada, reunía de manera clandestina a 30.000 jóvenes que fueron determinantes fuera de Navarra y Álava. Sin embargo, el apoyo social mayoritario que alimento al bando nacional provino del catolicismo social. Especialmente sus organizaciones agrarias, que defendían como lema: la Religión, la familia, la propiedad y el orden. La Confederación Nacional Católico Agraria, que reunió a 500.000 afiliados, tenía su mayor peso en Castilla-León, Aragón, La Rioja y Navarra. Sus sindicatos, cooperativas, cajas rurales y cámaras agrarias eran un poder fáctico que se había reflejado de manera mayoritaria en la CEDA y los carlistas, con quienes, veinte de sus dirigentes, fueron diputados. La CEDA tenía 736.000 afiliados, los carlistas 300.000 y los monárquicos 2.500. Pero detrás de las siglas políticas, el mundo católico estaba unido y vertebrado desde hace un par de décadas. La Confederación de Estudiantes Católicos, tenía 14.000 miembros; la Confederación Católica de Padres de Familia, 52.000; las Juventudes Católicas, 50.000; la Confederación Española de Sindicatos Obreros, que en 1935 reunió a los sindicatos católicos, tenía 276.000 afiliados. Además, las congregaciones marianas dirigidas por jesuitas (en clandestinidad), carmelitas, agustinos, franciscanos, dominicos etc… reunían a varias decenas de miles de antiguos alumnos de sus colegios. En el caso concreto de Valladolid, de los primeros 1.800 primeros voluntarios falangistas, 1.500 de ellos eran miembros de alguna congregación piadosa. La movilización del catolicismo social a favor del bando nacional fue capital para ganar la guerra, por el concurso voluntario de centenares de miles de hombres y la implicación de las instituciones. Sin el anticatolicismo y la persecución que se fue incubando durante el periodo republicano, no se hubiese tenido un apoyo masivo de esas características.

Otro apoyo importante, y que se olvida, fue el de los miembros de la Lliga Catalana de Francesc Cambó. Más de 16.000 catalanes tuvieron que exiliarse y 400 miembros del partido fueron sacrificados por los piquetes republicanos. Su contribución en conseguir apoyos económicos internacionales, fundar el SIFNE (servicios de inteligencia) o mantener un paso clandestino de fugados, fue de vital importancia. El servicio de fugas catalán consiguió llevar a zona nacional a Juan Antonio Suanzes, Alfonso Peña Boeuf, Ramón Serrano Suñer, Luis Carrero Blanco, Manuel Arburúa y José Larraz, entre otros.

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