Así lo advierte el filósofo Higinio Marín entrevistado en la revista «La Antorcha»
El Estado hoy quiere suplantar a los padres, «ve a la familia y los católicos como sediciosos»

El filósofo Higinio Marín advierte de las ambiciones del Estado actual sobre la familia y los niños
Josema Visiers, en La Antorcha, la revista cultural de la Asociación Católica de Propagandistas, habla sobre la presión que ejerce el Estado contra las familias, con el filósofo y escritor Higinio Marín, profesor de Antropología Filosófica en la Universidad Cardenal Herrera CEU de Valencia.
En nuestra época, concluyen, la familia y los católicos "son agentes insumisos, subversivos y sediciosos", ante las pretensiones exageradas e ilegítimas de un Estado que, cada vez más, pretende sustituir a los padres.
- ¿Podemos afirmar que actualmente el Estado pretende arrogarse, y cada vez con más vehemencia, el papel de padre?
- La cuestión no es un asunto de actualidad, sino que tiene que ver con el origen del Estado. Nuestro Estado nace de la revolución. Y la revolución es una revuelta contra el pasado. Más directamente, contra el pasado que suponía el Antiguo Régimen, la estratificación social, el régimen de privilegio y desigualdad. Pero el pasado al que apunta la revolución es un pasado más ontológico que social.
Y la figura más decisiva del pasado, la más esencial respecto del ser humano, es el padre. Así que, suprimidos los linajes y sus legados de privilegios y de funciones sociales, al final, el destinatario de la revuelta contra el pasado ha sido la paternidad.
El ciudadano del Estado nace sin ombligo, porque el Estado se piensa a sí mismo como el espacio en el que el sujeto surge a la vida sin deudas pasadas. Sin esa deuda que es la filiación, o sea, saber que uno no se origina a sí mismo.
Así que el Estado nace padre por sustitución, porque ese nacimiento sin ombligo sólo tiene lugar en el espacio institucional que supone el Estado moderno. Sí que hay ahí una suplantación, seguramente inadvertida en la mayor parte de los agentes históricos, del Estado como padre emancipador, cuya tutela, nos dice, es el fin de las tutelas; cuya paternidad es el fin de las paternidades; cuyo amparo, afirma, es el final del abuso.
-¿Así que el Estado moderno nos necesita huérfanos?
- Lo que vemos en nuestro tiempo es que el Estado nos cancela la relevancia antropológica y política del pasado. Por ejemplo, del pasado que supone formar parte de una especie biológica: todos pertenecemos, por filiación, a una especie biológica. Y, por tanto, la dotación genética, la condición de mamífero, la condición de varón o de mujer, forman parte de un legado. De un legado que hoy es repudiado como irrelevante y que es cancelado, en su trascendencia social y política, por las fuerzas del Estado.
Y si uno dice ante un juez de instrucción que es varón o hembra o lo que se tercie, eso produce lo que significa. Pero produce lo que significa porque por su boca habla el Estado. Y ese hablar del Estado cancela las leyes de la física y de la biología.
Es como el decir de Yahvé, que abre las aguas del mar. Y aunque anatómica, genética, celularmente, tú seas una cosa, el Estado declara que eres otra. Y declara la irrelevancia de la realidad. Algo que puede hacer porque ese sujeto, en el fondo, en tanto que ciudadano, es un Adán, cuyo espacio de surgimiento es el Estado. Es un individuo sin genealogía.
- ¿Esa es la razón de que hoy el Estado busque complacer al individuo, pero recele de la familia?
- Tras la supresión de las dimensiones genealógicas, la asistencia social, el sistema del bienestar, son los servicios con que el Estado justifica su régimen. Un sistema que tiene que ser también sostenido sobre la superación, no sólo del Estado de guerra, como decía Hobbes, sino desde hace setenta u ochenta años, también por la superación del estado de necesidad.
En ese sentido, el Estado, al menos en Occidente, es hoy provisor, satisfactor, hasta el punto de que lo llamamos “papá Estado”. Y por eso hay una enemistad de origen entre esta forma de Estado y la familia.
Porque la familia es un recurso que el Estado no puede suprimir, pero que tolera con dificultad.
- ¿Por qué?
- Porque la familia es el tipo de sociedad en que se da un régimen natural de desigualdades: desigualdades de sexo, desigualdades de generación, de edad… Y donde aparecen dimensiones tutelares y dimensiones de autoridad. Por eso la familia es una interferencia, un desorden, desde el punto de vista del Estado. Y por eso la expropiación de los hijos correspondería a su emancipación ciudadana. Así lo ven todas las personas que tienen una mentalidad estatalista.
Los que no tenemos esa mentalidad, lo vemos como una invasión abusiva y, no ya onerosa, sino oprobiosa. Claro que los hijos, al respecto de su cuidado y tutela, son de los padres en primer lugar. Y no hace falta que diga que no es eso lo que se nos dice.
Ideologías
¿Los hijos no son de los padres? Los socialistas vuelven al clásico de 1919: «El ABC del comunismo»
Pablo J. Ginés/ReL
Pero es que ya hay Estados donde retiran la tutela si los padres no están de acuerdo, por ejemplo, con el cambio de sexo. Y hay Estados donde si los padres evitan que el hijo haga no sé qué elecciones, son ofendidos públicamente.
Ahí no estamos viendo más que las últimas consecuencias de esa paternidad estatal, que es inconfesa y suplantadora. Y por eso el Estado tiene que definir e imponer los contenidos de la enseñanza, para propiciar la emancipación del niño de ese régimen tutelar e inasumible que es la familia, que el Estado no puede metabolizar y que supone un límite de su poder.
- Este intento de suplantación cada vez más evidente, ¿no ha hecho también que los padres tomen mayor conciencia de su deber para con sus hijos?
- Bueno, los padres tenemos mucho que agradecerle al Estado moderno y a la modernidad, porque esa enemistad de origen entre la familia y el Estado ha dado lugar a un tiempo de purificación. El Estado ha hecho con la paternidad lo que Husserl quería hacer con las cosas mismas, o sea, la ha exfoliado de toda la hojarasca que las sociedades tradicionales y premodernas habían asociado a la paternidad, y que muchas eran abusivas.
Cuando Abraham, con espíritu de obediencia a Yahvé, coge a Isaac para sacrificarlo, lo puede hacer; tú y yo no podríamos porque no disponemos de nuestros hijos, pero él lo puede hacer porque en su época, en las sociedades clánicas y tribales, los padres eran dueños de la vida de los hijos. Hoy entendemos que ser padre es tener en tus manos la vida del hijo, pero que no es una especie de atribución en virtud de estructuras jerárquico-patriarcales, sino que la criatura nace y su vida la tienes en tus manos. Eso se consolida incluso en los artefactos culturales más sofisticados como el derecho romano, y se matiza en las sociedades cristianas.
Y por eso se dejan de hacer sacrificios humanos, que en primer lugar afectaban a los hijos.
Esa disponibilidad de la vida de los hijos siguió matizada, moderada, en el Antiguo Régimen. O sea, que la figura del padre es una institución tan natural como sabemos, pero al mismo tiempo con un montón de hojarasca y de atribuciones en sociedades tribales y clánicas que perduraron inercialmente.
Pero que a mí me hayan liberado de la carga de buscarles novia a mis hijos, o de buscarles oficio y sostén, me genera una gratitud sin fin, así que al Estado moderno le debo cosas, por crítico que sea. Así que, como logro involuntario, hemos quedado para cuidar a nuestros hijos, sin ninguna otra atribución, a Dios gracias. Y dígase también, históricamente hablando, que ha sido gracias al Estado y a la Iglesia, que ya había sido una institución de moderación enorme a este respecto.
Ciencia y Fe
La mentalidad occidental es única y surgió con la familia católica: ¡un estudio lo constata!
Pablo J. Ginés/ReL
- La contrapartida es que el Estado como padre es ahora el opresor que dispone de nuestra vida e impone qué está bien o qué está mal, como se ve en la reticencia actual para aceptar la objeción de conciencia en según qué casos…
- Claro, es que la objeción de conciencia es sediciosa, porque se declara a sí misma como una instancia de autorización moral que cabe enfrentar al Estado y a su definición de lo posible y de lo imposible en términos morales, que es la legislación positiva.
Si alguien reclama que hay alguna otra instancia moral, ese sujeto se hace sospechoso, como hacía Hobbes en El Leviatán, de ser siervo de una soberanía distinta a la del Estado. Y eso implica que sea una soberanía opositora y sediciosa.
Por eso, el católico es de suyo sedicioso, porque su conciencia no se sujeta con carácter absoluto a las prescripciones y obligaciones que señala el Estado. Esa especie de totalitarismo hobbesiano está vigente, y no de forma latente sino explícita, en esta imposibilidad de la objeción de conciencia. La conciencia no puede ser una excepción, porque la excepción es delito, como lo era el privilegio de la aristócrata.
Pero luego, este régimen es perfectamente coherente con la discriminación positiva de aquellos que han sido objetos de los “abusos patriarcales premodernos”. Así que la excepción no es imposible ni intolerable: lo que es intolerable es que yo no reconozca que el Estado es la única autoridad capaz de generar y de prescribir excepciones, que implican desigualdades manifiestas y que rompen el principio de igualdad de la ley.
- ¿Y esto cómo se justifica?
- Porque ese principio de igualdad ante la ley lo rompen “con intención pedagógica”, y por tanto, este Estado no sólo es un padre bueno, sino que es un padre pedagogo. Ese es su discurso, que se pone de manifiesto hasta la náusea con lo que llaman el esfuerzo de concienciación.
Todo el esfuerzo de la pedagogía estatalista es un esfuerzo de concienciación y, por tanto, el objeto al que se debe concienciar es al insumiso, al sedicioso, porque si propugna que su objeción tiene fundamento en una ilegitimidad moral del mandato de la legislación positiva, o de las supuestas obligaciones profesionales que puede implicar el derecho de otro, entonces ese sujeto está planteando un problema de legitimidad y, por tanto, eso es una sedición.
Por eso la familia y los católicos son, de suyo, sediciosos frente al Estado.