El sacerdote Bravo Álvarez analiza el Evangelio desde las cuestiones que los personajes dirigen al Señor
3 lecciones de las preguntas de Jesús hasta la Pasión: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?»

"Cuando Dios hace preguntas, ya sabe las respuestas. No son dudas suyas. Son necesidades nuestras", plantea el sacerdote Bravo Álvarez.
Para el sacerdote colombiano Luis Miguel Bravo Álvarez, hay veces que Dios y su Palabra dice más con lo que pregunta que con lo que responde. Es uno de los grandes enfoques que puede hallarse en “¿Quién dices que soy yo? Las preguntas de Jesús hasta la Pasión”, publicado recientemente en Ediciones Palabra.
Como comunicador social, periodista y filósofo, las preguntas cobran para él un sentido existencial. Lo mostró ya en su primer libro, Entrevista a Jesucristo, donde analizaba las preguntas que apóstoles y personajes del Evangelio dirigían a Jesús. Y vuelve a hacerlo ahora, pero en “sentido contrario”; buscando trasladar al lector que las preguntas de Cristo son, realmente, “preguntas para la vida, porque son faros que luz que iluminan su búsqueda. Una luz que a veces encandila, a veces desconcierta, pero que, si se sigue con fe, nos conducirá a su encuentro”.
Son muchas las preguntas que dirige Jesús en el Evangelio y que conducen hasta la Pasión. Pero hay una que lo hace especialmente y de la que se desprenden 3 enseñanzas que el sacerdote plasma en su última publicación: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”.
1º La madurez de la maternidad
Fijándose en Salomé, madre de los apóstoles Santiago y Juan, escritor comienza deteniéndose en cómo la oración de una madre es “una de las imágenes que más debe remover el corazón del Señor”, pero que también se trata de un amor que “necesita ser acrisolado por el dolor”.

"¿Quién dices que soy yo?", de Luis Miguel Bravo Álvarez.
Se mostró en el caso de Santa Mónica y también ahora en el de Salomé, lo que lleva al sacerdote a considerar que “cuando la mujer reconoce que su hijo viene de Dios y a Dios debe volver y que ese hijo es más del Señor que suyo, solo entonces alcanza el grado más alto de maternidad”. Porque paradójicamente, explicó, “nunca la mujer es más madre que cuando se desprende por completo de su hijo, sabiéndolo también, y, sobre todo, hijo de Dios. Y por eso fue en el Calvario cuando María se convirtió en la Madre de todos los vivientes”.
Por ello en el Evangelio se dice que Salomé guardó silencio, pues “intuyó que sus hijos iban a sufrir y, por tanto, también ella. Supo que debía dar un paso a un lado y ser consciente de que sus hijos debían seguir su propio camino y abrazar su sufrimiento”. Es esa madurez de la maternidad de Salomé la que, según el padre colombiano, “le permitirá ser una de las pocas personas capaces de llegar hasta el final, estando presente en el momento en que Jesús bebió ese cáliz que ahora anunciaba”. Un dolor que, además, se hizo más agudo al escuchar la respuesta de sus hijos, “podemos”, y la confirmación del Señor, “beberéis mi cáliz”.
2º La entrega del padre, incondicional e inmerecida
Sin embargo, el sacerdote remarca que cuando ellos respondieron afirmativamente no sabían a lo que se enfrentarían más tarde. Incluso hablando de la Pasión del Señor, menciona que si Santiago no llegó a estar en el Calvario, Juan estuvo “no tanto por su fortaleza sino por su amor a María, que lo arrastró y capacitó para enfrentar la mayor de las pruebas, ser testigo y compañero del Maestro en la más ignominiosa de las muertes”.
En base a este relato, el sacerdote remarca que no se debe escuchar la invitación del Señor a “beber el cáliz” como “una prueba de esfuerzo, una candidatura o como si debiéramos merecerlo”. En el caso de Santiago y Juan, leyeron en esta clave las palabras de Cristo, “como si estuviese abriendo la convocatoria de un concurso”, muy lejos de lo que considera el gran desafío: “Entender que Dios no pretende hacer de nuestra vida un reality show para ver quién es mejor”, sino que “el amor de Dios está consolidado mucho antes de que podamos merecerlo. Antes de hacer cualquier cosa, la misericordia y la fidelidad de Dios llegan primero”.
3º Mejor recostados en Dios que con un gin-tonic: “Podemos… con tu gracia”
En tercer lugar, el sacerdote plantea que la respuesta a Jesús no debería ser “no podemos”. Por el contrario, plantea una “correspondencia” con Dios que se traduce entre otros aspectos, “en la conciencia de que es Dios el que nos capacita para lo que nos pide y la convicción de que tenemos un ministerio que llevar a cabo y no hay lugar para la negligencia”.
Con perspectiva, se sugiere que seguramente el Señor querría que todos pidiéramos lo mismo que los hijos del trueno, “pero con el corazón purificado”. Al fin y al cabo, “Dios padre quiere tener muy cerca a sus hijos, sabiéndonos muy amados igual que Juan”; pero con un añadido: “Entendiendo que el `podemos´ que pronunció con tanto ardor en su juventud era sincero, pero quizá le faltaba un `…Jesús, con tu gracia, Madre Mía, con tu ayuda”.
“Entonces sí entenderemos que es mejor beber el cáliz de Cristo, vivir sirviendo y morir como hijos, recostados en el pecho de Dios Padre, que vivir egoístamente recostados en una hamaca, bebiendo un gin-tonic y morir como huérfanos”, concluye el sacerdote.