Religión en Libertad

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Recordábamos el mes pasado que se cumplían treinta y cinco años de la primera visita de San Juan Pablo II a España. Las últimas palabras que pronunció al despedirse de nuestra nación desde Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, fueron: ¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!


Estamos en España, con razón denominada tierra de María. Sé que en muchos lugares de este país la devoción mariana de los fieles halla expresión concreta en tantos y tan venerados santuarios, dijo el Papa en Zaragoza[1].


Y el gran sacerdote y periodista que fue José Luis Martín Descalzo[2] respondía así, de forma figurada, a Juan Pablo II:

No lo sabéis bien, Santo Padre.

No sabéis bien hasta qué punto es cierto

que nuestra historia fue sembrando España

de claveles y vírgenes,

de rosas y de imágenes,

de amor y santuarios.


Fijaos bien: Si un día se perdiera

el mapa de este pueblo,

si la historia borrara el nombre de todas sus ciudades,

podría reescribirse rastreando santuarios.

Porque allí donde hubo un grupo de españoles

tuvo un templo María.

Allí donde latió un corazón, latió por Ella,

por Ella y por su Hijo,

en un único amor y diez mil nombres,

en un solo cariño y cien advocaciones.


Nacimos a sus pies en Covadonga.

En esta gruta amaneció la historia.

Ante Ti recobramos la conciencia de pueblo

y hoy gira toda Asturias en torno a su Santina,

con ternura y piropos, con devociones y lágrimas.

Tú sigues entre rocas explicándonos

que la fe es fortaleza;

tus agujas señalan el camino del cielo,

el agua de tu fuente brota sin agotarse

como el amor del alma;

Tú también nos explicas que la fe es alegría.


En Santander quisiste ser Bien Aparecida

y a un grupo de pastores les mostraste tu rostro

para ser, ya por siempre, Reina de la montaña.

Tu cuerpo es tan pequeño como una mano de hombre,

tu cara, colorada y brillante como una manzana de Cantabria,

pero tu corazón más grande que Tú misma.

Por eso pudo un Papa

nombrarte la abogada del pueblo montañés.


En Bilbao levantaste el dedo de tu torre

que señala hacia al cielo como una gran bandera.

Con tu cara de tierna Andra-mari, Begoña,

has querido ser una mujer de nuestro pueblo,

una madre-madraza para tantos dolores,

para cerrar heridas y abrir esperanzas,

para que al ver tu rostro

entendamos que somos todos por fin hermanos

y que reine el amor donde reinó la sangre.


En el espino Tú, Virgen de Aránzazu.

Aquí, entre picachos y nieblas, apareces

tan pequeña y hermosa, floreciendo

como una flor de zarza.

En el silencio de los caseríos, Tú eres la Reina.

En el cansancio de los peregrinos, eres consuelo.

En la paz, Tú eres paz, Virgen de Aránzazu.


En Vitoria eres Blanca, blanca, blanca.

Con la ciudad naciste y con la ciudad vives.

Y si alguien, algún día, te rompiera o manchara

Vitoria volvería a construir tu manto.

Porque sabe de sobra

que se puede vivir sin muchas cosas,

pero no sin tu amor, y necesita

tu blanco rostro, tu sonrisa clara,

tu blanco corazón de Virgen blanca.


Aquí, durante siglos,

han velado sus armas los reyes y vasallos.

Ante tu real imagen han cruzado la historia

Virgen de los navarros, Santa María la Real.

Y aquí seguimos hoy jurando vasallaje,

velando nuestras armas de la paz, asegurándote

que pasarán los siglos

pero nunca la fe de los navarros.


Aquí, ante tu Pilar, hemos estado

dos veces con el Papa

y un millón de veces a lo largo del tiempo y de los siglos.

Tú lo sabes muy bien. ¡Si hasta hemos horadado

a besos tu columna! ¡Si han sido ya millones

los niños que han rozado tu manto con sus besos!

Tú eres la columna de nuestra fe, Señora.

Entre rezos y jotas seguiremos cantándote

y Tú seguirás siendo, al lado de tu Hijo,

el Pilar de esta Iglesia.



Llevas ya novecientos años presidiendo estos montes,

Santa María de Torreciudad,

reflejando en las aguas azules del pantano

la vieja ermita y la torre nueva

que unen la fe de ayer y de mañana.

Aquí venimos a buscar tu sombra,

a recibir el cuerpo y el perdón de tu Hijo,

a rezar en silencio

para volver contando al mundo tu pureza

y la que Tú contagias a tus hijos, amándoles.


En Montserrat pusiste tu alto nido de águilas,

rosa de abril, morena de la sierra,

pequeña Reina de los catalanes.

En tus manos sostienes tus dos grandes tesoros:

a tu Hijo y al mundo,

los dos tesoros de tu corazón.

Por eso nuestras danzas se tejen y destejen,

ante tus pies de Madre, felices y solemnes,

porque, aunque el mundo cruja, lo sabemos,

jamás podrá caerse de tus manos.

La Cinta que ciñera tu cintura de Madre

la veneramos hoy en esta catedral

y así Tortosa es una ciudad afortunada.

La tradición nos lleva a venerar tu seno,

tu vientre de mujer que cobijó al Eterno,

que fue el templo más templo de los templos del mundo.

Protege Tú, oh Virgen querida de la Cinta,

a todas las que llevan un hijo en sus entrañas,

enséñanos a todos lo que es el milagro

de la maternidad.


En Mallorca Tú eres Reina de la belleza.

Porque no es que Tú te parezcas a la isla,

es que la isla se parece a Ti,

Virgen del Lluch, corazón de Mallorca.

Perdida en el silencio verde de la montaña,

son verdes las praderas que rodean tu ermita

para explicar al mundo que Tú eres la esperanza.

Y cuando el mar se duerme en tus calas más bellas

es solo porque intentan imitar el azul de tus ojos.

La isla huele a madre.

La isla huele a gozo.

La isla huele a Ti.


En Valencia recibes tu nombre más hermoso,

Santa María de los inocentes, locos y Desamparados.

Porque todos lo somos y lo estamos.

Somos locos, porque no te queremos como Tú te mereces.

Inocentes, porque nunca te cansas de pedir por nosotros.

Desamparados, porque vivimos lejos de tu manto de Madre.

Bajo él nos acogemos hoy de nuevo

como polluelos bajo la tormenta:

Tú volverás en flores nuestros sueños,

por Ti arderá la falla de nuestro corazón.

Hace ya siete siglos que el Misterio

pregona en Elche tu Asunción, Señora.

Hace ya siete siglos que sabemos

que subes a los cielos, pero sabes

quedarte al mismo tiempo con nosotros.

Y hace ya siete siglos nos asombra

que, teniendo tu casa en las alturas

del cielo, hayas querido

quedarte en la posada de los hombres,

tan tercamente misericordiosa.


En Murcia eres la Fuente más santa y más fecunda

de la huerta, Fuente Santa que riegas nuestras almas,

frescor de Dios, corriente de aguas limpias,

flor de las flores, fruta de los cielos,

río de aguas caudales, noria hondísima,

huerta que diste como fruto a Cristo.


Para buscarte, Madre, cruzaremos

las sierras y los montes, y lo haremos

con gozo y sin cansancio,

porque buscarte, Santa María de la Cabeza,

es la fiesta mayor para Jaén.

Hasta nuestros caballos van más sueltos

cuando van hacia Ti. Y, cuando estalla

al verte nuestro gozo,

no es que estemos locos,

es que estamos como niños en casa de la madre.


Quien no ha visto Granada, no vio nada.

Quien no te ha visto a Ti, no vio Granada.

¿Cómo, siendo tan bella, estás tan triste?

¿Y cómo, siendo triste, eres el gozo?

Sábelo bien, Señora de las Angustias,

solo por alegrarte hemos hecho a Granada tan hermosa.

Solo porque Tú sabes alegrarnos

se nos vuelven sagradas esas lágrimas.


¿Y Tú, por qué te ríes llorando, Macarena?

¡Esta es Sevilla, Madre!

Este es el más loco corazón del mundo,

la mayor concentración de alegría que conoce el planeta,

la ciudad en que el cariño se viste de locura.

Los que no nos conocen dicen siempre

que nuestra patria es la exageración.

¡Cómo se ve, guapísima, que esos no te conocen!


Y ahora... ¡a descubrirse! Que la Blanca Paloma

sale por el otero

y en el Rocío sopla un viento de locura.

Quien escribió en la copla que

tan solo en el cielo te aman mejor

se quedaba... una miajita corto:

¡habrá que ver si saben en el cielo

montarte un triunfo así!


Y aquí están los canarios,

Virgencita del Pino.

Hemos venido todos:

las gentes, los corderos, incluso los camellos;

han venido los niños y los viejos

y han venido cantando y bailando y riendo

porque este trozo vivo de España,

no se queda atrás en su cariño:

tanto si sube hasta su agreste monte,

como si baja hasta las limpias playas

y besa entusiasmado

las plantas santas de Santa María

que los tinerfeños llaman Candelaria.


Tú eres recia, Señora, en Guadalupe,

como recia es la tierra de nuestra Extremadura.

Pobre como nosotros.

Aldeana como lo son tus hijos,

tostada por el sol como una guadalupana más.

Tú, Madre del coraje, que engendraste a los hijos

que engendraron América,

enséñanos ahora a ser hondos y serios,

como esta dura tierra en que, juntos, vivimos.


Virgen del Prado, dulce Dulcinea

de Ciudad Real y de los alcarreños.

En esta tierra, ¿sabes?, somos todos quijotes

y Tú eres la Señora mejor de nuestros sueños.

Ante Ti hemos velado las armas de la fe,

por tu gloria la vida se nos vuelve aventura,

Virgen del Prado, Dulcinea nuestra.


En este rompeolas de todas las Españas

Tú eres el corazón, Virgen de la Almudena,

un corazón que late allá en el fondo,

de todas nuestras luchas,

de todas nuestras prisas en la colmena humana.

Pasarán las políticas y quedará tu nombre.

Todos los automóviles se volverán chatarra,

pasarán los honores, los prestigios, los éxitos,

y seguirá la sangre latiendo en nuestras venas,

por Ti, Señora de nuestro corazón.


Aquí, hace cuatro siglos, te decía Teresa

que Tú serías su Madre al faltarle la suya.

¡Desde entonces en Ávila no existe ningún huérfano!

Te tenemos a Ti, Sonsoles nuestra,

que siendo tan pequeña de cuerpo y estatura

tienes un tan enorme corazón para todos.

Cuando la gente dice que hay sol en las murallas

no sabe que tus ojos son soles e iluminan.


No se ha hecho la luz para ponerla bajo los celemines,

sino para subirla sobre los candeleros.

Así Tú, Virgen negra, sobre el monte

iluminas la tierra parda de Salamanca.

Oculta en estas peñas

apareciste hace quinientos años

y ahí sigues brillando, como un faro

en este mar de mieses y llanuras,

Peña de Francia, Reina de los charros.


Aquí, en Valladolid, toda Castilla

sangra por siete heridas, las que abren

el corazón y el alma de sus dolorosas.

Angustias, San Martín, Piedad, son rostros

curtidos de mujeres castellanas,

plantan en el suelo sus pies y alzan al cielo

sus dramáticos ojos de mujer.

¡Qué bien suena en Castilla ese

vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos!


Y en León tu dolor se vuelve seco,

Santa María, Madre del Camino.

El cuerpo muerto de tu Hijo grita

contra el hombre asesino. Y solamente

la ternura tristísima de tus ojos de Madre

asegura que estamos perdonados

y que el camino a Dios aún sigue abierto.


En Pontevedra vuelve la ternura

a tu rostro, Virgen Peregrina,

cara de niña, joven muñeca de los cielos.

Empuñas tu bordón de caminante

y, gracias a él, sabemos

que fuiste la primera

en cruzar el camino de estrellas de Santiago

y nos precedes

en los verdes jardines de los cielos.


En Lugo te han crecido

los ojos, de tanto contemplar a tus hijos,

Santa María de los Ojos Grandes.

Y en Lugo eres dos veces

maternal, y sabemos

que Tú nos amamantas, con el mismo

amor que diste un día, con la leche, a tu Hijo.


Dios te salve, María, te diremos

al despedirte, Virgen del Rosario,

junto al mar que acaricia

tus pies en La Coruña,

oh Virgen marinera,

Madre de hombres y de pescadores,

faro del mundo, proa dirigida hacia Dios.


Ayúdanos, Señora de los mil nombres,

en esta travesía de las almas

que hoy vive nuestra España.

Y no te olvides

de que no hay un rincón en esta tierra

en el que Tú, María, no hayas florecido.

[1] San JUAN PABLO II, Homilía en el Acto mariano en Zaragoza el 6 de noviembre de 1982.

[2] José Luis MARTÍN DESCALZO, María de Nazaret, págs. 97-106 (Madrid, 1996). Del programa de Televisión Española Pueblo de Dios, del 26 de mayo de 1985.

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