Asunta, porque reconoció el don

Corazón
María ha sido asunta al cielo. Ha entrado en la gloria definitiva de Dios. Ella es la madre, el arca de la alianza, que ha contenido en su seno al mismo Dios. El Hijo de Dios tomo la carne humana en el seno de María. Jesús es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios, que han entrado en la historia de cada uno por el sí de una mujer. María es la Mujer que con su fiat ha doblegado a la serpiente y nos ha dado la vida.
María ha entrado en el cielo, el lugar donde Dios ha puesto su morada. Jesús ha entrado en el corazón de María. Y Dios ha entrado dentro de ti. Pero, ¿qué es entonces vivir en el cielo?
El cielo es vivir como hijo de Dios. La tierra donde vivimos nos señala el sufrimiento, el dolor y la angustia de cada día. Pero, vivir en el cielo es, que en medio de nuestro cansancio dejemos entrar en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, al Espíritu que nos invita a vivir como hijos de Dios. La existencia en la tierra nos eleva al cielo, cuando en nuestra oración clamamos al Espíritu, cuando ante la necesidad del otro acudimos sin demora. Cuando evitamos el juicio y la comparación en nuestra vida. Cuando aceptamos al otro que piensa distinto, o no es como yo me imaginaba. Y cuando amamos a los que nos hacen mal. Buscamos el cielo cuando la Iglesia en la que nos movemos y a la pertenecemos no hacemos grupos cerrados en los que solo entran los que nos interesan o nos caen bien. Cuando en la Iglesia sentimos la experiencia de que somos acogidos tal y como somos, y no necesitamos ocultar nuestro cansancio y dolor, porque ellos son aceptados por los demás, entonces hemos empezado a vivir el cielo en la tierra.
Vivir del cielo es buscar siempre hacer el bien como lo hizo el Señor y María. Ellos no tenían pecado. Pero nosotros que sentimos la inclinación al pecado, por puro don y gracia, somos enviados a vivir una existencia que evite el mal y se adhiera al bien.
María fue asunta al cielo, porque se puso en pie, ante lo que le resultaba difícil de explicar. Ella, en medio del desconcierto, acude a quien le puede confirmar su misión. Pero, ella, no duda, se pone en pie, en camino, en marcha. María puede saber quién es, porque otro se lo señala. Ella es bendita porque ha alcanzado la bendición de Dios, que el otro le reconoce.
Ella sube al cielo, en gloria, porque aquí en su vida mortal vivió, con muchas dificultades, en medio de una gran alegría y una profunda esperanza. Ella tuvo la fe que necesitaba para que en medio de la misión, que se le reclamaba, y le superaba, poder poner siempre la mirada en Dios, que la estaba siempre bendiciendo. Ella es la madre de todos los creyentes, porque sin entender, se fio de Dios, y le dio el sí libre de toda su persona. María es asunta al cielo, porque en la tierra ponía su vida en manos de Dios, y le acogió en su seno sin vacilar. María veía, en toda su existencia, la voluntad de Dios. Y en medio del sufrimiento y la angustia, pudo ver en ello, a Dios, que la llamaba a la entrega. María acepto ser la madre de cada uno de nosotros, porque a cada uno nos ve como a su hijo querido. Ya viendo con sus propios ojos la gloria de Dios, nos presenta a cada uno ante el rostro de Dios, para poder vivir en esta tierra como hijos de Dios, que lo esperan todo de Él.
María es asunta al cielo porque en su vida pudo reconocer la grandeza y el poder de Dios, que la invitaba a la alabanza. Se regocija en su Dios, porque se siente pequeña ante él. Solo quiere vivir dependiendo de él. Para ella, Dios, es el Dios que viene a salvarla, para hacerla libre. Ella es humilde porque en su vida vivió como hija de Dios, y confiaba siempre en él. Ella es la sierva que ante Dios reconoce su bajeza, el Todopoderoso que viene a colmar todos sus deseos. María nos invita a vivir una existencia de alabanza a Dios, porque nos sabemos dependientes de él. Sin él no somos nada.
María es asunta al cielo, porque reconoce todos sus dones, como recibidos de Él. Ella no oculta lo que es o lo que hace. Sabe que lo que es, es un don recibido de lo alto. María nos invita a poder reconocer todos nuestros dones y nuestras capacidades, para ponerlas al servicio y la entrega. Pero, nunca Dios nos va a pedir que las ocultemos, sino que las mostremos para que se vea la gloria de Dios, en nuestra vida.
María es asunta al cielo porque reconoce la verdadera obra de Dios: dar vida a los muertos, liberar los corazones, saciar a los pobres, levantar al caído y ayudar a reconocer los dones que cada uno tenemos (cf. Lc 4, 18).
María es asunta al cielo porque es la hija predilecta de Dios que le amó hasta la entrega total y radical de su persona. María es asunta al cielo, porque entregó al Hijo de Dios, sin reservarse nada para sí. María nos señala el camino hacia el cielo: entregarnos sin reserva, abandonarnos a Dios para vivir en la confianza de hijos. Así, como hijos de Dios, le alabaremos sin fin por toda la eternidad.
Belén Sotos Rodríguez