Un corazón que late con el mío

¿Qué decir del corazón de Jesús? Tantas cosas se pueden compartir. Es un corazón de carne, que ama a modo humano, pero desde la entrega perfecta y libre de toda su persona. Es un corazón ardiente, y apasionado. Un corazón que ama con pasión y con fuerza.

Un corazón en el que puedes habitar y no salir. Pero sobre todo es un corazón que se ha enamorado de mí hasta volverse loco de amor por mí. Es un corazón que ama y que desea todo lo mío: mi pecado para perdonarlo, y con él ya cuenta. No se asusta, sino que me sigue amándome  más. También ve toda mi entrega, y se alegra por ello. En definitiva, se alegra de que exista. Su mirada es cautivadora y te arrebata el corazón.

El corazón de Jesús late por ti y por mí. Su latido te acompaña, y se mueve a la vez que el tuyo. Su latir es suave y no abruma. No asusta. Te susurra dentro de ti, porque su corazón habita en ti. Siempre está contigo y te acompaña.

La sangre que lleva ese corazón es una sangre fuerte que se manifiesta con poder y con fuerza en la alabanza. En la brisa suave de lo que haces cada día. Es una sangre que lleva la gracia del Espíritu para que corra por tus venas, como lo hace por las de Él.

El corazón de Jesús es un corazón que necesita amor, que le digas que le quieres todos los días. Su corazón también tiene necesidades: amor, cariño, consuelo, acogida y respuesta.

Le amo tanto a Jesús, que me pasaría la vida con él. Él me ama tanto que se pasa la vida conmigo, amándome, levantándome, dándome ánimo, acompañándome. Siempre va conmigo. Es mi esposo y mi amigo. Me consuela cuando hay cosas que me superan, o recibo daño de otros, también me perdona cuando con un corazón arrepentido y débil voy a él.

Su corazón es un corazón que se ha enamorado de mí, y me busca continuamente. La distancia entre él y yo es infinita, pero se ha hecho hombre y me ama a mí como mujer, y quiere hacerlo. Este es su plan para siempre, y para toda la eternidad.

Su corazón se ha comprometido con el mío, y por su parte no se separara jamás. Él me da la fuerza para decirle que si en cada instante. Sobre todo me ama como soy, con todo lo mío. Está encantado de estar conmigo, y se lo pasa guay conmigo. Me proporciona todo lo que necesito: amigos, las cosas materiales, las espirituales, y todo lo que me hace bien. Me quiere ver feliz, y por eso siempre me reclama.

En su corazón soy valorada por lo que hago, y sobre todo porque soy su esposa amada. Siempre está conmigo y me acompaña. Soy el encanto de sus ojos, la niña de sus pupilas. Me lleva tatuada dentro de su corazón.

A mi corazón siempre llega el oxígeno del Espíritu que siempre me alivia en el cansancio, y lleva el alimento a mis venas que necesitan, para ponerse a caminar de nuevo.

Al corazón de Jesús le encanta mi entrega. Es la que yo puedo dar, y él lo ve todo. No se angustia su corazón si no llego a más. También me invita a no compararme con otros. Él está encantado conmigo, su esposa fiel.

Si todos y yo viviéramos de esta experiencia del amor del Señor, nuestra vida sería mucho más plena, más feliz, y más entregada. No tendríamos juicios sobre los que nos rodean, y tampoco haríamos comparaciones sobre la entrega de personas que igual no conocemos.

El corazón de Jesús nos llama a ser uno con el hermano, porque él tiene un corazón apasionado por todos, y por ese en concreto que a lo mejor te resulta más arisco. Su corazón te invita a ser prudente, a la oración y a la entrega.

Su corazón, donde más se oye, es en la adoración y en la alabanza. Porque hay él, tú y yo somos los importantes. Él viene a ti para que tú vayas a él. Sin más, sabes que él está y te sientes en su presencia.

No es necesario buscarle fuera, en otras experiencias, que siempre son una gracia de Dios para disfrutarlas. Pero lo mejor es que lo tienes dentro. Y de ahí él no se va.

El corazón de Jesús es un corazón que nos ama sin medida, hasta la entrega, hasta volverse loco de amor. Disfrutemos de su presencia, y gocemos de poder estar dentro de él.

Belén Sotos Rodríguez