El futuro es lo que importa
El futuro es la proyección del presente que construimos. ¿Cómo podemos los educadores preparar a los jóvenes para ese futuro?

"Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida".Woody Allen.
Hagamos un ejercicio de memoria: La LOGSE, ley que inspira el sistema educativo actual tiene algo más de tres décadas. ¿Podía alguien prever la situación actual, la plena escolarización durante dieciséis o dieciocho años, más allá de los diez años obligatorios por ley? ¿Y pronosticar la aparición de internet con el acceso indiscriminado a la información? ¿O barruntar los movimientos migratorios que han llenado nuestras aulas de pluralidad cultural, social y religiosa? ¿Y vaticinar el grado de satisfacción – o de insatisfacción- y los resultados académicos a pesar del incremento incesante de recursos?
Imaginar y preparar el futuro
Hagamos ahora un ejercicio de prospección: ¿Podemos imaginar cuál será la situación de la educación dentro de 25 años? Las profecías tecnológicas tienen una vertiente bastante cómica: Nadie, a principios del siglo XX, podía prever la aparición del bolígrafo Bic, en plena veneración de las plumas estilográficas, ni la aparición de internet, del teléfono móvil, del microondas o del ”post-it”. Hubo otras previsiones que no se cumplieron tales como el coche volador, o la desaparición del papel en oficinas y periódicos etc.
Pero la pregunta clave es otra: ¿Cómo preparar para ese futuro? Al fin y al cabo, como diría Woody Allen: Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.
El futuro es la proyección del presente que construimos. ¿Cómo podemos los educadores – padres y profesores- preparar a los jóvenes para ese futuro?
Lo primero e imprescindible es preservar y transmitir el legado del pasado, del cual nosotros sabemos más que ellos. Somos enanos subidos a hombros de unos gigantes que son las generaciones que nos precedieron y no podemos permitirnos que “pierdan altura”.
Información, conocimiento y sabiduría
Y gracias a ese legado sabemos que no es lo mismo la información, - datos y noticias-, que los conocimientos – la información sometida a criterios de veracidad y rigor- o la sabiduría – principios que orientan y guían nuestra vida-.
Los jóvenes tienen acceso a la información con tanta o más facilidad que los educadores. Nuestra tarea primordial es equiparles con tal bagaje de hábitos mentales que sean capaces de convertir la sociedad de la información en una sociedad del conocimiento. Que sean capaces de cribar la multiplicidad de la información para convertirla en conocimientos sólidos, contrastados y coherentes. Pero el tamiz, la criba, sólo es posible desde unas coordenadas que el educador, mejor que nadie, puede ayudar a adquirir.
Los educadores -especialmente los profesores- deben centrarse en preguntar, orientar, proporcionar contexto y criterios, asegurar resultados de calidad, evaluar etc. Lo que nunca debemos olvidar los educadores es que lo más importante no es la tecnología en sí, sino los hábitos, las competencias que subyacen y que los alumnos deben aprender y dominar con o sin tecnología, con la tableta o con el ábaco. Los educadores quizá no podamos competir con ellos en el domino de cualquiera de los instrumentos digitales que están por venir y de cuya existencia seguramente muy pocos saben actualmente.
Los alumnos pueden y deben encontrar información, organizarla y darle sentido. Analizar, comparar, verificar, experimentar, reflexionar, compartir, expresar, decidir, asumir riesgos y consecuencias de las decisiones adoptadas… son todas ellas habilidades que el alumno necesita para afrontar los retos del futuro, sean cuales sean las herramientas que tenga a su alcance.
Sin valores morales la información es peligrosa
Pero mucho más importante que esas capacidades intelectuales, es dotarles de unos valores con los que sepan discriminar los fines de los medios. Debemos inculcarle los valores morales, sin los cuales, los conocimientos y hábitos mencionados anteriormente se puede convertir en instrumentos peligrosos.
Lo que caracteriza al hombre como ser humano, es la dimensión ética de su comportamiento. Toda acción humana como tal, lo es por ser una acción moral, sujeta a un juicio moral, a diferencia de lo que puede hacer un animal, al que no se le juzga. Es decir, la libertad está estrechamente relacionada con la moralidad, y ésta con la responsabilidad, con la capacidad de dar respuesta de por qué hemos decidido actuar de una forma y no de otra. Decir que no somos responsables de forma sistemática, como parece inducir la educación y la sociedad actual, es una forma sibilina, pero tremendamente peligrosa, de prescindir de la libertad y reducir al hombre a un determinismo feroz cuando no a un nivel de animalidad.
Por mí, que no quede
La encrucijada educativa hoy: entre el vértigo y la esperanza
Pero la responsabilidad implica la íntima convicción de que no estamos sólo y de que nuestra vida sólo tiene sentido en la medida en que nos relacionamos con los demás, en que somos valiosos, pero no únicos.
Ello debe suponer el respeto como norma de vida. El término respeto deriva del latín “respectus”, que significa mirar de nuevo. Por lo tanto, algo que merece una segunda mirada es algo digno de respeto, aprecio, consideración, deferencia, atención, reconocimiento de su valor ya sea cosa o persona.
El respeto como norma de vida
Respeto, en primer lugar, con uno mismo, que implica conocimiento y aceptación. “Conócete a ti mismo” tal como señala el aforismo griego inscrito en el templo de Apolo en Delfos, y “aceptación de sí mismo” a pesar de las limitaciones propias de todo ser humano.”
Respeto también al mundo que nos rodea, al medio ambiente y patrimonio cultural y artístico, del que somos usufructuarios, pero no dueños absolutos, puesto que debemos garantizar su disfrute a las generaciones futuras. No se trata sólo de que haya una legislación que proteja a ambas, sino de que se interiorice este respeto como forma de ser y de actuar permanente en cada uno de nuestros jóvenes.
Respeto, en tercer lugar, a los demás, sin los cuales, empezando por los más próximos: padres, compañeros y conciudadanos, no podemos llegar a realizarnos como personas. De nuevo hay que recordar a los griegos: “ el hombre es un animal político”, si bien hay que aclarar que político significa no partidista, interesado, sino vivir en una polis, en una sociedad organizada sin la cual nunca podremos llegar a alcanzar nuestro desarrollo, pero que requiere de nuestra implicación activa, de nuestro compromiso. Sólo desde ese compromiso responsable, consciente y sostenido es posible otra política que ponga remedio a la situación tan deteriorada en la que nos encontramos. La redención política no nos vendrá de fuera sino de un nuevo modo de vida que debemos propiciar a través del respeto y el compromiso con los demás, y esto es parte de la educación moral.
“Vivimos en una época de grandes medios, pero pobre de fines”, llegó a decir Einstein. Quizá sea más fácil de lo que pensamos preparar el futuro: basta con dotarles de unos valores de sentido para saber administrar la multitud de medios actuales.