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Recuperar lo robado

Recuperar lo robado

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Un peregrino medieval atravesaba una ciudad del camino cuando se estaba comenzando a construir una catedral. En aquellos momentos, nadie podía imaginar la grandiosidad, la belleza y la armonía que ahora lucen, por ello el peregrino se acercó a un grupo de trabajadores que trabajaban la piedra y les preguntó qué hacían.

  • Aquí estoy sufriendo por el esfuerzo que supone picar la piedra y con estas condiciones de trabajo insoportables; pero no hay más remedio. Respondió el primero.
  • Estoy ganando con el sudor de la frente y la habilidad de mis manos el pan para mis hijos. Es ley de vida. Afirmó el segundo.
  • Estoy esculpiendo la piedra y colaborando en la creación de una obra de arte que agrade a Dios y de la que se asombren los siglos futuros.

Los tres estaban, objetivamente, haciendo el mismo trabajo, los tres estaban haciendo una tarea necesaria y hermosa, pero cada uno de ellos le daba una dimensión que brotaba del fondo de su ser. Una misma tarea, pero con dimensiones distintas. Eso no es posible en la máquina ni en el animal, pero sí en el hombre porque es algo más que materia.

En un artículo anterior denunciaba el robo que nos han hecho al podar el sentido profundo del trabajo y con ello, la dignidad del mismo.

El trabajo es necesario y sin él no es posible el mantenimiento del individuo ni de la especie. Como tampoco sería posible el crecimiento económico y cultural de la humanidad.

Cuando Lenin el 11 de mayo de 1920 profetizaba que en el paraíso comunista los hombres prestarían su trabajo de modo altruista sin normas ni salario, por amor a la sociedad y por la necesidad de un organismo sano, estaba describiendo una utopía irrealizable, pero incluso en ella el trabajo era necesario.

Poco antes, en 1891, León XIII advertía que “ni siquiera en el estado de inocencia habría estado el hombre inactivo” y que quien engaña al pueblo con una vida “de ocio y continuo placer aumenta el tormento del pueblo y lo empuja a una ilusión que desencadenará males mayores que los actuales”. (Rerum Novarum 14).

Pero el trabajo no solo produce bienes externos, sino que moldea y acrecienta el propio desarrollo de la personalidad con toda su capacidad de creatividad. ¿Qué crecimiento interior puede contar quien se ha pasado toda su vida ociosa? A través del trabajo el hombre teje su propia historia. Es muy triste no tener nada que contar porque no se hizo nada.

El trabajo es un modo de ser solidario, de generar riqueza, material o espiritual y de compartirla. Todos los oficios son necesarios e igualmente dignos y ninguno de ellos pierde la dignidad, aunque no goce del reconocimiento social ni tenga la recompensa económica debida. El auténtico valor del trabajo no está en el producto, sino en el origen: la persona que lo realiza. Por ello, ya sea un trabajo de productor de bienes materiales, - sector primario, secundario o terciario, de servicios- todos son necesarios e igualmente dignos.

Pero para ello es necesario que sean realizados como servicio y que más allá del beneficio particular, legítimo, mantengan la dimensión del beneficio social. Esto que es particularmente necesario y obligatorio para los dirigentes políticos, es igualmente imprescindible al resto, especialmente a las profesiones que tienen contacto directo con personas: sector sanitario, educativo, asistencia social, seguridad, justicia, etc.

Es un medio de crecimiento y desarrollo personal que actualiza aquellas capacidades que tiene el ser humano. Genera riqueza con la que se puede adquirir bienes propios, necesarios para una vida humana. Forja su personalidad y permite el desarrollo personal. Una vida ociosa, sin trabajo, no es sinónimo de una vida humana plena. El drama del parado no consiste solo en perder ingresos, sino que afecta a la autoestima, al no sentirse útil ni reconocido por la sociedad.

En segundo lugar, es un modo de contribuir al desarrollo social, económico y cultural de la sociedad. Sin trabajo no hubiera sido posible el desarrollo científico y tecnológico, ni el bienestar actual. Pero tampoco las incontables obras de arte, ni la cultura ni la vida espiritual de los pueblos. Es también un instrumento de solidaridad en tanto que genera riqueza y puede ayudar a repartirla, desde el entorno más cercano – la familia- a otros más periféricos.

En la sociedad del bienestar, los que viven a costa de los demás y conforman, a veces de forma voluntaria, una clase ociosa cometen un fraude social. En este sentido, el Concilio Vaticano II afirma: “el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación el mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino al contrario, les impone como deber el hacerlo” Gaudium et Spes, 34.

En tercer lugar, para los cristianos, el trabajo nos hace colaboradores de Dios ya que somos semejantes a Él. Las conquistas logradas a través de la inteligencia, la voluntad, la imaginación o el esfuerzo manual, no se oponen al poder de Dios, sino que por el contrario es una respuesta al mandato del Génesis 1, 28: “Creced, multiplicaos y dominad la tierra” ya que somos “colaboradores de Dios”. En segundo lugar, la fatiga del trabajo no es una maldición, sino una expiación, es una tarea corredentora ya que, a través de él, como dice San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo” (Col. 1,24).

Por último, es una tarea santificadora: imitar a Cristo es vivir a lo Nazaret, un ejemplo de trabajo constante y oculto que debe inundar de orgullo y alegría al cristiano. El trabajo es, para la mayoría de los cristianos, la forma ordinaria de santificarse, ya sea entre pucheros, con la pluma de escribir o con altas responsabilidades. Cualquier trabajo, por insignificante y vulgar que parezca, se puede transformar en una tarea divina. Como decía el santo español San Josemaría: “Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo”.

En última instancia, el trabajo bien hecho, aquel en el que el ser humano pone su “espíritu” adquiere un valor único. Aquellos que ponen “su alma”, que “tienen un estilo propio” en el trabajo, ya sea el artesano que mima tu tarea, el sastre que elabora un traje, el maestro que atiende a sus alumnos, el médico que intenta sanar o al menos consolar a sus pacientes, el camarero que pone su alma en el servicio, etc., está ayudando a oxigenar el clima de convivencia humana y a embellecer el mundo.

Recuperemos lo que nos han robado, el sentido del trabajo que, con más o menos esfuerzo y cansancio, nos permite desarrollarnos como hombres, como sociedad y colaborar en tarea corredentora.

JUAN A. GÓMEZ TRINIDAD

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