Religión en Libertad

Fe, humor y el tiempo: tres aliados insospechados

“Estamos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor 4, 8-9)

La paz de Dios

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Este blog es un homenaje a mis fieles aliados: Dios, el tiempo y el humor. Porque cuando la vida te sacude con una de esas tortas que te dejan aturdida, y poco a poco te espabilas, descubres algo sorprendente: Dios no se ha apartado ni un instante. Estaba ahí, silencioso pero firme, esperando a que lo miraras de nuevo. Y cuando por fin levantas los ojos al cielo, después de las lágrimas o del desconcierto, no te queda otra cosa que sonreír. 

Hay momentos en los que la vida parece más un ring de boxeo que un camino espiritual. Una se levanta, se pone los guantes, y antes de que suene la campana ya le han soltado dos ganchos: una mala noticia, un imprevisto, una pérdida, una palabra que hiere. Y ahí, en medio del caos, es donde descubres que no puedes enfrentarte a todo en soledad.

Yo siempre pensé que mis aliados en estas batallas serían la fe, la disciplina, la fuerza de voluntad, la familia… lo típico. Pero resulta que la vida, con su ironía, me presentó a otros compañeros de viaje que jamás hubiera imaginado: el humor y el tiempo.

La fe, por supuesto, es el primer bastión. No una fe de escaparate, sino esa que sostiene cuando el suelo se resquebraja. En mi caso, Dios se convierte en esa roca que no se mueve aunque yo tiemble, y la Virgen, en ese abrazo de madre que llega cuando ni yo sé cómo abrazarme a mí misma. Es un misterio cómo, en los momentos más oscuros, una oración murmurada o un simple “Madre, ayúdame” puede dar más paz que cualquier playa solitaria.

Pero lo sorprendente ha sido descubrir el papel del humor. El humor es ese bálsamo que te hace reír en medio de un velatorio, esa carcajada nerviosa que estalla cuando parece que no queda nada más. No es frivolidad: es resistencia. Porque reírse no borra el dolor, pero evita que te devore. El humor no quita las cruces, pero ayuda a que no se claven tanto en los hombros. Y, seamos sinceros, hasta los santos sabían sonreír: San Felipe Neri decía que “un santo triste es un triste santo”. No lo digo yo, lo decía alguien que supo que la santidad no está reñida con las cosquillas.

El otro aliado es el tiempo, tan lento cuando sufres, tan fugaz cuando gozas. El tiempo enseña a relativizar, a entender que nada permanece, ni lo bueno ni lo malo. Que la herida que hoy parece un abismo, mañana es una cicatriz que, aunque no se borra, deja de doler. Y que, aunque a veces el reloj parece avanzar en tu contra, al final termina poniéndose de tu lado. Como dice el Eclesiastés: “Todo tiene su momento oportuno, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Traducido al lenguaje de hoy: calma, que hasta el caos caduca.

La fe me da la brújula, la Virgen el calor, pero el humor y el tiempo son los que me recuerdan que, se puede sonreír incluso cuando crujen los truenos . Que la vida no es una línea recta hacia la perfección, sino una especie de tragicomedia en la que Dios no nos pide ser héroes invencibles, sino hijos confiados que también saben reírse de sí mismos.

Y así, entre oraciones torpes, carcajadas inoportunas y calendarios que pasan, uno descubre que sí, que Dios salva, la Virgen acompaña, el humor rescata, y el tiempo remata.

San Pablo lo dijo mejor que nadie, con ese toque suyo de sabiduría práctica: “Estamos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor 4, 8-9). Yo añadiría: y a ratos, con una risa a destiempo y un reloj que corre lento, pero corre.

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