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Espiritualidad Católica - Nueva Evangelización

Somos templo de Dios, pero no lo creemos

San Agustín. Sermón 20,1

San Agustín. Sermón 20,1

San Agustín. Sermón 20,1-

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Si nosotros somos el templo de Dios, el altar de Dios es nuestra alma (San Agustín. Sermón 20,1 )

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Según la tradición Apostólica, el templo es un lugar sagrado donde reside la presencia de Dios y donde se le adora. San Pablo señaló que somos "templos del Espíritu Santo" (1 Corintios 6:19). Esto es mucho más que una idea, es un signo de gran importancia para el cristiano actual. San Agustín toma este signo enfatizando que la divinidad no está confinada a edificios físicos, sino que habita dentro de cada persona que tiene fe y se abre a la trascendencia. Porque actualmente los cristianos estamos muy enfocados a ser una maravillosa ONG y nos olvidamos que Dios no hizo a su imagen y semejanza. San Agustín subraya la dignidad y la sacralidad inherente al ser humano.

El altar es la parte más sagrada del templo, el lugar donde se ofrecen sacrificios y se establece un vínculo de conexión directa con Dios. Al decir que el alma es el altar, San Agustín sugiere que el alma es un camino que permite a nuestra conciencia acercarse a Dios. De esta forma podremos ser conscientes de nuestra capacidad de amar y conocer. No se trata de un altar de sacrificios materiales, sino de un espacio interior de ofrenda espiritual. Ofrecemos a Dios nuestra voluntad, nuestras oraciones, nuestras virtudes y nuestro amor.

San Agustín, conocido por su énfasis en la introspección y la búsqueda de Dios dentro de uno mismo, refuerza la idea de que la verdadera fe y la conexión con Dios no son meramente externas, aparentes, sociales o ritualistas, sino profundamente internas y personales. Al considerar a cada individuo como un templo y su alma como un altar, se eleva la dignidad del ser humano, dotándolo de un espacio sagrado donde Dios mismo reside y se comunica.

Siendo conscientes de ello, podremos desarrollar una forma de adoración que va más allá de los ritos externos. Un forma de oración que se integre en una vida de santidad, reflexión y autoconocimiento, donde cada pensamiento y acción pueden ser una ofrenda a Dios. ¿Por qué no podemos ofrecer todo esto a Dios? Hacer esto es cimentar la evangelización que el Señor nos pide realizar en el mundo.

Si el alma es un altar de Dios, es nuestra responsabilidad mantenerla abierta a la Luz y dedicada a Dios, cultivando virtudes y evitando aquello que pueda profanar este espacio sagrado. Entiéndase profanar, como reducir lo trascendente a intereses y apariencias humanas.

San Agustín comparte una poderosa invitación a reconocer la presencia de Dios dentro de nosotros y a vivir una vida en la que nuestra alma, con todas sus dones y limitaciones, sea un signo de encuentro con Dios. Es un recordatorio de que lo sagrado no está solo en el exterior, sino, y quizás más importante, en lo más profundo de nuestro ser.

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