Improbable respuesta a Javier Cercas
"Ni aunque resucite un muerto"
Siempre me ha parecido que es pertinente la lectura del Evangelio en clave de humor: blanco, rosa, verde o negro, como en el caso de la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Enrique García-Máiquez tiene un libro, "La gracia de Cristo", que va de esto y que les recomiendo, sean ateos o no sean gente de tanto prestigio.
Naturalmente, el muerto que va a resucitar al que se refiere Abrahán en su respuesta a Epulón, es el propio Jesús quien, con sabiduría campesina, nunca se hizo demasiadas ilusiones sobre el
éxito de su misión y quería acabar cuanto antes: se consumía de celo por prender fuego a la tierra y, otra humorada, cuando llega la hora le ruega a su papá que le dispense de meterse en el lío. Añadir "Pero no se haga mi voluntad sino la Tuya" le costó sangre, sudor y lágrimas, literalmente. Desde ese momento el miedo, las crisis de pánico, la angustia y la depresión mayor han sido bendecidas por Dios y son regalos de predilección. Muy jodidos, sin duda, pero regalos de lo alto: "Padecer o morir", dijo la recia castellana de Ávila, muy trabajada por males psíquicos de toda índole; o, como expone el buen monje Agustín Altisent, muy destruida por el cincel divino. Desde luego, siempre es mejor refugiarse, protegerse con y en la ansiedad cronificada que dejarse operar por el Hacedor sin anestesia: la destrucción es total, absoluta. Nada quedará del ego, del yo protagonista y adorado como ídolo por todas y cada una de nosotras -es la parte más femenina del macho-.
A lo que iba: me gustó de Cercas "Soldados de Salamina", empecé otro que no recuerdo y lo dejé. Hace unos días, un viejo y entrañable sacerdote me prestó "El loco de Dios en el fin del mundo":
-Es una excelente biografía del papa Francisco.
Y sí, lo es. Un reportaje, un ensayo, una tesis doctoral con trama y suspense y un final espectacular. El propio libro y el autor -Cercas se declara ateo y anticlerical- contradicen algunas afirmaciones sobre la renovación del lenguaje de la Iglesia, su falta de evolución y adaptación a la modernez, etcétera. No me imagino a nuestros políticos invitando a un rival ideológico a escribir un libro sobre ellos mismos. Y tampoco me puedo imaginar que no pongan condiciones y que dejen al autor entrar hasta la cocina.
De modo que el libro está muy bien. Todo católico debería leerlo porque aprenderá y disfrutará de verdadera literatura.
Lo recomiendo por razones muy parecidas a las que expuse para ir a ver sin falta la película "Cónclave".
¿Qué aprenderá el buen lector?
Una magnífica síntesis del pensamiento filosófico moderno y posmoderno: de Rousseau y Voltaire a Kant y Hegel, de Spinoza a Feuerbach, de Borges a Cioran, etcétera. Otra ventaja: no tendrán que leerlos si no lo desean, Cercas los resume con pulcritud y claridad. Son ideas que poco han variado desde que hacia 1280 terminó la Edad Media cristiana y empezó la modernez gracias, como siempre, a los curas -uno es visceralmente anticlerical, como el papa Francisco y Javier Cercas, pero más- y a los frailes: Duns Escoto, el maestro Eckhart, y otros que empiezan con la mística y un incipiente racionalismo antropocéntrico cuya guinda pondrá Lutero. Ambos, mística y antropocentrismo eran conceptos ajenos por completo a los sabios medievales.
Fue algo parecido a la conciliar sustitución en alemán de algo tan simple como la muerte y resurrección de Cristo por la abstracta y fría expresión "el misterio pascual". Estos teólogos teutones no cayeron en la cuenta de que la muerte es un misterio insondable y la resurrección "un abismo infinito de nada", como exponía con dolor la beguina Hadewijch de Amberes un poco antes de la debacle de 1280. Eso de "el misterio pascual" es una confusa constatación y un diluir de nuevo el propio misterio en un ámbito tan estrecho como el de la razón humana.
Llego al lugar que buscaba: la razón no puede abarcar ni explicar al Dios cristiano, el único verdadero. Entre otras cosas porque no es un ídolo, ni un demiurgo, ni una energía, ni siquiera es lo que constituye una religión: el cristianismo, como su propio nombre indica es una persona, es Cristo. Por tanto, no hay una ética ni una moral cristiana, porque se trata, sencillamente, de seguir a esa persona, de imitarla. Como cristianos no necesitamos una ética ni una moral; el ateo sí que la necesita, ¿cómo podrá vivir sin ella? Oh, claro, es posible, es lo cotidiano, vivir sin ética y sin moral alguna, lean la prensa o entren en las redes sociales. El ateo honesto vive sustentado por la confianza, por la fe, en una ética. Esto es, digamos, exquisitamente racional.
Sin embargo, y vuelvo al monje Altisent, para lo que se necesita fe de verdad es para creer en esta maravilla de vida que vivimos: que todo funcione a la perfección, desde el más lejano agujero negro a las bacterias de mi intestino, ¿no es un milagro cotidiano? Que exista el pingüino o haya existido el brontosaurio, ¿no es increíble? Y el pie que se nos regala en dos unidades cuidadosamente fabricadas ¿han pensado lo que pasa cuando se rompe un pie? Ah, no, no: esta vida que veo -y dicen los científicos que solo vemos o conocemos el 5% de lo existente en el universo, y el 95% restante es materia y energía oscuras incognoscibles-, esta vida necesita mucha fe para creérsela. La eterna, visto lo visto aquí abajo, es una consecuencia lógica, razonable, una esperanza con paracaídas.
Les hago notar que todo lo que tiene que ver con Dios resulta absurdo a los ojos de los hombres. Por ejemplo, un monje o una monja y un monasterio. No sirven para nada humanamente hablando. Son un despilfarro de tiempo, de espacio, de arte, de todo. Y ¿para qué? ¿Para que unos hombres y unas mujeres se entreguen al seguimiento amoroso de una Verdad tan frágil que fue escarnecida y asesinada en Palestina hace 2.000 años? Es absurdo e inútil. Se comprende a los dinamiteros de templos y a los incendiarios de conventos, hijos queridos de la Razón.
En este sentido, con quien no comprenda la vida monástica o una pintura del gran Rembrandt, como decía Stendhal, lo mejor es cambiar de tema. Porque, en realidad, los edificios, las gárgolas, los manuscritos, los licores o las mermeladas no tienen ninguna importancia. Lo importante es esa locura de morir en vida por amor. Y voy a terminar con la poesía.
La poesía es el lenguaje que, desde el punto de vista racionalista de Javier Cercas, más conviene a Dios. Un lenguaje sin muletas.
Porque la fe es razonable, es racional. Pero fe y razón se necesitan para seguir a Cristo. La poesía puede valerse por sí misma.
André Frossard, el gran académico francés, comunista convertido al estilo de San Pablo, que vio morir a su hijo en Dachau, intuye que lo poético "conviene" a lo divino. ¿Cómo, si no, expresar lo inefable? A la objeción de que el relato de la Creación es poesía, Frossard responde que es obvio: es poesía porque no puede ser otra cosa. De modo que no solo el "Cantar de los Cantares" o los Salmos son poemas sublimes...
Acabo con estos versos de Hadewijch de Amberes ("El lenguaje del deseo", editado por Trotta, con excelente prólogo y traducción de María Tabuyo):
"Si hay algo que deseo, lo ignoro,
prisionera para siempre
del no-saber abisal.
La mente del hombre no puede entender
ni su boca expresar
lo que encuentra en la Profundidad."
Ecos de la revelación a San Pablo. Paz y Bien.