"El País", los curas, el cáncer
El diario globalista y masónico imparte justicia desde su añorada guillotina
No me andaré con rodeos: he conocido curas pedófilos y curas mujeriegos. Imagino que las orgías con bebés, niñas, niños, sangre y vísceras de los iluminados de las logias, de las fraternidades de los huesos y las calaveras, de los plutócratas del poder y las élites del cine y la alta política, de los Epstein, de los Stendhal, de los Marat y de Hunter, imagino que eso no es pecado, ni siquiera es malo: es el camino hacia la salvación de los gigantes infernales: llegar al fondo del pecado pecando, y no amando como Cristo.
No, eso no es pecado, diga lo que diga, con toda crudeza, la Biblia: relean Sabiduría 12 y 14. Lo digo por si mi lenguaje les parece fuerte y poco amable a los oídos burgueses. Oídos como los de Cebrián, en sus lamentables tiempos, o los de los chicos de ahora, tan escandalizados por un tocamiento y tan poco sorprendidos por la violación en serie de menores. No, nada que ver con las religiones, no. Se trata, queridos, del satán o el lucifer, ese a quien adoráis y que os odia por ser monos lujuriosos.
No veo cacería de seglares rijosos. No veo cacería mediática de moritos salidos, son sus costumbres, ya se sabe. No veo cacería de jefes y secretarias, o de jefes y señoras prostitutas. O de jefes y efebos. O de jefes y travestis, ¿o era transvestis? Tenéis miedo de todos ellos. Sobre todo, aunque os sobornen, tenéis miedo de que más allá de esta miserable vida os juzguen los niños, las señoras prostitutas, los señores que son señoras en la intimidad, y todos los caídos de este mundo. Dios está con ellos, y os precederán.
Hipócritas. "No le alcanzó la justicia", escribís en "El País", a tal o cual sacerdote de Cristo. ¿Qué justicia humana deseáis que le alcance? ¿La decapitación, el tiro en la nuca, vuestra amada guillotina, el destripamiento, aquel despellejarlos vivos de Orlov en la checa de Alcalá de Henares, el pozo de Jeremías, la bomba de mano en la boca? Me dejo muchas justicias de ese jaez, ¿no es cierto, fariseos caviar?
Y sin embargo, a todos los que yo he conocido, sin excepción, les alcanzó la justicia misericordiosa del buen Dios. En todos, esa misericordia adquirió la tierna forma de un cáncer largo y mortal.
Expiación misteriosa, víctimas en el altar del sacrificio, demolición de todo lo que habían construido y de todo aquello en que pecaron: "Ya le comen, ya le comen, por do más pecado había", se refiere el poeta a los gusanos, lo aclaro por los periodistas de hoy, por desasnarnos, digo. No me den las gracias. Para hacerlo deberían leer a Edith Stein, pero no tienen ni pajolera idea de quién es.
Hubo alguno que se dejó morir porque comprendió que era Dios quien le llamaba a través de la terrible enfermedad, y no quiso ahorrarse ningún sufrimiento. Es perfectamente lícito y cristiano dejar que el cáncer avance sin poner remedio médico ni cuidado paliativo de ningún género. Este, pues, sufrió un martirio de amor. Fueron testigos solo algunos amigos y los pobres del Barrio Chino de Barcelona, los pobres y las señoras prostitutas, los chulos, los borrachos y los camellos, la escoria despreciada por los burgueses y que nuestro cura alimentaba con la palabra de Cristo.
Me ha llegado especialmente al corazón, como un puñal, el ensañamiento con el sacerdote y compositor Cesáreo Gabaráin.
San Juan Pablo II supo de su arrepentimiento.
El mismo Cesáreo reconoció la mano del Señor en su enfermedad, el cáncer: "Sonriendo has dicho mi nombre..."
Como siempre, los taimados del mandil buscan escarnecer el cadáver (lo muestran siempre para aviso a navegantes). Pero Cesáreo intercede por ellos desde el Cielo que ganó con su sangre.
Su canción fue una profecía.
¡Convertíos y creed en el Evangelio, raza de víboras!
Tú has venido a la orilla,
No has buscado ni a sabios ni a ricos.
Tan sólo quieres que yo te siga.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Tú sabes bien lo que tengo,
En mi barca no hay oro ni espadas,
Tan sólo redes y mi trabajo.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Tú necesitas mis manos,
Mi cansancio que a otros descanse,
Amor que quiera seguir amando.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Tú, pescador de otros lagos,
Ansia eterna de almas que esperan.
Amigo bueno que así me llamas.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.