Religión en Libertad

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Jesús con su nuda presencia nos invita a comerlo. Y lo hace atrayéndonos hacia sí. Esta invitación es posible porque tenemos apetito de divinidad. Somos creados para la divinización y mientras no saciamos ese hambre tenemos vivo ese deseo. Dios creador nos llama a la deificación y el Hijo en cada celebración nos invita a comerlo, a saciar con Él ese hambre mientras caminamos hacia la culminación de nuestra divinización en la patria del cielo contemplando a Dios.

Esta invitación, para unos, será a comulgar ese mismo día. Para otros, lo será a confesar para poder comulgar. Pero a todos nos anima y atrae hacia sí. Ni comulgaríamos ni nos confesaríamos si no nos diera Él el deseo de sí.

Mas no sólo nos anima a comer, también es Él quien nos da de comer. Por ministerio del sacerdote es Jesús quien nos alimenta. Por eso, el sacerdote no recibe, sino que toma la hostia; por eso, quien comulga con la mano debe recibirla sobre la palma de la mano y no tomarla directamente.

Así S. Cirilo de Jerusalén, en el s. IV, enseñaba a sus feligreses.