Tiren del hilo y que caiga quien tenga que caer
"Además de llevarnos las manos a la cabeza después de que algo sucede debemos dar credibilidad a las cosas antes"

La doble vida de algunos sacerdotes es un problema estructural que se intenta ocultar con un silencio cómplice.
Hay un problema estructural dentro de la Iglesia con sacerdotes con rasgos de personalidad fuertemente narcisista y que tienen atracción al mismo sexo. En ocasiones copan puestos de poder en las diócesis y órdenes y se organizan en lobbies que se tapan entre ellos. Es muy grave. No son casos aislados. Es un patrón.
Los escándalos que explotan tienen siempre un rasgo común: la doble vida. Relaciones homosexuales, consumo y venta de drogas, abusos a chicos adolescentes… Detrás siempre es lo mismo: doblez de corazón, narcisismo y atracción al mismo sexo.
Cuando explotan los escándalos aparecen los comunicados y los escritos y vídeos para que le demos un sentido espiritual. Bien. Es necesario. Pero, ¿y si además de llevarnos las manos a la cabeza después de que algo sucede empezamos también a dar credibilidad a las cosas antes?
Porque estos casos no son algo fortuito que explotan de repente sin señales previas que alerten. En cuanto se rasca un poco se ve que detrás de estos casos siempre ha habido feligreses que han alertado y denunciado comportamientos extraños. Y no les han dado crédito, bien por inocencia, bien por miedo a afrontar la situación o bien porque quien escucha el problema es parte de esa red de lobos.
Si yo, que soy el último mono de una iglesia pequeña de un barrio de Leganés, conozco estas cosas, ¿pensáis que nadie más lo sabe? Nuestros feligreses saben esto. Cualquier persona que conozca un poquito la realidad eclesial sabe de casos que de un momento a otro pueden pegar un petardazo. No hay que sorprenderse de lo pase después.
Se me cae el alma a los pies de la impotencia cada vez que esta semana alguien me ha escrito o me ha llamado para contarme que de esto o aquello que ha explotado ellos ya denunciaron en su día cosas muy graves y nadie les hizo caso. Imaginaos lo que es para personas que aman profundamente a la Iglesia pedir ayuda y sentirse ignorados y maltratados. Se rompen. Somos responsables.
El narcisismo busca escenarios de atención y de poder. Y en la Iglesia, con su estructura piramidal, los encuentran. No es culpa de dicha estructura, sin ella no se puede funcionar: el problema es que en algunos sitios o épocas no se haya valorado adecuadamente a los candidatos o que haya miedo a quitarlos cuando ya están ahí.
Si a eso se suma una atracción por el mismo sexo nunca integrada, ni trabajada, el resultado es la doble vida. Una bomba de relojería. Hay quien ha dicho estos días que el problema es el celibato, que tapa, y por eso se comenten escándalos. Pero cualquier persona sabe que la vida destapada y abiertamente homosexual es para muchos un desenfreno constante de cruising, orgías, fiestas y drogas. No pueden salir de ahí.
Benedicto XVI veía el problema y fue muy contundente nada más empezar su pontificado, año 2005: "La Iglesia no puede admitir en el seminario y en las órdenes sagradas a aquellos que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la llamada cultura gay". Le llamaron homófobo. Luego, cuando iban llegando los escándalos, le culpaban a él también.
El Papa Francisco, a puerta cerrada, en un encuentro con obispos italianos dijo más o menos aquello de que “no hay que admitir a chicos homosexuales en los seminarios, ya hay mucho mariconeo”. La misma idea que Benedicto, pero menos políticamente correcto en la forma. Tuvo que disculparse por la expresión. Era un encuentro distendido y coloquial y seguro no esperaba que algún obispo lo fuera a filtrar a la prensa. Pero recuerda que este es un problema estructural.
Que la Iglesia pida que los sacerdotes no vivan desde la atracción homosexual no es homofobia. El ministerio requiere una masculinidad integrada, madura, capaz de ser padre espiritual y de entregarse sin doble vida. No es rechazo, es exigencia de autenticidad. El fruto de ser permisivos con todo esto ¿cuál es? Lo estamos viendo: escándalos, pérdida de credibilidad, comunidades heridas y personas concretas con la conciencia rota. El silencio se convierte en cómplice y el pensar que son casos aislados que saltan por sorpresa alimenta y cronifica estos escándalos.
Como siempre, los más inocentes siempre son los que más sufren. Los fieles sencillos y buenos que confían de corazón en la Iglesia. Ellos no merecen cargar con las incoherencias de los sacerdotes ni con los escándalos de las dobles vidas. A ellos les debemos transparencia, verdad e integridad. Hemos entregado la vida por Cristo para ellos.
Después de ellos, los que más sufrimos somos los sacerdotes que luchamos y trabajamos día a día por sostener la Iglesia en barrios y pueblecitos, en colegios, hospitales y cárceles. Donde sea. Por culpa de que se permitan las dobles vidas todos y cada uno de nosotros somos señalados y puestos en entredicho. Sufrimos un desgaste tremendo por las incoherencias de unos pocos y eso puede derivar y alimentar ansiedades, depresiones y nuevas secularizaciones.
Ojalá tiren del hilo. Ojalá que los lobbies de los lobos caigan. No se puede consentir el sufrimiento de los inocentes y callar. Que caiga quien tenga que caer. Bendito sea Dios por la inmensa mayoría de curas ejemplares y entregados que hay en el mundo. Gracias por leer. Reza por nosotros.