Familias, don y gratitud
Responder al don recibido con gratitud
Si aceptamos que la realidad nos llega como un don constante, ubicuo, anterior a nuestra mirada, a nuestra propia vida, entonces dos asuntos hemos de tener en consideración. El primero: cómo recibir el don y como responder. Para saber recibir el don hay que verlo, hay que reconocerlo con una mirada delicada y en segundo lugar hay que actuar en consecuencia. Verlo exige afinar la mirada, mirar de un modo nuevo. Con una mirada que se demore, capaz de esperar, que sea capaz de mirar con mucha atención y desde el silencio interior y exterior. Y si es así esta mirada ha de convertirse en verdadera contemplación. Y si recibimos este sinfín de dones (y los podemos contemplar) la respuesta es muy parecida a la que nos llena el corazón cuando nos regalan algo: la respuesta es de gratitud. Y la gratitud exige una concreción, una praxis. La respuesta es actuar en consecuencia con el don recibido: regalar admiración, sorpresa, dar las gracias. Y si llevamos esta gratitud hasta sus últimas consecuencias lo que de verdad hay que hacer es devolver el don sin buscar equivalencias. Ante un regalo aislado damos las gracias. Ante el gran don de la realidad, ante la lluvia de dones que cada día nos recibimos el paso siguiente es convertirse uno mismo en don. Es ofrecerse como don, es convertirse en don. Es el momento de sumarme a la lógica del don que demanda de suyo el don de sí (de sí mismo): darse uno como don. A la vida y a los demás.
Responder al don de Dios con gratitud amorosa
Sucede con el nacimiento de un hijo: la madre ante el regalo de un hijo se entrega sin dudarlo de cuerpo entero a su recién nacido. Se desvive. La familia debe vivir esta lógica del don. El amor de los esposos, la bendición de los hijos, el compromiso en la educación de todos los miembros del hogar es una respuesta al don de ese nuevo hijo que supone lograr vivir entregadamente en familia. Antes llegó el don de los cuerpos de los padres en su verdad esponsal, en su complementariedad y la llamada a la entrega mutua, en su proyecto de fidelidad y fecundidad querido por Dios tal como recoge el libro del Génesis en sus primeros capítulos. Una familia que descubre esta realidad debe transmitirla no solo a los hijos sino a las familias amigas, y a una posible comunidad de familias bien avenidas.
La lógica del don es expansiva, es una cadena de dones. Una familia que vive la lógica del don debe formarse en esta verdad y actuar en consecuencia. Del inmenso don recibido por parte de la fuente originaria de todos los dones que, es Dios, es necesario responderle con la gratitud amorosa de actuar a su imagen y semejanza.
Una mirada nueva que descubre y contempla el don
Es preciso ser don, para responder al torrente de regalos de la realidad, y lo primero que hay que hacer, lo anunciábamos más arriba, es purificar la mirada para alimentarse constantemente del torrente de dones que nos inunda cada día. Las familias, quizá mancomunadas por el eje de una escuela, unidas en la búsqueda de formación deben reconocer esas dinámicas. Y si realmente buscan contemplar el don, deben ganar en silencio, humidad, en acogida. Es importante empezar por bajar los atronadores altavoces de la calle, de los medios, de su régimen dopamínico, de la ambición desmedida que no solo no reconocen los dones casi invisible, sino que todo lo que les llega lo consideran bienes merecidos sin ver asomo de regalo en todo lo que hay. Y en esa voracidad sin gratitud quieren, en las adicciones construidas sobre la constante recepción de dopamina, quieren insisto, “comer” hasta reventar como señala Byung-Chul Han en su libro Sobre Dios (2025). Y entonces, estas gentes, saciadas y agotadas buscan esclavizadas más y más. Y se vuelven ciegas y pierden la capacidad de asombrarse y la capacidad de contemplar. El hogar, las familias que se reúnen para llevar otra vida sosegada y grata, necesitan una atención tan delicada que no se logra si no se aprende.
La capacidad, el don de recuperar la atención sutil que permite reconocer los dones que nos alegran la vida y le dan sentido, ha quedado anulada con la frenética voluntad de vender, de comprar, de cebar la pasión obsesiva por llenarse de futilidades en la mente y el estómago.
Cambiar el corazón, recuperar un corazón de carne
La clave es pues cambiar el corazón, purificarlo, lograr que la mirad del corazón sea altamente delicada y sensible ante lo que a simple vista no se ve como todo lo que hay tras la rosa que custodia el Principito en el libro homónimo de Antoine de Saint-Exupéry. Un corazón puro capaz de ver los dones de Dios nos acerca al tono de a una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellas verán a Dios”. Estamos hablando de un corazón que mira, y mira bien y ama a la vez. Y aquí hemos dado un paso. Si la fuente inagotable de los dones que es Dios nos ama sin límites en dones y en gracias, la respuesta es convertirnos nosotros amorosamente en don. No es una reciprocidad fría (do ut des, doy para que me des), es una gratitud amorosa. Entonces el paso que se da es cuidar permanentemente y amorosamente el corazón para que mire con amor, para que contemple con la verdadera magnitud inagotable de los dones que Dios nos regala y la importancia de los dones que nosotros podemos ofrecer. Si nos hemos convertido en don para los otros (no solo para aquellos que nos regalan presentes) lo hemos de hacer sin cálculos, sin medida. La contabilidad no casa con el amor. Los prójimos que nos rodean deben ser vistos (con la mirada pura del corazón) como otros cristos.