Religión en Libertad
León XIV, durante el encuentro con fieles tras la audiencia de este 20 de agosto.

León XIV, durante el encuentro con fieles tras la audiencia de este 20 de agosto.

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El Papa León XIV nos está hablando de esperanza (clave para la unidad en la Iglesia que se ha convertido para él y para todos en un gran objetivo). Nos señala que hay que creer, precisamente en estos tiempos tan revueltos, en el futuro. Es preciso construir sosegadamente unas relaciones constructivas que nos conviertan en gente más convivencial y nos permitan gozar de un mejor florecimiento humano que va mas allà de lo material.

La hostilidad y la ira, el odio cuando se mantienen en el tiempo, tienen un efecto corrosivo sobre el corazón humano. Numerosos estudios han mostrado que la ira crónica y la rumiación hostil prolongan la activación fisiológica negativa del organismo, deterioran la salud cardiovascular y aumentan los niveles de depresión y ansiedad. Esta es una reflexión que tiene historia, siglos:  muchos pensadores, filósofos, autores espirituales han hablado de ello y ahora además se suma un correlato científico. Más allá de estos planos clínicos, la hostilidad encierra a la persona en una temporalidad fija, la encierra sobre sí misma, la enquista: el sujeto queda atrapado en el pasado de la ofensa, reviviendo una y otra vez lo sucedido, sin poder abrir espacio para la novedad. La herida se convierte en cárcel. La herida determina todo el presente absorbiendo muchas energías y otras alternativas y acaba convirtiéndose en un talante y un estilo de vida lleno de sospechas, a menudo, ante todo y todos

El Papa nos insiste en la misericordia, la reconciliación. El perdón es uno de los valores más puramente cristianos entre muchos otros. Cristo nos perdona dando su vida por nosostros para redimirnos y nos enseña a perdonar. El perdón, tiene un poder transformador que va más allá de la mera reducción de la ira. La ciencia lo vuelve a confirmar. El perdón sana, descontamina el corazón, lo convierte en un corazón de carne. Ezequiel resuena aquí sustantivamente poniendo estas palabras en la voz de Dios: “Les daré un corazón nuevo, infundiré en ellos un espíritu nuevo; quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.” (Ez 11,19).

Everett L. Worthington y sus colegas han mostrado, a través de ensayos clínicos y revisiones sistemáticas, que quienes practican el perdón experimentan mejoras notables en salud mental y a la vez son capaces de reducir la ira y la depresión. La felicidad (que en ciencia se denomina bienestar subjetivo) crece y también la autoimagen, la consideración de uno mismo y, como consecuencia, la calidad de vida.

Worthington y sus colegas han desarrollado el modelo REACH (Recordar, Empatizar, Altruistamente ofrecer perdón, Comprometerse y Mantener el perdón):

Modelo REACH del perdón (Worthington)

R — Recall the hurt → Recordar/traer a la memoria el daño, la ofensa (mirarlo de frente como primer paso para poder liberarlo).

E — Empathize with the offender → Empatizar con el ofensor

A — Altruistic gift of forgiveness → Ofrecer altruistamente el perdón como don

C — Commit to the forgiveness → Comprometerse con la decisión de perdonar

H — Hold on to the forgiveness → Mantener el perdón en el tiempo

Aquí no nos referimos solo a un proceso interno, que también es necesario. Estamos hablando de otro modo de perdonar que supone entrar en contacto con el perpetrador de la ofensa. Y además entender que el perdón no se concibe como un acto puntual, sino como un proceso que transforma la manera de situarse frente al pasado y, al mismo tiempo, abre una nueva orientación hacia el futuro.

La clave de este desplazamiento está en la esperanza. La esperanza es una virtud teologal que, entre otras muchas cuestiones,  sana las heridas del corazón, lo libera del peso del pasado y lo abre con confianza al futuro en Dios. Worthington y colegas (2019) han documentado que el incremento en esperanza es uno de los mecanismos mediadores entre el perdón y el bienestar: quienes perdonan no solo sienten menos ira, sino que experimentan una confianza renovada en que lo bueno es posible.

En un mundo donde disminuye la confianza, donde la esperanza y el cinismo aumentan necesitamos personas capaces de caminar hacia delante. Pero también hay que subrayar que no nos movemos en el plano del buenismo. Por eso proponemos ciencia sobre estos asuntos. La esperanza no borra la ofensa ni trivializa el dolor en un proceso que sería demasiado simple. La esperanza  inscribe la ofensa en una historia más amplia, donde el futuro deja de ser repetición del pasado para convertirse en espacio abierto a la reconciliación, a la reconstrucción o, al menos, a la paz interior, a la libertad interior (Jacques Philippe, Viktor Frankl). Y sin un corazón pacificado no se puede avanzar pues el rencor corroe el espíritu y paraliza a todos los niveles.

De este modo, perdón y esperanza se entrelazan en una dinámica liberadora. Allí donde la hostilidad encierra al corazón en un círculo vicioso de rumiación (no es un sustantivo más: la rumiación es dar vueltas de manera repetitiva y estéril a pensamientos o recuerdos dolorosos, sin llegar a resolverlos), el perdón lo abre, y la esperanza aparece como fruto inmediato de esa apertura. El futuro deja de ser vivido como amenaza para convertirse en promesa. Y el corazón, antes lastrado por el resentimiento, se descubre ligero, disponible y capaz de nuevos comienzos. Capaz de vivir, de enamorarse, de confiar en Dios.

Esta relación intrínseca entre perdón, esperanza y apertura al futuro tiene hondas consecuencias pedagógicas y espirituales. Pedagógicas, porque educar en el perdón -familiar y escolarmente- es educar en la esperanza: formar corazones que no se encierren en la ofensa, sino que aprendan a abrirse a nuevas posibilidades. Espirituales, porque el perdón no se limita a un ajuste psicológico, sino que se convierte en experiencia de libertad: en el perdón, el corazón humano participa de la capacidad de Dios de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5), y en esa novedad florece la verdadera esperanza.

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