Religión en Libertad

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Un amor tan grande como el de Cristo nunca se queda limitado a la persona que lo recibe, sino que transforma a la persona y al transformarla la convierte en un difusor de ese amor recibido. El amor -el bien- es difusivo de sí, se extiende, se da, se comunica.

Los santos vivieron ese amor grande, amor de Cristo, y en lugar de convertirlo en una vivencia subjetiva y sentimental, ese mismo amor fue motor de obras grandes, de acciones misericordiosas, para que los demás fuesen igualmente amados por Cristo. Obraron el bien, atendieron a las necesidades y sufrimientos del otro. Esto es lo que se podría definir como caridad social: el amor al otro que transforma, y cómo, la sociedad. Ni las palabras, los discursos, las ideologías, los programas de partidos políticos, ni las revoluciones, cosas tantas veces aparentes, sino un amor nuevo, el de Cristo vivido y compartido, cambia el mundo con opciones verdaderas, radicales, de bien para el prójimo. Recordemos algunos grandes santos de la caridad social, cuya acción cambió la sociedad de su época:

Todo santo deja en torno a sí y detrás de sí, una estela de bien. Todo santo, según su propia vocación y carisma, difunde la caridad sobrenatural. Pero más que mirar las acciones exteriores, admirables en tantos casos, veamos el origen de ese bien social, y en los santos no es otro sino Dios.

Estos santos de la caridad social obraron así superando el voluntarismo y la filantropía: Dios era su motor e impulso, Dios era su amor. Esta caridad impulsaba a obrar el bien, a crear realidades nuevas cuando fuera necesario, a atender el dolor y el sufrimiento del otro. Algunos, de forma especialísima, fueron una plasmación del rostro misericordioso de Dios para los hombres.

La Iglesia en sus santos obra la caridad y el bien. Sus obras son un referente y un testimonio vivo del amor de Dios a los hombres.

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