Religión en Libertad

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Persona y comunidad no son dos polos opuestos, antitético como a veces, tal como a veces se presentan o como a veces nosotros podemos sentir y plantear. La persona es un ser en relación, creado para amar, que forma parte de una comunidad de personas; la comunidad, a su vez, es formada por personas que no pierden su identidad, sino que potencian la vida de los demás, la vida comunitaria, desarrollando su propia personalidad.

Son relaciones complementarias, buenas y necesarias. Caen categorías reductoras: el hombre es persona, pero no es vivido ni considerado como "individuo", sin rostro; la comunidad no es totalitaria, sumando individuos que pierden sus cualidades personales, sus rasgos definitorios: comunidad no es una masa informe, ni una asociación de individuos. Decir comunidad implicará decir siempre 'personas'. La Iglesia misma es la gran comunidad de personas, los redimidos, unidos por unos lazos nuevos, recibiendo una vida nueva. En la Iglesia somos insertados como posibilidad de vivir la humanidad nueva ofertada por Cristo, realizada primero en su propia Humanidad glorificada.

Esta vinculación de lo personal en lo eclesial, y de la Iglesia en cada alma, debería suscitar un gran sentido de Iglesia, un amor a ella a la vez que un sentido de responsabilidad de aportar a la Comunidad eclesial cuanto soy, potenciándola, reforzándola. Así la Iglesia se concreta en cada alma que recibe una nueva configuración: en palabras de Orígenes, "anima ecclesiastica".

La consecuencia final: sentir con la Iglesia, sentir la Iglesia en el propio corazón, sentirla en el alma y vivirla con intensidad. Así se podría concluir esta catequesis:

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