La Misa del domingo
Cada domingo, el pueblo cristiano que está disperso en el mundo, santificándolo y transformándolo, se reúne, convocado por el Señor resucitado, para la celebración de la Misa. Ese es el corazón de la vida cristiana, el impulso santificador y evangelizador para toda una semana de trabajos y afanes.
En el domingo, reunidos todos, Cristo presente en medio de su Iglesia, retomamos la conciencia de nuestra pertenencia al Señor y de ser miembros de un Cuerpo. Pertenece a nuestra más íntima y radical identidad católica: en el domingo se visibiliza el misterio de la Iglesia en torno a su Señor, viviendo de su Señor. Ante el mundo y ante la sociedad, se manifiesta que hay un pueblo nuevo, una humanidad nueva, que se reúne, adora a Cristo, recibe su Palabra y su Cuerpo y que la Iglesia está viva, siempre viva, porque se nutre de la fuente viva del altar del Señor. Ante el mundo secularizado, aparece una multitud que acuden a sus iglesias para encontrarse con sus hermanos y celebrar la santa Misa. El domingo pertenece a nuestra esencia cristiana. No es opcional, no depende de las ganas o no que tengamos, ni siquiera del tiempo libre que dispongamos. El domingo robustece la fe y la pertenencia a Cristo.
En el desierto de la secularización y con las dificultades inherentes de vivir una vida cristiana en ambiente hostil, la Eucaristía del domingo se convierte en un pan riquísimo, suavísimo, imprescindible.
El domingo nos da vida, la vida de Cristo.
No podemos renunciar al domingo, ni prescindir de la Santa Misa dominical, ni vivirla como una carga pesada o aburrida tal vez por no haber descubierto su fuerza y su belleza, ni ausentarnos disminuyendo los miembros vivos de su Cuerpo. Aquí está nuestra vida, nuestra fuente, nuestra identidad, nuestra santificación.
La liturgia del domingo, la Misa dominical, ha de ser especialmente cuidada, reposada, ni lenta ni rápida, sino su propio ritmo espiritual, con buenos lectores, cantos (litúrgicos, no cualquier cosa), suficientes ministros, una buena homilía bien preparada, interioridad, unción al vivir y celebrar. Tal vez sin multiplicar innecesariamente los horarios de misas, sino concentrando a los fieles en buen número para garantizar una celebración dominical solemne, bella y espiritual. En todo se ha de notar que es la gran Eucaristía, la Misa del domingo, para todo el pueblo cristiano. En esta nueva evangelización en la que estamos embarcados, un punto importante, aunque parezca trivial al principio, será el cuidado de la liturgia de la Misa del domingo, la vivencia del domingo cristiano, fortaleciendo la vida cristiana y la identidad católica.