Las ofrendas de la Misa (y V)
¿Qué se ofrece entonces?
¿Qué se lleva al altar?
¿Cuáles son las ofrendas de la Misa?
¿Las enfatizamos con "añadiduras superfluas", que decía Benedicto XVI?
¿Podemos incluir moniciones a cada ofrenda en vez del canto que resuena durante la procesión?
¿Qué le podemos sumar al pan y al vino? ¿Lo que queramos?
5. Única y destacada ofrenda: pan y vino suficientes A tenor de lo que marcan los documentos de la Iglesia, el realce absoluto lo tendrá exclusivamente la ofrenda del pan y del vino, las únicas que se colocan sobre el altar. En ellas se compendia todo, incluida la vida misma de los oferentes y del pueblo cristiano. Sobre estos dones, reales, entregados en procesión, reza la Iglesia:
“Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por ti se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención”[1]; “Señor, acepta con bondad estas ofrendas, y consagra con tu poder lo que nuestra pobreza te presenta”[2]; “haz que estos dones se transformen en fuente de gracia para los que te invocan”[3].
Las ofrendas que se llevan al altar van a permitir la renovación sacramental del sacrificio de Cristo; las ofrendas de pan y vino son signo de un intercambio único: Dios las transforma en el Cuerpo y Sangre de su Hijo y se nos da para santificarnos. Sólo el pan y el vino pueden ser una verdadera oblación:
“Tú nos has dado, Señor, por medio de estos dones que te presentamos, el alimento del cuerpo y el sacramento que renueva nuestro espíritu; concédenos con bondad que siempre gocemos del auxilio de estos dones”[4]; “recibe, Señor, la oblación que tú has instituido, y por estos santos misterios, que celebramos para darte gracias, santifica a los que tú mismo has redimido”[5]; “acepta, Señor, estas ofrendas por las que se va a renovar entre nosotros el sacrificio único de Cristo”[6]; “acepta, Señor, los dones que te presenta la Iglesia y que tú mismo le diste para que pueda ofrecértelos; dígnate transformarlos con divino poder en sacramento de salvación para tu pueblo”[7].
En ese clarísimo sentido de oblación e intercambio por el que nosotros presentamos pan y vino y Dios, en admirable intercambio, nos va a entregar a su propio Hijo en el sacramento, oran algunas plegarias bellísimas:
“Mira, Señor, los dones de tu Iglesia que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, al que aquellos dones representaban y que ahora se inmola y se nos da en comida”[8]; “acepta, Señor, estas ofrendas en las que vas a realizar con nosotros un admirable intercambio, pues al ofrecerte los dones que tú mismo nos diste, esperamos merecerte a ti mismo como premio”[9].
El contenido de estas oraciones sería imposible aplicarlo a otros elementos ajenos al pan y al vino, tales como las ofrendas que, a modo de símbolos y compromisos, se llevan al altar.