Religión en Libertad

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P. ALFREDO TAMAYO AYESTARÁN, S. J.

San Sebastián 24/08/1924– Loyola 21/10/2014




Homilía en su funeral


Las dos lecturas de la Eucaristía de hoy proclaman el significado salvífico de la muerte

de Cristo en la cruz al instituir la Eucaristía y en el lavatorio de los pies. Palabras

sacramentales que realizan aquello que proclaman. Palabras ancladas en la encarnación donde la voluntad salvífica de Dios se hizo auténtica realidad en el ámbito de la existencia humana.


Y esta presencia salvadora de Dios en la historia del hombre continúa sin perder nada de su actualidad gracias sobre todo por las palabras sacramentales que realizan aquello

que proclaman. La misión de administrar la palabra sacramental que hace realidad aquí y ahora la voluntad salvífica de Dios fue la tarea gozosa del sacerdote Alfredo Tamayo.


Delante de tantas comunidades cristianas reunidas para celebrar la Eucaristía dominical en la Iglesia de los EUTG, en el campus de Deusto, o las Eucaristías de comienzo de curso o de antiguos alumnos, o las Eucaristías en la Iglesia del Sagrado Corazón, poder decir tomad y comed esto es mi cuerpo que aquí y ahora se hace salvación y símbolo de amor que invita a darse lavándoos los pies los unos a los otros, es lo que recordamos en

primer lugar para agradecer la existencia sacerdotal de Alfredo.


O las palabras de las celebraciones comunitarias multitudinarias del sacramento de la reconciliación en el campus donostiarra de Deusto, aquí y ahora podéis ir en paz porque vuestros pecados han sido perdonados, yo absuelvo tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. O tantos bautizos de hijos de sus antiguos alumnos de la ESTE, Filosofia y Letras y Turismo de la Universidad de Deusto y de Zorroaga.


Administrador de esa palabra sacramental que no es una palabra sobre algo sino que es la palabra ya dicha que actualiza aquí y ahora la salvación.


La intención necesaria por parte del sacerdote de

realizar aquí y ahora lo que su palabra sacramental anuncia constituyó al sacerdote

Alfredo Tamayo en testigo de la voluntad salvífica de Dios en nuestra historia.

Fue también abundante y sustanciosa, además de su palabra sacramental, su palabra

sobre la realidad salvífica que se nos ha dado en Cristo Jesús. Testigo de ello son sus

programas de la Escuela de Teología que fundó con Ignacio Cacho hace ya cincuenta y

dos años. En su afán de extender el pensamiento renovador del Vaticano II al mundo

laico abrieron juntos esta Escuela de Teología cuando corría el año 1962. Les ayudó a

ello su gran amigo jesuita y teólogo Alfonso Álvarez Bolado. El pensamiento innovador

de aquella Escuela atrajo a sus aulas, primero en Brunetenea, en Ategorrieta, después

en el campus de Deusto, un público numeroso, atraído por la novedad de aquella forma

de presentar y exponer el pensamiento teológico.


Cada programa anual de esos más de cincuenta años de la Escuela se hace eco de las

inquietudes de Alfredo Tamayo, su forma de encarar la realidad histórica que le estaba

tocando vivir desde Jesús de Nazaret. El Jesús de Nazaret de Ernst Bloch, la fuente de

inspiración de su tesis doctoral, le llevó al Jesús de Nazaret que apuesta por el hombre;

al Jesús máxima subversión de lo teológico; supo dar esperanzas necesarias a una

sociedad deprimida por la dictadura: programando “Cristo glorificado mensaje de

esperanza” o la necesidad de unas normas éticas universales. En esos programas aparece

su preocupación por buscar el diálogo en el contencioso entre la Iglesia y la

modernidad; fue sugerente y estudioso de la proyección socio política del evangelio y

de las grandes religiones. Supo subrayar en el momento oportuno los síntomas de un

retorno de lo religioso.


Su palabra de sacerdote, de filósofo, de teólogo y periodista compartida estrechamente

con la sociedad donostiarra dejan una huella de envergadura en la reflexión cristiana

que ha sabido encarnar las orientaciones del Concilio Vaticano II en la historia de la

ciudad y en la vida de muchos alumnos.


Dotado de un gran talento especulativo, admirador de Karl Barth y Karl Rahner, fue

profesor de Ética, del Hecho religioso, de Teología y de Historia de la Filosofía en la

Universidad de Deusto y en la UPV. Recogió el guante lanzado por el P. Arrupe de

afrontar desde una teología renovada el mundo del agnosticismo y del ateísmo. Su

preocupación por situar a la Iglesia y al pensamiento social cristiano en la ciudadanía

abierta a la cultura contemporánea lo llevó a rodearse y contar con la colaboración de

teólogos, filósofos y sociólogos progresistas que han sabido leer los signos de los

tiempos y han enriquecido con sus aportaciones las búsquedas inquietas de tantos

cristianos de nuestro pueblo.


Alfredo Tamayo fue un sacerdote comprometido y cercano con las víctimas de ETA;

infatigable en la denuncia de la violencia e inquebrantable en la defensa del derecho a la

vida.


Amigo y testigo de la lucha por los pobres del P. Ignacio Ellacuría en El Salvador.

Fue, pues, su vida, la del sacerdote jesuita identificado con la cura animarum y la

creación de una comunidad humana cristiana.


Supo hablar y dialogar con los creyentes y los no creyentes, escuchar sus argumentos,

sus experiencias y tratar de elaborar una respuesta de fe que prendiera en el fondo

humano de las personas que se le acercaron en búsqueda de un sentido de la vida, de

una razón para comprometerse en la recreación de una sociedad herida, de una utopía

donde la dignidad y la vida de la persona humana son sagradas. Aceptó como sacerdote

el reto del cuidado del espíritu de las personas creyendo firmemente que el fondo de la

existencia humana está ya ocupada por Cristo resucitado antes de que le llegue nuestro

mensaje evangelizador.


Descanse en paz nuestro querido Alfredo sacerdote de la Compañía de Jesús.


José María Etxeberría S.J.

San Sebastián, 22 de octubre de 2014

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