Sábado, 04 de mayo de 2024

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Magisterio sobre la evangelización (XVI)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Una buena dosis de creatividad es necesaria para la nueva evangelización en la que estamos inmersos. Creatividad sana en virtud del principio: "nueva en su ardor, nueva en su método, nueva en sus expresiones", que dijo Juan Pablo II, al convocar para la nueva evangelización.
 
Probablemente estamos en una larga fase de tanteos cuando nos hemos querido dar cuenta. Sabemos que no hay fórmulas mágicas, ni programas pastorales que resuelvan las situaciones difíciles a las que hemos de dar respuesta. El programa es Jesucristo.
 
Ahora bien, la cultura ha cambiado en pocos años, las preguntas del hombre post-moderno (pocas preguntas desde luego) piden una respuesta comprensible. El gran reto hoy es evangelizar el mundo de la cultura. Como suena, sin que parezca algo lejano ni reservado a especialistas.
 
Primero, buscar al hombre, salir a su encuentro:
 
"En nombre de la fe cristiana el Concilio comprometió a la Iglesia entera a ponerse a la escucha del hombre moderno para comprenderlo e inventar un nuevo tipo de diálogo que le permita introducir la originalidad del mensaje evangélico en el corazón de la mentalidad actual. Hemos de encontrar de nuevo la creatividad apostólica y la potencia profética de los primeros discípulos para afrontar las nuevas culturas. Es necesario presentar la palabra de Cristo en toda su lozanía a las generaciones jóvenes, cuyas actitudes a veces son difíciles de comprender para los espíritus tradicionales, si bien están lejos de cerrarse a los valores espirituales" (Juan Pablo II, Discurso a la plenaria del Pontificio Consejo para la cultura, 18-enero1983).
 
Y entonces, ¿qué? Comenzar -proseguir, mejor dicho- un diálogo con las culturas, franco, abierto, elevador; implicar también a evangelizadores en el mundo de la cultura, cuan amplio es.
 
"En varias ocasiones he querido afirmar que el diálogo de la Iglesia con las culturas reviste hoy importancia vital para el porvenir de la Iglesia y del mundo. Permitidme volver a insistir en dos aspectos principales y complementarios que corresponden a los dos niveles en los cuales la Iglesia ejerce su acción: el de la evangelización de las culturas y el de la defensa del hombre y de su promoción cultural. Ambas tareas exigen definir nuevas caminos de diálogo entre la Iglesia y las culturas de nuestra época. Para la Iglesia este diálogo es absolutamente indispensable, pues de lo contrario la evangelización se reduciría a letra muerta. San Pablo no vacilaba en afirmarlo: «¡Ay de mí, si no evangelizara!». En este final del siglo XX, como en los tiempos del Apóstol, la Iglesia debe hacerse toda para todos y acercarse con simpatía a las culturas de hoy. Aún existen ambientes y mentalidades, países y regiones enteras por evangelizar; y esto requiere un proceso largo y valiente de inculturación para que el Evangelio impregne el alma de las culturas vivas, responda a sus expectativas más altas y las haga crecer incluso hasta la dimensión de la fe, la esperanza y la caridad cristianas. La Iglesia, en sus misioneros ha realizado una obra incomparable en todos los continentes, pero el trabajo misionero no se termina nunca, porque a veces las culturas se han tocado sólo superficialmente y, de todas maneras, por encontrarse éstas en trasformación incesante exigen un nuevo acercamiento. Añadamos asimismo que este término noble de misión se aplica hoy a las antiguas civilizaciones marcadas por el cristianismo, pero ahora están amenazadas por la indiferencia, el agnosticismo y la misma irreligión. Además, surgen sectores nuevos en la cultura con objetivos, métodos y lenguajes diferentes. El diálogo intercultural se impone a los cristianos en todos los países" (ibíd.)
 
Evangelizar es entrar en el mundo de la cultura y evangelizarlo desde dentro, dándole vida, esa vida que ahora no tiene, vida de la que carece. ¿Por qué? Porque encierra y agota el Misterio en las estructuras del mundo, en la inmanencia, y resulta asfixiante. Se agota en sí misma.
 
"Para evangelizar eficazmente hay que adoptar resueltamente una actitud de reciprocidad y comprensión para simpatizar con la identidad cultural de los pueblos, de los grupos étnicos y de los varios sectores de la sociedad moderna. Por otra parte, hay que trabajar por el acercamiento de las culturas de modo que los valores universales del hombre sean acogidos por doquier con un espíritu de fraternidad y solidaridad. Evangelizar supone penetrar en las identidades culturales específicas y, al mismo tiempo, favorecer el intercambio de culturas abriéndolas a los valores de la universalidad e incluso, yo diría, de la catolicidad. Pensando precisamente en esta seria responsabilidad he querido crear el Consejo Pontificio para la Cultura, con el fin de dar a toda la Iglesia un impulso vigoroso y despertar en los responsables y en todos los fieles conscientes, el deber que nos concierne a todos de estar a la escucha del hombre moderno, no para aprobar todos sus comportamientos, sino ante todo para descubrir, en primer lugar, sus esperanzas y aspiraciones latentes" (ibíd.).
 
Estos son los objetivos de la evangelización de la cultura: un impulso vigoroso, despertar en todos el deber que nos concierne de escuchar al hombre post-moderno, fragmentado, roto, para descubrir sus esperanzas y aspiraciones, sus deseos y sus búsquedas.
 
 
Se hace por un gran amor al hombre, al que Cristo amó y por el cual se entregó en la Cruz. Este hombre que sigue necesitando vida y redención y que busca, de manera consciente o inconsciente, pero al que hemos de llevar la respuesta y la luz del Evangelio. ¡Entonces será plenamente hombre, conformado con Cristo, el Hombre nuevo (cf. GS 22)!
 
"Al impulsarnos a evangelizar, nuestra fe nos incita a amar al hombre en sí mismo. Ahora bien, hoy más que nunca el hombre necesita que se le defienda contra las amenazas que se ciernen sobre su desarrollo. El amor que brota de las fuentes del Evangelio, en la estela del misterio de la Encarnación del Verbo nos impulsa a proclamar que el hombre merece honor y amor para sí mismo y debe ser respetado en su dignidad. Así los hermanos deben volver a aprender a hablarse como hermanos, respetarse y comprenderse para que el hombre mismo pueda sobrevivir y crecer en la dignidad, la libertad, y el honor. En la medida en que sofoca el diálogo con las culturas, el mundo moderno se precipita hacia conflictos que corren el riesgo de ser mortales para el porvenir de la civilización humana. Más allá de los prejuicios y de las barreras culturales y de las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas, los humanos deben reconocerse como hermanos y hermanas y aceptarse en su diversidad.
 
La falta de comprensión entre los hombres los hace correr hacia un peligro fatal. Sin embargo, el hombre está igualmente amenazado en su ser biológico por el deterioro irreversible del ambiente, por el riesgo de manipulaciones genéticas, por los atentados contra la vida naciente, por la tortura que reina todavía gravemente en nuestros días. Nuestro amor al hombre nos debe infundir el valor de denunciar las concepciones que reducen al ser humano a una cosa que se puede manipular, humillar o eliminar arbitrariamente.
 
 
Asimismo el hombre sufre amenazas insidiosas en su ser moral, porque está sometido a corrientes hedonistas que le exasperan sus instintos y lo deslumbran con ilusiones de consumo indiscriminado. La opinión pública es manipulada por las sugerencias engañosas de la poderosa publicidad, cuyos valores unidimensionales debieran hacernos críticos y vigilantes.
 
Además, el hombre es humillado en nuestros días por sistemas económicos que explotan enteras colectividades. Por otra parte, el hombre es la víctima de ciertos regímenes políticos o ideológicos que aprisionan el alma de los pueblos. Como cristianos no podemos callar y debemos denunciar esta opresión cultural que impide a las personas y grupos étnicos ser ellos mismos en consonancia con su profunda vocación. Gracias a estos valores culturales, el hombre individual o colectivamente vive una vida verdaderamente humana y no se puede tolerar que se destruyan sus razones de vivir" (ibíd.).
 
Entonces sólo cabe preguntarse de buena fe:
 
"¿Cómo hablar al corazón y a la inteligencia del hombre moderno para anunciarle la palabra salvífica? ¿Cómo lograr que nuestros contemporáneos sean más sensibles al valor peculiar de la persona humana, a la dignidad de cada individuo, a la riqueza escondida en cada cultura? La tarea ... es grande, pues han de ayudar a la Iglesia a ser creadora de cultura en su relación con el mundo moderno. Seríamos infieles a nuestra misión de evangelizar, a las generaciones presentes si dejáramos a los cristianos en la incomprensión de las nuevas culturas. Seríamos igualmente infieles a la caridad que nos debe animar, si no viéramos dónde hoy el hombre está amenazado en su humanidad, y si no proclamáramos con nuestras palabras y nuestros gestos la necesidad de defender al hombre individual y colectivo, y librarlo de las opresiones que lo esclavizan y humillan" (ibíd.).
 
Con estas palabras y este discurso, creo que tenemos materia suficiente para pensar, para palpitar con el corazón de la Iglesia y saber cuáles son las tareas prioritarias (y cuáles son secundarias), para no encerrarnos en lo nuestro, en lo pequeño que conocemos y vivimos. Y si alguien puede trabajar en estos campos, aquí tiene ya directrices para la reflexión y la formación.
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