Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Los chavales también tienen su historia

por Lolo, periodista santo

Linares terreno abonado para la A.C.

Muchas veces, en años ya un poco lejanos, se decía: Linares ya no es Linares, que es un segundo Madrid. Las minas habían traído a Linares una realidad moderna que le ponía a la cabeza de la provincia: como había moneda extranjera, por el capital inglés de la minería, en Linares se instala el primer Banco de España, fuera de Madrid; los marqueses de Linares, unos inmigrantes a Andalucía, tienen visión empresarial y a la vez humana, y crean el primer  ‘monte de piedad’ para evitar usuras; el tranvía era una realidad escasa en otros lugares (‘Pero Jaén no tiene tranvía’, decían ufanos los linarenses afirmando su superior nivel frente a la capital), pero  a causa de las minas y los mineros, Linares sí tenía tranvía entonces. Era un conjunto de cosas que hacían de Linares un emporio, un lugar distinto en muchas variaciones; también por la población inglesa el protestantismo tenía arraigo en la ciudad.

Todo ese conjunto de cosas hace que Linares sea terreno favorable a la siembra. Y Linares tiene también el privilegio, por todos esos factores de población muy viva y eficiente, de que allí sea donde se funde el primer centro de A.C. fuera de Madrid.

El Beato Lolo es fruto de esa pujante Acción Católica juvenil de Linares. Y  ¡bien que él lo reconoce y le rinde tributo!

Estas semanas publicamos tres artículos escritos por Lozano Garrido en el semanario de la A.C. Nacional, ‘Signo’, al cumplirse los 25 años de la fundación del centro de Linares. En esta línea están: ‘Un día en Tíscar , ‘Bodas de plata del aspirantado y ‘La O.A.R. hace 22 años, publicado la semana pasada.

Los chavales también tienen su historia

Toda una huelga general se opuso a su nacimiento

Manuel Lozano Garrido
Semanario Signo, nº 829, 3 de octubre de 1955

Para historiar las incidencias iniciales del Aspirantado se hace necesario localizar cierta ciudad en las fechas de un sonado acontecimiento: Linares a la llegada de la República.

No será difícil hacerse idea de la agitación revolucionaria que en un pueblo que vive de la minería y que durante mucho tiempo fue victima de las injusticias produjo el canto de sirena de aquella institución atea y maléfica nacida ya con una avitaminosis que harto hubiera hecho en cuidar lejos de meterse en camisa de once varas.

Los fantasmas del paro y del hambre y abuso de los poderosos, para los que no había más recuerdos de los débiles que un infamante reparto de cocido en víspera de elecciones, habían producido la descristianización de las masas y su alejamiento de la Iglesia. Aunque el fenómeno era de característica nacional, en Linares trató de ponerle remedio don Emilio Bellón, un dinámico sacerdote que luego llegaría a ser consiliario nacional de la Juventud. Su tarea la inició en 1929, agrupando a la joven minoría influyente, intelectual y obrera, para cristalizar al fin un activo Centro de Acción Católica (A. C.). El núcleo arraigó de una manera tan eficaz que pronto fue blanco del sectarismo. Sin embargo, el apostolado continuó, cuando ya de por sí la simple labor de perseverar era un acto de heroísmo. Bastará decir que a once días fecha, presagiándose ya la catástrofe, la juventud celebró en la madrugada del Viernes Santo un Vía Crucis público que pasó ante la misma Casa del Pueblo en protesta de fe.

Y así andaban las cosas cuando llegó la República.

NOCHE LUCTUOSA

 Yo era entonces un niño, pero tan real, tan palpable como la cuartilla sobre la que ahora escribo, conservo la estampa dantesca de la proclamación, entrevista tras unos visillos con atemorizados ojos infantiles. Allí, en la  noche del 14 de abril de 1931, conocí a fondo a «la Niña» -como se la llamó-, calando en la entraña de la manifestación que exteriorizaba el alboroque. Recuerdo que delante de mi, a unos pasos,  estaba la multitud, una multitud heterogénea, unida, no obstante, por esa impronta de odio que sella a las gentes del hampa, la anarquía y la aberración intelectual. Fue entonces cuando yo vi sus rostros, unos rostros de patíbulo, de prostíbulo y hasta de infelices famélicos, atizados en el dolor de su hambre por farisaicas figuras de perilla y bombín que asomaban el mandilillo masónico entonando la extraña «Marsellesa». En la ocasión, hubo discursos y latiguillos que flagelaban a un campanario en lejanía.

Como os digo, era de noche; más aún cuando alguien originó un cortocircuito. Fue entonces cuando de la plaza, en momentánea oscuridad, se elevaron unas antorchas, al mismo tiempo que hería mis oídos el grito de maldición a la Iglesia de una voz que venía de las tiemblas por la mano de la «simbólica» luz de la libertad. Aún ahora creo oler a azufre y cuerno quemado y hasta escuchar una zarabanda de demonios.

Ni a  la infancia se hurtaba entonces al escándalo.

PERO DIOS VELABA

Había que actuar. Aunque se hicieran un ascua roja los sillares de los templos. Lo pedía el celo de Cristo por esa hostia purísima que es el corazón de los niños. Y Dios puso un rayito de luz en la mente de un gigante, de un hombre que traía ímpetus de acentos bíblicos y hasta el nombre de un precursor: Juan Bautista García del Castillo.

En «Juanito» García, o «el Bautista», se daban circunstancias ideales para una obra providencial. Él también, cuando tuvo dieciocho años, como Manolo Aparicio, entonces, y tantos otros después, había sufrido en su carne el impacto de una propaganda satánica que en las taquillas de los cines cifraba toda la felicidad. Hasta que ocasionalmente alguien le arrastró un día a unos ejercicios y allí cayó, rendido por una luz que, enclavándole, le traía paradójicamente la verdadera libertad.  

En el terrible asedio de aquella infancia, «Juanito» vio su pasada adolescencia y planeó el remedio. Tenía ya dos grandes pilares, que utilizó ampliándolos hasta delinear una estructura perfecta: las decurias y los instructores.

Eran las primeras una feliz innovación de don Emilio, mejor dicho, una actualización de la cristiana agrupación de las catacumbas que después tomara el comunismo para el mal. En ellas radicaba el éxito del Centro, y como desde el principio merodeaban en él chavales, un año antes se les había agrupado  en varias decurias para ellos.

La acción personalísima de los instructores se elevaba aquí hasta su fundamental importancia, que secundaba el acierto de una elección capitaneada por la simpatía de Antonio Garzón.

"El Aspirantado nació, oficialmente, el 8 de mayo de 1931"

Como organización autónoma, el Aspirantado nació, oficialmente, el 8 de mayo de 1931, y el 9 se puso en marcha con el ajuste de decurias.

Como conejillo de Indias, asombra hoy la oportunidad, la visión y la inteligencia con que nació el Aspirantado. Nada de lo fundamental suyo fue necesario cambiar después, muy al contrario. Se recogía ya a los pequeños a los diez años y se les hacía pasar por un plan cíclico, ameno y esencial. Su formación piadosa la iniciaban consiliario e instructores y la completaban los peques mismos voluntariamente. Cuadro escénico, deportivo, excursiones, oradores infantiles, etc., contribuían a la labor de distracción y atracción, creando un clima sano que preservaba y formaba. De los frutos creo hablará este dato: seis presidentes consecutivos del Centro salieron del Aspirantado.

Esta fue la organización inicial. Hoy la sección ha evolucionado y en la actualidad está, naturalmente, superada, ganando en eficacia y tensión apostólica.

ENTREACTO DE PERSECUCIÓN

Pasaron  los meses y siguió la bendición cayendo en el surco de aquella obra. Aumentaban las persecuciones, las prohibiciones arbitrarias, incluso los encarcelamientos, clausuras y atentados, pero la nave seguía en la mar insuflada por el viento de Dios. Y así se abrió camino la experiencia, y el Consejo Superior pensó en darle carácter nacional. La ocasión la daba la IV Asamblea Nacional a celebrar en Toledo. A García del Castillo se le encomendó la ponencia “Aspirantado”. Pero antes…

EN TOLEDO, CON HUELGA

La víspera del día de la Hispanidad de 1933 la vivió Toledo con un paro laboral del día festivo. Sin embargo, el móvil era muy otro al de santificar las fiestas. Todo el marxismo se había confabulado en una orden general de huelga para hacer imposible las deliberaciones de los dirigentes católicos. Era un mandato impuesto fieramente por cuerpos civiles armados. Sin embargo, la Asamblea se cumplió hasta en sus mínimos detalles. El milagro tuvo signo juvenil que acaudillaba un chico valiente, con nombre que trae aromas de heroísmo y santidad: Antonio Rivera, el Ángel de Alcázar.

Antonio era entonces presidente diocesano de Toledo y se encargó de suplir la organización en paro. Él improvisó alojamientos y hasta creó grupos de recepción, que encabezaba a pie desde la estación a la capital.

A la delegación de García del Castillo la recibió también el santo defensor del Alcázar. Por el camino, de madrugada, la amistad consolidó una comunión de ideales.

Contra viento y marea, la reunión siguió su curso y la huelga empezó a cuartearse. El desconcierto marxista lo probó lo ocurrido a García del Castillo. Con ocasión de escribir una carta entró en el único bar abierto y allí estuvo hasta que llenó las cuartillas. En su solapa lucía, sí, bien clara, la insignia de la Juventud. Él, si acaso, notó alguna mirada aviesa, a la que no dio importancia. Y resultó que había estado en el cuartel general de la huelga, entre unos capitostes cohibidos y acobardados por un gesto que creían de abierta provocación a la lucha.

Aquella tarde la Asamblea aprobó el informe de García del Castillo, y la obra pasó a un plano nacional. Llegaba entonces la hora de los Manolo Llanos y Saturio García Hoz.

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