Viernes, 29 de marzo de 2024

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¡Viva el Papa Francisco! (con permiso de Don Bosco)

¡Viva el Papa Francisco! (con permiso de Don Bosco)

por Mientras el mundo gira

Estaba pensando en el título que iba a ponerle a estos comentarios y mientras me iba decantando hacia  el grito que todo católico ve brotar de su corazón estos días, un ¡Viva el Papa Francisco!, venía a mi memoria la famosa anécdota de Don Bosco. Los muchachos de su oratorio daban entusiastas vivas a Pio IX cuando san Juan Bosco les corrigió, diciéndoles: “no gritéis viva Pio IX, gritad viva el Papa”. Don Bosco, admirador de Pio IX, quería que entendiesen que, más allá de lo personal, lo realmente importante era la figura del Papa, lo que a veces, y para evitar toda confusión, se ha llamado el Papa-Papa, el Papa en cuanto tal, dejando de lado gustos personales que, aunque naturales, no deben de oscurecer la grandiosidad del misterio petrino.

Es el mismo enfoque de lo que ya advirtió, inmediatamente después de la renuncia de Benedicto XVI, el cardenal Arinze, cuando afirmaba que: “Este suceso nos ayudará a profundizar en la fe y a ser menos sentimentales, la gente puede caer en el error del me gusta, me gusta su estilo, me gusta su cara. No todos los papas tienen la misma cara ni el mismo estilo, pero todos son sucesores de san Pedro. Así que esto nos va a servir para fortalecer y purificar nuestra fe”.

¿Cómo se tomaría pues Don Bosco mi Viva el Papa Francisco? Por lo que he podido leer estos días, confío en que le parecería bien, y entendería que precisamente mi exclamación es ese viva el Papa que él reclamaba. Los tiempos han cambiado y ahora escuchamos a menudo eso que me parece tan poco católico, que al menos a mí me suena fatal a los oídos, de Papa Bergoglio (o Papa Ratzinger, Woijtyla...). Una manera de hablar sin más consecuencias, dirán algunos, y aunque en muchos casos pueda ser así, creo que es síntoma de la creciente incomprensión del significado del papado, causada por la visión reduccionista que el naturalismo imperante difunde.

Por cuestiones de trabajo estaba la semana pasada en Argentina, precisamente el día de la elección del cardenal Bergoglio y los siguientes. Como es lógico, escuché manifestaciones de alegría y de orgullo por tener un compatriota a la cabeza de la Iglesia. En general remarcando la cercanía y sencillez del nuevo Papa, aunque también escuché comentarios patrioteros bastante desenfocados. El paroxismo del “argentinismo”, que en este caso más que indignación provoca una sonrisa, llegó cuando escuché al vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, decir en un programa televisivo que "Tiene una cosmovisión profundamente tercermundista. El Papa es peronista". A mí me recordó a esas pesadísimas y ridículas campañas de "volem bisbes catalans". Como si la Iglesia universal fuera la ONU, siempre atenta a los equilibrios geopolíticos. Cuando empezó el chismorreo sobre papables decidí seguir el consejo del rector del Brompton Oratory de Londres, el padre Julian Large: tomar como propósito cuaresmal el abstenerme del mismo. No me arrepiento. Sólo he escrito acerca de esta elección haciéndome eco de la iniciativa del cardenal Dolan de pedirle a San José, patrono de la Iglesia Universal, un Papa santo. Porque eso es lo único que cuenta. Amamos al Papa porque es nuestro Papa, sin pretender que se amolde a nuestros gustos personales, rezamos por él y le escuchamos con atención filial.

Pero bueno, esta visión un poco estrecha y nacionalista es disculpable entre los argentinos; al fin y al cabo no se elige un papa argentino todos los días. Más preocupantes me han parecido otras reacciones que, aunque bienintencionadas, son reflejo de esa creciente falta de visión sobrenatural que comentábamos y, en consecuencia, de una erosión de la comprensión de lo que significa el papado.

Por un lado tenemos a quienes se han lanzado a hacer juicios apresurados sobre la santidad del nuevo Papa, creyendo que así le hacen un favor al Papa Francisco. Se entiende y comparte la alegría por dejar la orfandad de la sede vacante, pero estas palabras son chocantes e impropias de un católico, fruto de un clericalismo cursi y beato que precisamente el cardenal Bergoglio fustigó en reiteradas ocasiones (y que dudo que aprobara ahora). No es cristiano ir adjudicando certificados de santidad en vida, lo cristiano es rezar los unos por los otros (como pidió expresamente el Papa Francisco) para pedirle a Dios nuestro Padre que, en su infinita misericordia, nos mantenga unidos a Él y no nos deje caer en la tentación, conscientes de que si no fuera por esto, por el amor misericordioso que tiene por nosotros, hasta las torres mas altas caerían con gran estrépito (y el primero quien esto escribe).

Luego he podido leer numerosos artículos, en general con buena intención, del estilo "conozca al Papa Francisco", en los que se nos explican algunos hechos de la vida del cardenal Bergoglio. No es extraño: se comprende también la curiosidad por saber más del nuevo Papa, pensando que así podremos adivinar los rasgos de su pontificado, pero al mismo tiempo es importante advertir su futilidad. Porque una cosa es el cardenal Bergoglio y otra el Papa Francisco, y aunque habrá continuidad en muchas cosas, también puede haber discontinuidad en otras. Aquí está el meollo de la cuestión, meollo que, claro está, sólo se comprende con visión sobrenatural y que, en consecuencia, la prensa en general ni huele. Así ha sido a lo largo de la historia: el cardenal Montini tenía una actitud favorable hacia la licitud de la píldora anticonceptiva y Pablo VI, en cambio, nos dejó el regalo de la Humanae Vitae; el cardenal Mastai tenía una actitud amistosa hacia liberales y masones y el beato Pío IX nos dejó ese otro regalo que fue el Syllabus, y así podríamos seguir con más ejemplos de la historia de la Iglesia, algunos tan lejanos como el del Papa Pío II, Eneas Silvio Piccolomini, de mediados del siglo XV, quien al ser preguntado por las contradicciones entre su pontificado y las ideas que había sostenido antes del mismo, respondió: “rechazad a Eneas, acoged a Pío”.

Y no es que los resúmenes sobre la labor del cardenal Bergoglio contengan falsedades, sino que están muchas veces sesgados, mostrando únicamente lo indiscutiblemente positivo y guardando piadoso silencio sobre cuestiones más discutibles. Parece como si se nos quisiera presentar la infalibilidad pontificia con efectos retroactivos, como si ahora que es Papa todos sus actos pasados ya quedaran subsumidos bajo la especial acción del Espíritu Santo que ahora asiste al Papa Francisco. Y esto no es verdad. No existe una “protoasistencia”, el cardenal Bergoglio tuvo aciertos, claro está, pero también cometió errores. Negarlo es no haber comprendido lo que significa ser Papa, es si se quiere una mentira piadosa, pero mentira al fin y al cabo (como también lo sería lo contrario, no ver más que en él los errores que ha cometido, algo en lo que desgraciadamente caen otros comentarios).

Pero podéis estar tranquilos, no voy a dedicar estas líneas a contrarrestar la “leyenda rosa” del cardenal Bergoglio con una “leyenda negra”. Básicamente porque creo que no tiene ningún interés. El cardenal Bergoglio ya no existe, es parte del pasado, y en cualquier caso la tarea de evaluar su labor en Buenos Aires y Argentina, cuestión de interés principalmente local, la dejo a mis amigos argentinos que lo han conocido de primera mano. A mí me interesa bastante poco. Lo que sí me interesa, a mí y a todo católico, es lo que haga y diga a partir de ahora el Papa Francisco, nuestro pastor, a quien miramos con cariño y lealtad y por quien rezamos cada día, pidiéndole al Señor que le de fuerzas y acierto para guiar a su Iglesia en este difícil mundo y para anunciar la buena nueva de Jesucristo a todos los hombres y naciones. Así entendemos y así amamos los católicos al Papa, por encima de gustos, contemplando en el Papa al vicario de Cristo en la Tierra, el don que Jesus nos hace para que no nos extraviemos por los intrincados caminos de la vida. Y si además coincidimos con los gustos personales del Papa, pues bien, pero si no coincidimos, pues también; incluso mucho mejor, mayor mérito y mayor sentido sobrenatural.

Acabo ya, insistiendo en que los cristianos debemos comprender y vivir más esta actitud, única a partir de la podemos entender no sólo a la Iglesia, sino la historia misma, y que no es otra que la de sobrenaturalizarlo todo. Entre lo que he leído estos días, el magnífico artículo de Bruno Moreno titulado “Lo que va de Jorge a Francisco”, que os recomiendo leer, expresa muy bien esta visión sobrenatural que tanta falta nos hace. Leyéndolo, contemplando todas las gracias y situaciones especiales que recaen sobre el Papa, entenderemos mucho mejor lo que sucede en la cátedra de Pedro que escuchando las anécdotas de los cientos de “amigos de toda la vida” del cardenal Bergoglio que están apareciendo estos días y que parecen conocer perfectamente cuáles son los planes del Papa Francisco. Les auguro la misma suerte que a todos los vaticanistas que ni olieron su elección.

Mientras tanto, como hijos fieles de la Iglesia, seguiremos amando al Papa Francisco con todo nuestro corazón y rezando por él y sus intenciones. Y gritaremos, como nos pedía Don Bosco, un fuerte ¡viva el Papa!

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