Viernes, 26 de abril de 2024

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Hasta para pecar somos diferentes

Hasta para pecar somos diferentes

por Juan García Inza

  

            “L´Osservatore Romano”  publicó  un curioso comentario sobre la diferencia entre el hombre y la mujer, hasta en los pecados. Se afirma, tras un estudio pormenorizado, que nada tiene que ver con la confesión, que el hombre es más proclive a la lujuria y la mujer a la soberbia.

            Este comentario del órgano oficial del vaticano despertó un gran interés mundial, sobre todo en aquellos que defiende la “total” igualdad del hombre y la mujer, o igualdad mal entendida.

            El teólogo de la Casa Pontificia Wojciech Giertych, en un estudio sobre el libro de Samuele Sangalli, “Introspección Medieval. Análisis de los vicios en las obras de Santo Tomás de Aquino, comenta que el peor de los pecados capitales desde el punto de vista teológico es la soberbia.

            Hablando este teólogo de los pecados capitales desde el punto de vista de los problemas que crean, no solo a nivel personal, sino también social, observa una gran diferencia entre el hombre y la mujer.

            ¿Cuál es el pecado más difícil de controlar en los hombres? No duda de que es la lujuria. Después de la lujuria sigue el siguiente orden: la gula, la pereza, la ira, la soberbia, la envidia y la avaricia. En cuanto a las mujeres, el pecado capital más espontaneo es la soberbia, al que le sigue la envidia, la ira, la lujuria la gula y la pereza.

            Todo ello está sometido a la influencia de la cultura del momento, a la educación recibida, etc. Por lo que no se puede considerar esta clasificación por sexos como automática e infalible. Pero sí apunta tendencias propias de la idiosincrasia de cada sexo.

            Hemos de advertir que esta no es doctrina oficial de la Iglesia, ni la Jerarquía ha emitido este diagnóstico como tal. Es el criterio de un experto que, tras el estudio de los teólogos clásicos, y teniendo en cuenta la psicología y la sociología,  lo lanza a la opinión pública sin más pretensión que constatar una realidad desde el punto de vista moral.

            No es ninguna obsesión el fijarnos en los pecados humanos. Pero hemos de reconocer que somos pecadores. Los que no se sienten como tales no le ven sentido a la Pasión y a la Cruz, les sobra los crucifijos. Toda la Obra de la Redención va encaminada a prestar ayuda espiritual al hombre que fácilmente es víctima de la miseria del pecado. Dios es misericordioso, pero debemos dejar que esa misericordia divina obre en nosotros el milagro del perdón.

            Benedicto XVI dice: “Jesús puede dar el perdón y el poder de personar, porque El mismo sufrió las consecuencias de la culpa y las disolvió en las llamas de su amor, El perdón viene de la cruz; Él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y construir la paz”.

Juan García Inza

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