La vocación médica vive una época compleja, agredida por una ideología ambiente que pretende alejar a quienes la practican no solo de principios morales básicos, como el No matarás del Decálogo (con el aborto o la eutanasia, por ejemplo), sino también de su código deontológico específico, incluido el milenario juramento hipocrático.

Ante estas circunstancias, muchos cristianos médicos -o aspirantes a serlo- pueden ver mermado su entusiasmo por el ejercicio de la profesión.

A ellos se ha dirigido la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC) a través de una carta que firma su vicepresidente, John I. Lane, y que arranca con una cita significativa de El Señor de los Anillos de JRR Tolkien exhortando a asumir (y en ese sentido, amar) el tiempo que se vive, con todas sus cruces.

Carta de la FIAMC a los estudiantes de Medicina y a los médicos jóvenes

-Desearía que no hubiera ocurrido en mi época -dijo Frodo.

-Yo también -dijo Gandalf-, y todos los que viven para ver esos tiempos. Pero eso no es algo que deban decidir ellos. Lo único que tenemos que decidir es qué hacer con el tiempo que se nos da.

J.R.R. Tolkien, "El Señor de los Anillos"

Estimados colegas,

Os escribo a petición de nuestro presidente, el doctor Bernard Ars, para animaros en vuestra vocación en estos tiempos difíciles.

El doctor John Lane, firmante de esta carta, es radiólogo en la prestigiosa Clínica Mayo, en Rochester (Minnesota).

A menudo se dice que en Medicina nos apoyamos en gigantes, los hombres y mujeres que nos precedieron, haciendo avanzar la ciencia y la práctica de la medicina en beneficio de nuestros pacientes y de la sociedad. Tenemos una gran deuda con nuestros predecesores, cuyos trabajos y estudios han permitido aliviar muchos sufrimientos y ampliar nuestras expectativas de vida hasta un punto que habría sido inimaginable hace un siglo.

Verdades físicas y morales negadas

Sin embargo, durante este mismo período de rápida expansión del conocimiento científico y médico, los fundamentos filosóficos de la ciencia (o filosofía natural, como la conocían nuestros antepasados medievales) se han erosionado hasta el punto de que hasta las verdades físicas absolutas (por no hablar de las verdades morales) son negadas, incluso por el establishment médico supuestamente reputado.

Los padres fundadores de Estados Unidos dieron por sentada la existencia de estas verdades evidentes en las que se basan los derechos humanos que nos ha otorgado Dios. En la Declaración de Independencia atribuyen específicamente estas verdades a las "Leyes de la naturaleza y al Dios de la naturaleza". Como cultura, ahora hemos puesto en tela de juicio esas verdades, y al hacerlo hemos creado un entorno en el que la medicina y la ciencia en sí mismas se convierten en un ejercicio político, una voluntad de poder nietzscheana.

¿Cómo hemos llegado a esta coyuntura? Para responder a esta pregunta, es útil considerar el ascenso y la caída de la universidad en la civilización occidental.

El principio teológico unificador

Estas instituciones surgieron a partir de las escuelas catedralicias que se establecieron hacia la segunda mitad del primer milenio para la educación y formación de los clérigos. Pronto se ampliaron para incluir a los jóvenes laicos interesados en la educación superior formal. A finales del primer milenio, se crearon universidades con estatutos papales en Padua, París y Oxford. En la época de la Reforma, había 81 universidades con cédulas papales o reales en toda Europa occidental y oriental.

"El sueño de un sacristán: los santos Cosme y Damián [mártires, patronos de los médicos] llevan a cabo una cura milagrosa transplantando una pierna". Pintura al óleo atribuida al Maestro de Los Balbases (c. 1495).

El plan de estudios se componía de las 7 artes liberales (aritmética, geometría, astronomía, teoría musical, gramática, lógica y retórica) y las 3 filosofías o ciencias aristotélicas (física, metafísica y filosofía moral). La teología surgió del estudio de la filosofía moral y se la denominó la reina de las ciencias, un apelativo bastante extraño para el oído moderno.

Bien entendidas, las demás artes y ciencias nos enseñaban lo que podíamos hacer, pero solo la teología podía enseñarnos lo que debíamos hacer. La teología es el principio unificador sobre el que se construyó el sistema universitario. Los profesores de esta disciplina ocupaban los puestos más prestigiosos y solían acaparar la mayor parte de los recursos universitarios.

La ciencia usurpa el lugar

Todo esto cambió con el éxito explosivo de las ciencias experimentales a partir del siglo XVIII en la estela del Siglo de las Luces. A finales del siglo XIX, las ciencias físicas habían sustituido a la teología como la más prestigiosa de las disciplinas académicas.

La ciencia intenta ahora ocupar el lugar que tenía la teología como principio unificador de la universidad, pero por supuesto carece de toda capacidad para hacerlo. No puede decirnos lo que debemos hacer. De hecho, a menudo está animada por lo que se ha denominado el imperativo tecnológico (si podemos hacerlo, debemos hacerlo).

La universidad se ha convertido en la diversidad, un conglomerado de silos de conocimiento independientes sin un principio unificador cohesivo. Esta mentalidad ha creado un entorno en el que si algo no se puede medir o cuantificar no existe. Como resultado, hemos llegado a vivir en un mundo sin Dios.

Consejos a un médico joven o estudiante de Medicina

Como médicos cristianos, ¿cómo debemos responder? Mi consejo es tener siempre presente el principio teológico de la Imago Dei. Todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Este principio os guiará a la hora de decidir lo que debéis hacer, y qué tratamiento será el mejor para vuestros pacientes. Encarna una antropología cristiana adecuada que puede iluminar el plan de Dios para vuestra vida y la de vuestros pacientes.

La Iglesia se ha pronunciado enérgicamente sobre este principio, especialmente en la Donum Vitae y la Dignitas Personae. Tanto San Juan Pablo II, en Fides et Ratio, como Benedicto XVI, en su discurso de Ratisbona, han sostenido con elocuencia que la razón necesita la fe, y la fe necesita la razón. Una frenará los excesos de la otra y ambas disciplinas serán mejores por ello.

Desde el punto de vista técnico, sed los mejores médicos que podáis ser. Vuestra experiencia profesional dará crédito a vuestro testimonio cristiano.

La vocación del médico cristiano no se vivirá sin conflictos, dados algunos de los aspectos más tóxicos de nuestra cultura.

Habrá cruces que soportar. Acudid con frecuencia a los sacramentos. Las gracias abundarán.

Apoyaos en vuestros compañeros médicos católicos para que os guíen y apoyen.

Uníos a vuestras asociaciones médicas católicas nacionales e internacionales .... y rezad sin cesar. Oremus ad invicem.

Vuestro en Cristo,

John I. Lane, MD

Traducción de Elena Faccia Serrano.